§. 7 La poesía en totalidad del emplazamiento de estructura de la significación material
Ya no tienen los hombres la lengua guardada, pues,
para hablar libre, se ha soltado el pueblo
para hablar libre, se ha soltado el pueblo
Esquilo, Los persas, v.
594
Por este estado natural de la imaginación,
por esta ausencia de ley, entiendo la ausencia de ley moral;
por esta ley, entiendo la ley de la libertad.
Friedrich Hölderlin, Sobre la ley de
la libertad
La estructura de emplazamiento de la metafísica: el acabarse del volver del rapsoda.
De la poesía presuponer un espacio que en temporación asigne del transcurso del paso su verdad al ser:
SÓCRATES. - ¡Bienvenido, Ionl ¿De dónde nos acabas de volver
ahora? ¿De tu patria, Efeso?
¿De dónde vuelve Ion? De Epidauro, de los juegos de rapsodos, juegos
de todo lo que tiene que ver con las musas. De su filiación para con la memoria
la instrumentación de la técnica por su esencia en la verdad.
Técnica, instrumento y método.
La envidia de Sócrates para con los rapsodos a causa de su arte es
el efecto de la causalidad de la atribución de la envididia. Los motivos de
Sócrates al emplazamiento de la causalidad; lo envidialble:
[…] vais siempre adornados en lo que se refiere al aspecto
externo, y os presentáis lo más bellamente que podéis, como corresponde a
vuestro arte, y al par necesitáis frecuentar a todos los buenos poetas y,
principalmente, a Homero el mejor y más divino de ellos, y penetrar no sólo sus
palabras, sino su pensamiento. Todo esto es envidiable.
De la interioridad la presunción de un
penetrar. Del penetrarse, lo penetrable, lo verdadero.
Introducir así un diferencial, que del
diferencial, su paso, establece la medida del ser por todo: hombre.
Lo distinguido al ser del hombre en su
canto, sus palabras, su pensamiento. Así la interioridad requiere otra
interioridad, esa interioridad, la psique, la mente, reposa por detrás de lo
que presenta a tanto de entidad estable, allí así de la apercepción, la
palabra, la interioridad, lo penetrable, el pensamiento. Entonces la verdad.
¿En qué otro diálogo y para qué se
esclarecen las dimensiones, las regiones, las medidas del pensamiento?
De la palabra el entendimiento, la
medida, el ser y su razón:
Porque no sería buen rapsoda aquel que no en tienda lo que dice el
poeta. Conviene, pues, que el rapsoda llegue a ser un intérprete del discurso
del poeta, ante los que le escuchan, ya que sería imposible, a quien no conoce
lo que el poeta dice, expresarlo bellamente. ¿No es digno de envidia todo esto?
De las palabras el pensamiento; el
medio, el campo a penetrar, es lo que se dice “lo que dice el poeta”.
Así el canto; la poesía, ha sido
remitida a la estructura del emplazamiento de la envidia al discurso. “Palabra”
es instancia de envidia en el abrirse de lo poético al interpretarse del canto
para con la mayéutica de la envidia, su esterilidad abusiva y abrumante.
Del rapsoda, la institución del canto,
ella misma ha quedado reducida a la expresión bella, al expresarse bellamente
que en su interpretar del discurso del poeta, el rapsoda “conoce” lo que el
poeta dice: El canto una posibilidad del discurso del poeta a su expresión
bella.
Allí la belleza ha quedado dictaminada
como ajena, exterior, extraña al discurso del poeta, a su palabra, a su propio
canto.
Ello siempre ya ha entregado la
belleza a la corrupción de su canto por experiencia del auditorio, el lector,
cualquier otro que traspone el umbral del poema en el allí del tiempo-espacio
de recepción.[i]
Ello mismo que define desde la envidia
y el envidiar de lo envidiable es asumido por Ion por la verdad y lo trabajoso
del arte.
De ello entonces diversos momentos que
se disponen ateridos de voz en la prosecución por totalidad de los respectos.
El nihilismo es tanto de Sócrates como
de Ión.
Verdad dices, oh Sócrates. A mí, al menos, ha sido esto lo más
trabajoso de mi arte , por eso creo que de todos los hombres soy quien dice las
cosas más hermosas sobre Homero ; de manera que ni Metrodoro de Lamsaco, ni
Estesímbroto de Tasos , ni Glaucón, ni ninguno de los que hayan existido alguna
vez, han sabido decir tantos y tan bellos pensamientos sobre Homero, como yo .
Bellos pensamientos, y para Ion de Efeso, para nosotros mismos,
todo se ha perdido.
El [como yo] del nihilismo en su voluntad de poder al reconocer,
al ser del quantum [reconocer] el [reconocerse], inscribe, a la adecuación de
la significación material de la entidad por totalidad, los marcadores a las
épocas de la subjetividad por estatutos de sujeción a bien instaurar del método
la palabra de verdad: PODER.
Así las leyes. Así entonces el CANTO, el ser-así del rapsodo, es
ADORNO A HOMERO. Todo es argumento de un certamen.
La belleza, un instrumental metódico dispuesto en hábito y procuración de azar por CLARIDAD de efectuación, preescribe de la claridad la convalidación para con el poder en el ethos del certamen, la institución de motivo, el referirse del ser por verdad al acontecer.
¿Qué refieren los poetas? Lo mismo, el estatuto de la claridad, es desde la apercepción del individuo el validarse político del ente en totalidad. Homero ha muerto.[ii]
En República, 149c:
[…] cierta vez estaba junto al poeta Sófocles cuando alguien le
preguntó: ¿Cómo eres, Sófocles, en relación con los placeres sexuales?
¿Eres capaz aun de acostarte con una mujer? - Y él respondió: «Cuida tu lenguaje,
hombre; me he liberado de ello tan agradablemente como si me hubiera liberado
de un amo loco y salvaje. » En ese momento lo que dijo me pareció muy bello, y
ahora más aún; pues en lo tocante a esas cosas, en la vejez se produce mucha
paz y libertad. Cuando los apetitos cesan en su vehemencia y aflojen su
tensión, se realiza por completo lo que dice Sófocles: nos desembarazamos de multitudes
de amos enloquecidos. Pero respecto de tales quejas y de lo que concierne al
trato de los familiares, hay una sola causa, Sócrates, y que no es la vejez
sino el carácter de los hombres. En efecto, si son moderados y tolerantes,
también la vejez es una molestia mesurada; en caso contrario, Sócrates, tanto
la vejez como la juventud resultarán difíciles a quien así sea.
Ante la vejez, una institución temporal del
ser, el carácter queda atribuido como orden y determinación atemporal del ser
para con la entidad el hombre. [¿cómo
así asumen el carácter los historiadores al historiar?] [de los historiadores,
la adjudicación de sentido o identidad al evento en el interpretarse, reconocer
y recordar la identidad en la vinculación del movimiento con la estructura de
emplazamiento de su transcurso historiográfico atenido en decurso de prosa].
Entre el aquello de [lo que están de acuerdo
los poetas] y en [lo que difieren los poetas], el hombre se coloca por lo igual
y diferencia a tanto el común orden de media y atigencia en la recepción por
validación en la verdad de lo verdadero. Agamenón en la Orestiada de Esquilo compliendo
su hybris contra Artemisa y la Belleza entera.
¿Qué ha operado ya en esto a condición de
señorío para con el poeta en la totalidad del referirse de la institución
metafísica por método en su verdad?
La claridad y lo penetrable: la condición
temporal en la posibilidad de condición al conocimiento.[iii]
Ion, rapsoda; Homero, Hesiodo, poetas; su
“hablar” sobre adivinos; los adivinos y el saber de sí en la interioridad de la
técnica para con lo verdadero.[iv]
La herejía adquirirá en este reconocerse la totalidad de sus motivos. De la
expectación la atingencia para con la verdad en el presentarse del “ser” por lo
verdadero: los estatutos políticos que alguien cual Sócrates puede instituir
para con la “belleza”, el “honor”, la “verdad”.[v]
El interpretar del ser y el
emplazamiento de estructura de lo “universal”:
Soc. - ¿Hay algo sobre lo que Homero y
Hesíodo dicen las mismas cosas?
ION. - Ya lo creo, y muchas.
Sóc. - Y acerca de ellas, ¿qué
expondrías tú más bellamente, lo que dice Homero o lo que dice Hesíodo ?
ION. - Me daría igual, Sócrates, si es
que se refieren a lo mismo.
Soc. - Y, ¿con respecto a aquello
sobre lo que no dicen las mismas cosas? Sobre el arte divinatorio, por ejemplo,
ambos, Homero y Hesíodo, dicen algo de él.
ION. - Ciertamente.
SQc. - Entonces, aquellas cosas sobre
las que, hablando de adivinación, están de acuerdo los dos poetas y aquellas otras
sobre las que difieren, ¿serías tú quien mejor las explicase o uno de los
buenos adivinos?
ION. - Uno de los adivinos.
Sóc. - Y si tú fueras adivino, y
fueras capaz de interpretar aquellas cosas en las que concuerdan, ¿no sabrías,
quizá, interpretar aquellas en las que difieren?
ION. - Es claro.
¡“¿Qué expondrías tú más bellamente?”! Disponibilidad
de la previsión en totalidad. Disponibilidad de la totalidad en previsión. Previsión
de la totalidad en la previsión de la disponibilidad. Así entonces venir al ser
a hablar de cosas. De las cosas lo mismo, las mismas cosas.
[Homero] [Hesiodo] [arte adivinatorio]
[rapsodas] [Ion] [Sócrates]
Del carácter peculiar de los particulares así
jerarquizados en institución a la fe del diálogo, los estatutos de verdad a la
interrogación por lo verdadero en su sentido. El ente.
El ente, en su estatuto, tiene pertinencia y
propiedad a la circunspección de la palabra por cosa en habla y enunciado.
De las cosas que hablan los poetas, el
someterse del todo a la institución y el valor de crítica del Nous[vi]:
¿Cómo es, pues, que tú eres experto en Homero y no en Hesíodo o en
alguno de los otros poetas? ¿O es que Homero habla de cosas distintas de las
que hablan todos los otros poetas? ¿No trata la mayoría de las veces de guerra,
de las mutuas relaciones entre hombres buenos y malos, entre artesanos u
hombressin oficio? ¿No habla también de cómo se relacionan los dioses entre sí
y de su trato con los hombres, de los fenómenos del cielo y del infierno, del
nacimiento de los dioses y los héroes? ¿No son estas cosas sobre las que Homero
hizo su poesía?
La cosa es así dispuesta como el [sobre] del
hacer la poesía.
De ello entonces la nivelación a lo mismo del
decir de los poetas ante el decir de los arquitectos, el decir de los abogados,
el decir de los médicos o el decir del filósofos.
ION. - Sí,
Sócrates, pero no han poetizado de la misma manera que Homero.
Soc. -
¿Cómo, pues?, ¿peor?
ION. - Con
mucho.
Soc. - Y
Homero, ¿mejor?
ION. - Sin
duda que mejor, por Zeus.
Soc. - Y bien, querido, insuperable Ion, cuando muchos hablan de
los números y uno lo hace mejor, ¿podrá alguien reconocer con certeza al que
así habla ?
ION. - Yo
digo que sí.
Soc. - Y
¿es el mismo el que distingue a los que hablan mal, o es otro?
ION. - El
mismo, sin duda.
Soc. - Por
tanto, éste será aquel que posea la ciencia de los números.
ION. - Sí.
SOC. - ¿Entonces qué? Cuando, entre muchos que hablan de cuáles
deben ser los alimentos sanos, uno habla mejor, ¿habrá alguien capaz de saber
que dice cosas excelentes el que las dic e, y otro, a su vez, de conocer que
habla mal, el que así habla?, o ¿son el mismo?
ION. - Es claro
que el mismo.
Así, de la apercepción, la manera, de la
manera la comparación y el comparador. El compararse de lo comparado por el
comparador obtiene del compararse en referencia de lo comparado por el comparar
la mutua medida que todo lo dispone y del disponerlo lo entrega y lo condiciona
en la claridad de todo el respecto: el hombre.
Luego de la medida, la manera ya es el
discurso de la especialidad, y hay especialistas en la poesía como cualquier
otra cosa en tanto hay especialistas en esta u otra técnica o disciplina.[vii]
De ello lo poético ha sido reducido en
condición a la totalidad de su respecto de posibilidad: la materia.[viii]
Materia hace así en condición de percepción,
el todo para el apercatarse.
Materia queda entonces como el SOBRE de la
MANERA del habla del poeta.[ix]
.[x]
.[xi]
Método y dioses de la guitarra: la
constitución de emolumentos.
Te
refieres –dije yo- a esos valientes músicos que provocan tormentos a las
cuerdas y las torturan estirándolas sobre las clavijas. Pero termino con esta
imagen, para no alargar esta comparación con los golpes que les dan a las
cuerdas con el plectro, acusándolas de su negativa a emitir un sonido o de su
facilidad para darlo. En realidad, no es de ellos de quienes hablo, sino de aquellos
a los cuales decía que debíamos interrogar acerca de la armonía. Pues estos
hacen lo mismo en la armonía que los otros en la astronomía, pues buscan
números en los acordes que se oyen, pero no se elevan alas problemas ni examinan cuáles son los números
armónicos y cuáles no, por qué en cada caso.[xiv]
-
Hablas de una tarea digna de los
dioses.
-
Más bien diría que es una tarea útil
para la búsqueda de lo Bello y de lo Bueno, e inútil si se persigue de otro
modo.
-
Es probable.
-
Ahora bien, pienso que, si el camino a
través de todos estos estudios que hemos descrito permite arribar a una
relación y parentesco de unos con otros, y a demostrar la afinidad que hay
entre ellos, llevaremos el asunto hacia el punto que queremos y no trabajaremos
inútilmente, de otro modo, será en vano.
-
¿La que concierne al preludio o cuál
otra? ¿No sabes que todo esto no es más que un preludio a la melodía que se
debe aprender? ¿O acaso crees que los versados en aquellos estudios son
dialécticos?
-
No ¡por Zeus! Con excepción de algunos
pocos que he encontrado casualmente.
-
Pero en tal caso los que no son
capaces de dar razón y recibirla, ¿sabrán alguna vez lo que decimos que se debe
saber?
-
Una vez más no.
-
Veamos, Glaucón: ¿no es ésta la
melodía que ejecuta la dialéctica? Aunque sea inteligible, es imitada por el
poder de la vista cuando, como hemos dicho, ensaya mirar primeramente a los
seres vivos y luego a los astros, y por fin al sol mismo. Del mismo modo,
cuando se intenta por la dialéctica llegar
a lo que es en sí cada cosa, sin sensación alguna y por medio de la
razón, y sin detenerse antes de captar por la inteligencia misma lo que es el
Bien mismo, llega el término de lo inteligible como aquel prisionero al término
de lo visible.
-
Enteramente de acuerdo.
-
¿Y bien? ¿No es esta marcha lo que
denominabas dialéctica?
-
Sin duda.
-
Pues bien: la liberación de los
prisioneros de sus cadenas, el volverse desde las sombras hacia las figurillas
y la luz, su ascenso desde la morada subterránea hacia el sol, su primer
momento de incapacidad de mirar allí a los animales y plantas y a la luz del
sol, pero su capacidad de mirar los divinos reflejos en las aguas y las sombras
de las cosas reales, y no ya sombras de figurillas proyectadas por otra luz que
respecto del sol era como una imagen: todo este tratamiento por medio de las
artes que hemos descrito tiene el mismo poder de elevar lo mejor que hay en el
alma hasta la contemplación del mejor de todos los entes, tal como nuestra
alegoría se elevaba el órgano más penetrante del cuerpo hacia la contemplación
de lo más brillante del ámbito visible y de la índole del cuerpo.(a)
-
Lo admito, aunque sin duda es algo
difícil de admitir, pero por otro lado es difícil no admitirlo. No obstante –y
puesto que no sólo en este momento presente hemos de discutirlo, sino que
quedan muchas oportunidades para volver sobre él-, démoslo por ahora como
admitido, y vayamos hacia la melodía para describirla como hemos hecho con su
preludio. Dime cuál es el modo del poder dialéctico, en qué clases se divide y
cuales son sus caminos. Pues me parece que se trata de caminos que conducen
hacia el punto llegados al cual estaremos, como al final de la travesía, en
reposo.
-
Es que ya no serás capaz de seguirme,
mi querido Glaucón. No es que yo deje de mi parte nada de buena voluntad, pero
no sería ya una alegoría como antes lo que verías, sino la verdad misma, o al
menos lo que parece ser ésta. Si es realmente así o no, no creo ya que podamos
afirmarlo confiadamente, pero sí podemos arriesgarnos a afirmar que hay algo
semejante que se puede ver. ¿No es así?
-
Claro que sí.
-
¿Y podemos afirmar también que el
poder dialéctico sólo se revelará a aquel que sea experto en los estudios que
hemos descrito, y que cualquier otro es incapaz?
-
Sí, eso se puede afirmar con
seguridad.
-
En todo caso, nadie nos discutirá
esto: que hay otro método de aprehender en cada caso sistemáticamente y sobre
todo, lo que es cada cosa. Todas las demás artes o bien se ocupan de las
opiniones y deseos de los hombres, o bien de la creación y fabricación de
objetos, o bien del cuidado de las cosas creadas naturalmente o fabricadas
artificialmente. En cuanto a las restantes, que dijimos captan algo de lo que
es, como la geometría y las que en ese sentido la acompañan, nos hacen ver lo
que es como en sueños, pero es imposible ver en ellas en estado de vigilia;
mientras se sirven de supuestos, dejándolos inamovibles, no pueden dar cuenta
de ellos. Pues bien, si no conocen el principio y anudan la conclusión y los
pasos intermedios a algo que no conocen, ¿Qué artificio convertirá semejante
encadenamiento en ciencia?
-
Ninguno.
-
Por consiguiente, el método dialéctico
es el único que marcha, cancelando los supuestos, hasta el principio mismo, a
fin de consolidarse allí. Y dicho método empuja poco a poco al ojo del alba,
cuando está sumergido realmente en el fango de la ignorancia, y lo eleva a las
alturas, utilizando como asistentes y auxiliares para esta conversión a las artes que antes hemos descrito. A éstas
muchas veces las hemos llamado “ciencias”, por costumbre, pero habría que darles
un nombre más claro que el de “opinión” pero más oscuro que el de “ciencia”. En
lo dicho anteriormente lo hemos diferenciado como “pensamiento discursivo” pero
no es otra cosa que disputar acerca del nombre de materias tales como las que
se presentan a examen.
-
No, en efecto.
-
Entonces estaremos satisfechos, como
antes, con llamar a la primera parte “ciencia”, a la segunda “pensamiento
discursivo”, a la tercera “creencia” y a la cuarta “conjetura”, y estas dos
últimas en conjunto “opinión”, mientras que a las dos primeras en conjunto
“inteligencia”, la opinión referida al devenir y la inteligencia a la esencia.
Y lo que es la esencia respecto del devenir lo es la inteligencia respecto de
la opinión; y lo que es la ciencia respecto de la creencia lo es el pensamiento
discursivo respecto de la conjetura. En cuando a la proposición entre sí y a la
división en dos de cada uno de los ámbitos correspondientes, o sea, lo opinable
o lo inteligible, dejémoslo, Glaucón, para que no tengamos que vérnoslas con
discursos mucho más largos que los pronunciados anteriormente.
-
Por mi parte, estoy de acuerdo, en la
medida que puedo seguirte.
-
Y llamas también “dialéctico” al que
alcanza la razón de la esencia; en cuanto al que no puede dar razón a sí mismo
y a los demás, en esa medida dirás que no tiene inteligencia de estas cosas.
-
¿Cómo no habría de decirlo?
-
Y del mismo modo con respecto al Bien:
aquel que no pueda distinguir la Idea del Bien con la razón, abstrayéndola de
las demás, y no pueda atravesar todas las dificultades como en medio de la
batalla, ni aplicarse a esta búsqueda –no según la apariencia sino según la
esencia- y tampoco hacer la marcha por todos estos lugares con un razonamiento
que no decaiga, no dirás que semejante hombre posee el conocimiento del Bien en
sí ni de ninguna otra cosa buena; sino que, si alcanza una imagen de éste, será
por la opinión, no por la ciencia; y que en su actual está soñando y durmiendo
y que bajará al Hades antes de poder despertar aquí, para acabar durmiendo
perfectamente allá.
-
¡Por Zeus! Diré lo mismo que tú.
-
Pero si alguna vez tienes que educar
en la práctica a estos niños que ahora en teoría educas y formas, no permitirás
que los gobernantes del Estado y las autoridades en las cosas supremas sean
irracionales, como líneas irracionales.
-
Por cierto que no.
-
¿Y les prescribirás que participen al
máximo de la educación que los capacite para preguntar y responder del modo más
versado?
-
Lo prescribiré junto contigo.
(a)
El órgano más penetrante del cuerpo es
el pene mismo, todo lo demás es un sentido figurado que distiende el penetrar
por régimen alegórico de la analogía en el develamiento del poder en el factum
de su instrumentarse.
De así, allí, el fundamento del Estado en la
elisión de la poesía por apropiación de la verdad; Violación.
Libro X de al República, 595a:
-
Y es por muchas otras razones por lo
que considero que hemos fundado el Estado de un modo enteramente correcto, y
puedo decir que esto ocurre sobre todo con lo discurrido acerca de la poesía.
-
¿A qué te refieres?
-
Al no aceptar de ningún modo la poesía
imitativa; en efecto, según me parece, ahora resulta absolutamente claro que no
debe ser admitida, visto que hemos discernido las partes del alma.[xv]
-
¿Qué quieres significar con eso?
-
A vosotros os lo puedo decir, pues no
iréis a acusarme ante los poetas trágicos y todos lo que hacen imitaciones: da
la impresión de que todas las obras de esa índole son la perdición del espíritu
de quienes las escuchan, cuando no poseen, como antídoto, el saber acerca de
cómo son.
-
¿Qué tienes en mente al hablar así?
-
Te lo diré, aunque con un cierto amor
y respeto que tengo desde niño por Homero se opone a que hable. Parece, en
efecto, que éste se ha convertido en el primer maestro y guía de todos estos
nobles poetas trágicos. Pero como no se debe honrar más a un hombre que a la
verdad, entonces pienso que debo decírtelo.(a)
-
De acuerdo.
-
Escucha, pues; o, más bien,
responde.(b)
-
Pregúntame.
-
¿Podrías decirme en líneas generales
qué es la imitación? Porque yo mismo no comprendo bien a qué apunta esta palabra.
[…]
Aquí entonces de la mímesis, a la presunción por realidad de la verdad del
objeto, el espacio se ha trascendentalizado: sólo de ello es posible pues, una
cosmogonía, así cual física total de los respectos del espacio a la creación de
los fundamentos.
598b:
-Examina
ahora esto: ¿qué es lo que persigue la pintura con respecto a cada objeto, imitar a lo que es tal como es
o a lo que aparece tal como aparece? (1)
O sea, ¿es imitación de la realidad o de la apariencia?
- de la
apariencia.
-En
tal caso el arte mimético está sin duda lejos de la verdad, según parece; y por
eso produce todas las cosas pero toca apenas un poco de cada una, y este poco
es una imagen. Por ejemplo, el pintor, digamos, retratará a un zapatero, a un
carpintero y a todos los demás artesanos, aunque no tenga ninguna experiencia
en estas artes. No obstante, si es buen pintor, al retratar a un carpintero y
mostrar su cuadro de lejos, engañará a niños y a hombres insensatos,
haciéndoles creer que es un carpintero de verdad.
- Sin duda.
-
Pienso entonces, amigo mío, que respecto de todas estas cosas hemos de pensar
lo siguiente: si alguien viene a avisarnos que ha hallado a un hombre entendido
en todos los oficios y en todas aquellas cosas que cada uno conoce, y que no
hay nada en que él no sea entendido con mayor precisión que cualquier otro, es
necesario replicar a tal persona que es muy cándida y que, al parecer, ha dado
con algún hechicero o imitador que lo ha engañado; de modo que, si le ha
parecido que era alguien omnisapiente, ha sido por no ser capaz de discenir la
ciencia de la ignorancia y de la imitación.
- Gran verdad.
-Después
de esto debemos examinar la tragedia y a su adalid, Homero, puesto que hemos
oído a algunos decir que éstos conocen todas las artes, todos los asuntos
humanos en relación con la excelencia y el malogro e incluso los asuntos
divinos. Porque dicen que es necesario que un buen poeta, si va a componer
debidamente lo que compone, componga con conocimiento; de otro modo no será
capaz de componer. Hay que examinar, pues, si estos comentaristas, al
encontrarse con semejantes imitadores, no han sido engañados, y al ver sus
obras no se percatan de que están alejadas en tres veces de lo real, y de que
es fácil componer cuando no se conoce la verdad; pues estos poetas componen
cosas aparentes e irreales. O bien, si tiene algo de peso lo que afirman tales
comentaristas, los buenos poetas conocen realmente las cosas que a la mayoría
le parce que dicen bien.
- En efecto, debe
indagarse eso.
-¿piensas
entonces que, si alguien fuera capaz de crear tanto el objeto que es imitado
como su imagen podría su celo entregarse a la artesanía de las imágenes, y que
en su vida antepondría esto a los demás, como siendo lo mejor?
-No, por cierto.
-Pienso,
antes bien, que, si fuera entendido verdaderamente en aquellas cosas que imita,
se esforzaría por las cosas efectivas mucho más que por sus imitaciones, e
intentaría dejar tras de si muchas obras bellas como recuerdo suyo y anhelaría
más ser celebrado que ser el que celebra a otros.
- Creo que sí,
pues serían bien distintos el honor y el provecho.
-
De otras cosas no pediremos cuentas a Homero ni a ningún otro de los poetas,
preguntándoles si alguno de ellos era médico o sólo imitador de los discursos
de los médicos, ni preguntaremos a quiénes se dice que cualquiera de los poetas
antiguos o recientes ha sanado, como Asclepio, o qué discípulos en medicina ha
dejado tras de sí, como éste dejó a sus descendientes, ni los interrogaremos en
lo tocante a las otras artes; dejémoslo
pasar. Pero en cuanto a los asuntos más bellos e importantes de los que Homero
se propone hablar, lo relativo a la guerra y a la educación del hombre, tal vez
sea justo preguntarle inquisitivamente: “Querido Homero, si no es cierto que
respecto a la excelencia seas el tercero contando a partir de la verdad, ni que
seas un artesano de imágenes como el que hemos definido como imitador, sino que
eres segundo y capaz de conocer cuáles ocupaciones tornan mejores a los hombres
y cuáles peores en privado y en público, dinos: ¿cuál Estado fue mejor
gobernado gracias a ti, como Lacedemonia gracias a Licurgo, y, gracias a muchos
otros, numerosos Estados grandes y pequeños? ¿Qué Estado te atribuye ser buen
legislador en su beneficio, como lo atribuyen Italia y Sicilia a Carondas y
nosotros a Solón? ¿Y a ti cuál Estado? ¿Puedes mencionar?
-No creo- dijo
Glaucón-, pues ni siquiera lo mencionan los devotos de Homero.
-
¿Y qué guerra se recuerda del tiempo de Homero que haya sido bien conducida
bajo su mando o siguiendo su consejo?
- Ninguna.
-
¿Pero se cuenta de él obras propias de un sabio tales como invenciones
ingeniosas múltiples para las artes o para algún otro tipo de actividad, del
mismo modo que se cuentan respecto de Tales de Mileto y Anacarsis el escita?
- Nada de esta
índole.
-
Pero si no se puede decir nada de él en
lo público, ¿si en lo privado? ¿Se cuenta que Homero mismo, mientras
vivía, ha dirigido la educación de algunos que lo han amado por su trato y que
han legado a sus sucesores alguna vía homérica de vida, tal como Pitágoras fue
amado excepcionalmente por esto, al punto que sus sucesores aún hoy denominan
“pitagórico” un modo de vida por el cual resultan distintos de los demás
hombres?
-
No, nada de eso se cuenta. Pues en cuanto a Creófilo, el discípulo de Homero,
Sócrates, tal vez parezca más ridículo por su educación que por su nombre, si
es cierto lo que se cuenta acerca de Homero, pues se cuenta de éste padeció en
vida un gran descuido por parte de aquél.
-
En efecto, se cuenta eso. Pero ¿piensas, Glaucón, que si Homero hubiese sido
realmente capaz de educar a los hombres y hacerlos mejorar, no habría hecho
numerosos discípulos que lo honraran y amarán? Sin embargo, el caso es que
Protágoras de Abdera, Prodico de Ceos y muchos otros, en sus lecciones privadas,
podían inculcar en sus contemporáneos la idea de que no serían capaces de
administrar ni su casa ni su Estado si ellos no supervisaban su educación, y
por esta sabiduría eran amados hasta tal punto que por poco sus discípulos no
los paseaban sobre sus hombros; los contemporáneos de Homero, por el contrario,
si éste hubiera podido ayudar a los hombres respecto a la excelencia, ¿le
habrían permitido a éste y a Hesiodo ir recitando sus poemas de un lado a otro?
Más bien ¿no se habrían aferrado a ellos más que al oro y los habrían obligado
a vivir consigo en sus casas y, en caso de no persuadirlos, no los habrían
seguido por cualquier lado por donde fueran, hasta sacar suficiente partido de
su enseñanza?
-Creo Sócrates,
que dices absolutamente la verdad.
-Dejamos
establecido, por lo tanto, que todos los poetas, comenzando por Homero, son
imitadores de imágenes de la excelencia y de las otras cosas que crean, sin
tener nunca acceso a la verdad; antes bien, como acabamos de decir, el pintor,
al no estar versado en el arte de la zapatería, hará lo que parezca un zapatero
a los profanos en dicho arte, que juzgan sólo en base a colores y a figuras.
- De acuerdo.
-
Así también, se me ocurre, podemos decir que el poeta colorea cada una de las
artes con palabras y frases, aunque él mismo sólo está versado en el imitar, de
modo que a los que juzgan sólo en base a las palabras les parezca que se
expresa muy bien, cuando, con el debido metro, ritmo y armonía, habla acerca
del arte de la zapatería o acerca del arte del militar o respecto de cualquier
otro; tan poderoso es el hechizo que producen estas cosas. Porque si se
desnudan las obras de los poetas del colorido musical y se las reduce a lo que
dicen en sí mismas, creo que sabes el papal que hacen, pues ya lo habrás observado.
(1)
La imitación es algo cuyo ser de la
verdad no se pregunta por algo.
(a)
De aquí, lo que ya le compramos a
Platón es todo el discurso de la presencia del ente por sustancia a tanto de
realidad y apariencia (que toda apariencia es real y toda realidad es aparente), disputa que sólo en el tránsito de la idea
–cual el juicio en Kant- puede tender el puente que aune lógica y sentido en la
institución política de la verdad: Poder.
De
allí la dislocación del devenir; su fractura es representar.
Qué
es todo lo que los griegos interrumpieron.
Cómo
los reportan los hebreos, qué aprenden entonces ahí de sí unos de otros. ¿Qué
nos pueden corroboran nuestros informantes?
Más
entonces, qué sabemos y cómo sabemos eso que decimos que llamamos por griegos y
hebreos; ya la simple vocación de corroborar quiere comprobar por efecto la
estabilidad lógico-ideal del respecto material que aquí y allá –el presente
analítico que nombra ante el pretendido respecto analítico que se presenta por
continuidad o espacio estable-; allí de sí la destrucción de toda espacialidad
es la emergencia del espacio.
(b)
Aquí se sustituye toda la hermenéutica
del escuchar por la corrección del responder con claridad lo claro.
Comprender no es identificar, es interpretar.
Interpretar no es conocimiento más el conocimiento es interpretar.
Identificar comprender por identidad lo
comprendido. La lógica requisita al sujeto, la interpretación sujeta la
comprensión de si por espacio-tiempo vindicado. Función, argumento, después la
fiesta y el ocaso del todo en realidad.
[i]
Belleza, la maldición para el poeta.
¡Ah, Citerón! ¿Por qué me acogiste? ¿Por qué no
me diste muerte tan pronto me recibiste, para que
nunca hubiera mostrado a los hombres de dónde había
nacido? ¡Oh Pólibo y Corinto y antigua casa paterna
—sólo de nombre—, cómo me criasteis con apariencia de
belleza, pero corrompido de males por dentro! Ahora soy
considerado un infame y nacido de infames.
Esquilo, Agamenón, v. 918 y ss.:
considerado un infame y nacido de infames.
Esquilo, Agamenón, v. 918 y ss.:
Por lo demás, no me trates
con esa molicie,
con modos que son apropiados
para una mujer, ni,
como si fuera un hombre
bárbaro, abras tu boca con acla maciones con la rodilla en tierra en mi honor,
ni provoques
la envidia tapizando de
alfombras mi senda. Con eso
sólo a los dioses se debe
rendir honor, que a mí no deja
de darme miedo, siendo sólo
un mortal, caminar sobre esa
belleza bordada. Quiero
decirte que, como a un hombre,
no como a un dios, me des
honores. Sin necesidad de alfombras
ni bordados, mi fama grita,
y el tener sentimientos
sensantos es el máximo don
de la deidad. Hay que estimar
hombre dichoso sólo al que
ha acabado su vida con
una grata prosperidad. Yo
tendría seguridad de conseguir
lo, si en todo me fuera bien
como hasta ahora.
La negación a la belleza,
palabra del poder, es del hombre su humanidad entera. Luego por conocimiento el
precipicio. Allí de sí toda altura, después las cadenas en el abismo:
Esquilo, Prometeo, v. 489 y
ss.:
Definí con exactitud el
vuelo de las aves rapaces:
cuáles son favorables por
naturaleza y cuáles siniestros;
qué clase de vida tiene cada
una, cuáles son sus odios,
sus amores y compaiiías, la
tersura de sus entraiias y qué
color debe tener la bilis
para que sea grata a los dioses,
y la varia belleza del
lóbulo hepático.
¿La varia belleza del lóbulo
hepático? Titanomaquia. Hesiodo, Teogonía, v. 612 y ss.
[...]
en su alma y en su corazón; y su mal es incurable.
De esta manera no es posible engañar ni transgredir
la voluntad de Zeus; pues ni siquiera el Japetónida, el
remediador Prometeo, logró librarse de su terrible
cólera, sino que por la fuerza, aunque era muy astuto,
le aprisionó una enorme cadena. A Briareo, a Coto y a Giges,
cuando en un principio su padre se irritó con ellos en su corazón,
les ató con fuerte cadena receloso
de su formidable vigor, así como de su belleza y estatura,
y les hizo habitar bajo la espaciosa tierra.
Allí aquéllos, entre tormentos, viviendo
bajo la tierra, permanecieron en lugar remoto, en los
confines de la ancha tierra, por largo tiempo, muy angustiados
Y con su corazón lleno de terrible dolor. Mas
el Crónida y los demás dioses inmortales que concibió
Rea de hermosos cabellos en abrazo con Cronos, de
nuevo los condujeron a la luz según las indicaciones
de Gea. Pues ésta les explicó con todo detalle que con
su ayuda conseguirían la victoria y brillante fama.
Ya hacía tiempo que luchaban soportando dolorosas
fatigas enfrentados unos contra otros a través de violentos
combates, los dioses Titanes y los que nacieron
de Cronos; aquéllos desde la cima del Otris, los ilustres
Titanes, y éstos desde el Olimpo, los dioses dadores de
bienes a los que parió Rea de hermosos cabellos acostada
con Cronos
De esta manera no es posible engañar ni transgredir
la voluntad de Zeus; pues ni siquiera el Japetónida, el
remediador Prometeo, logró librarse de su terrible
cólera, sino que por la fuerza, aunque era muy astuto,
le aprisionó una enorme cadena. A Briareo, a Coto y a Giges,
cuando en un principio su padre se irritó con ellos en su corazón,
les ató con fuerte cadena receloso
de su formidable vigor, así como de su belleza y estatura,
y les hizo habitar bajo la espaciosa tierra.
Allí aquéllos, entre tormentos, viviendo
bajo la tierra, permanecieron en lugar remoto, en los
confines de la ancha tierra, por largo tiempo, muy angustiados
Y con su corazón lleno de terrible dolor. Mas
el Crónida y los demás dioses inmortales que concibió
Rea de hermosos cabellos en abrazo con Cronos, de
nuevo los condujeron a la luz según las indicaciones
de Gea. Pues ésta les explicó con todo detalle que con
su ayuda conseguirían la victoria y brillante fama.
Ya hacía tiempo que luchaban soportando dolorosas
fatigas enfrentados unos contra otros a través de violentos
combates, los dioses Titanes y los que nacieron
de Cronos; aquéllos desde la cima del Otris, los ilustres
Titanes, y éstos desde el Olimpo, los dioses dadores de
bienes a los que parió Rea de hermosos cabellos acostada
con Cronos
[ii] Cfr. Aristóteles, Sobre la interpretación,
21a, 26 y ss.:
Homero es
algo, v.g.: poeta; entonces, ¿es también o no? En efecto, el ES se predica de
Homero accidentalmente, pues es en cuanto poeta, pero el ES no se predica en sí
mismo acerca de Homero.
[iii]
Cfr. Gadamer, Verdad y método, p. 447:
El arte epistolar
consiste en no dejar, que la palabra escrita degenere en tratado, sino en
mantenerla abierta
a la
respuesta del corresponsal. Pero también consiste a la inversa en mantener y satisfacer
correctamente la medida de validez definitiva que posee todo cuanto se dice por
escrito. Pues la distancia temporal que separa el envío de una carta de
la recepción de su respuesta no es sólo un hecho externo sino que acuña la
forma de comunicación de la correspondencia esencialmente, como una forma
especial de lo escrito. Es significativo que el acortamiento de los
plazos postales no sólo no haya conducido a una intensificación de esta forma
de comunicación, sino que por el contrario haya favorecido la decadencia del
arte de escribir cartas.
El carácter
original de la conversación como mutua referencia de pregunta y respuesta se
muestra incluso en un caso tan extremo como el que representa la dialéctica
hegeliana en su condición de método filosófico. El desarrollo de la totalidad de
la determinación del pensar que intenta la lógica hegeliana es también el intento
de abarcar en el gran monólogo del «método» moderno la continuidad de sentido
que se realiza particularmente cada vez en la conversación de los hablantes.
Cuando
Hegel se plantea la tarea de hacer fluidas y de dar alma a las determinaciones
abstractas del pensar, esto significa refundir la lógica en la forma de
realización del lenguaje, el concepto en la fuerza de sentido de la palabra que
pregunta y responde; aun en su fracaso, un grandioso recuerdo de que era y es
la dialéctica. La dialéctica hegeliana es un monólogo del pensar que Intenta
producir por adelantado lo que poco a poco va madurando en cada conversación
auténtica.
[iv]
Cfr. Victor Hugo al respecto de Shakesperare, Prometeo, Esquilo y el Estado.
El otro, Esquilo, iluminado por la
adivinación inconsciente del genio, sin soñar siquiera que detrás de él está,
en el Oriente, la respiración de Job, la complementa, integral y el género
humano, a quien Job no enseñaba sino el cumplimiento del deber, sentirá en
Prometeo los primeros albores del derecho. Una suerte de espanto llena a
Esquilo desde el comienzo al fin; una Medusa se dibuja vagamente detrás de los
astros que se mueven en la luz. Esquilo es magnífico y formidable; tal como si
se viera un fruncimiento del entrecejo del sol. Existen dos Caínes, dos
Eteocles y dos Polinices, en tanto en el Génesis sólo existe uno de cada uno.
Su nube de oceánidas va y viene en medio de un cielo tenebroso, como una
bandada de pájaros asustados. Esquilo excede todas las proporciones conocidas.
Es rudo, abrupto, excesivo, incapaz de pendientes moderadas, casi feroz, con
una gracia que se asemeja a las flores de los lugares Inaccesibles, se siente
menos preocupado por las ninfas que por las numénides del partido de los
Titanes, y de entre las deidades escoge las más sombrías, al tiempo que sonríe
siniestramente a las Górgonas, hijas de la tierra como Othrys y Briareo, y
presto para recomenzar el ataque contra el advenedizo Júpiter. Esquilo es el
misterio antiguo hecho hombre; algo así como un profeta pagano. Su obra, si la
conociéramos íntegramente, sería una especie de Biblia griega. Poeta
hecatonquiro, poseyendo un Orestes más fatal que Ulises y una Tebas más grande
que Troya, duro como la roca, tumultuoso como la espuma, lleno de escarpas, de
torrentes y precipicios, y tan gigante que, por momentos, parece que se
transformara en montaña. Posterior a Homero, hace pensar, sin embargo, en un
antecesor de Homero.
[v]
Y mejor no hablemos ahora de Kant.
[vi]
¿Qué? Quién puede saberlo, más ahora es lo mínimo relevante. El Juicio se ha
abierto.
[vii]
Aristóteles, Retórica, Libro Tercero, I, Sobre la elocución y la acción:
La acción, cuando se pone en práctica,
produce el mismo efecto que el arte teatral; han intentado hablar un poco sobre
este arte algunos autores, como Trasímaco en sus Modos de mover a compasión;
el tener habilidad teatral, por otra parte, es cosa de naturaleza y
bastante al margen del arte, aunque sí está dentro del arte, en cuanto a
elocución. Por eso también a los que son hábiles en eso se les otorgan premios,
como también a los oradores por el aspecto de su treatralidad; ya que los
discursos escritos valen más por su elocución que por su pensamiento.
Comenzaron primero a accionar, como es natural, los poetas; porque los nombres
son imitaciones; y la voz nos resulta el más imitativo de todos los órganos;
por eso se formaron las artes, la recitación poética, el arte teatral y otros.
Dado que los poetas, aun diciendo simplezas, parecían con su dicción conseguir
la gloria, por eso la primera dicción resultó ser la poética, como la de
Gorgias. Aun ahora, la mayoría de los que no han recibido instrucción alguna,
piensa que los que usan este estilo son los que mejor hablan, lo cual no es
así, antes es distinta la dicción de discurso y la de la poesía. Y lo demuestra
lo ocurrido; porque ni los autores de tragedias utilizan ya el mismo estilo,
sino que, a medida que pasaron del tetrámetro al yambo—por ser este entre todos
los metros el más semejante a la prosa—, también omitieron todas las palabras
que estaban en uso fuera de lo conversacional, con las que los primeros
embellecían su lenguaje; y aún ahora las omiten también los que hacen
hexámetros. Por eso es ridículo imitar a estos, cuando ya ni ellos mismos
utilizan aquel estilo, de manera que resulta evidente que todo cuanto hay que
decir sobre la dicción, no debe ser examinado minuciosamente por nosotros, sino
solo cuanto se refiere a aquella dicción de que hablamos. De aquella que se ha
hablado ya en los libros sobre la Poética.
[viii]
De la materia para la política las instituciones de enseñanza. Aristóteles,
política, V, de la educación de la Ciudad perfecta, VII:
En punto a instrumentos y a ejecución,
rechazamos, por tanto, aquellos estudios que son propios de los que se dedican
a ser profesores, esto es, de los que se destinan a tomar parte en los combates
solemnes de la música. Los que tal hacen no se proponen mejorarse a sí mismos
moralmente, sino que sólo tienen en cuenta el placer grosero de los futuros
oyentes. Y así no considero esta como una ocupación digna de un hombre libre y
sí como un trabajo de mercenario, que sólo sirve para hacer artistas de
profesión. El fin a que el artista aspira en este caso con el mayor empeño es
malo, porque tiene que rebajar su obra poniéndola al alcance de los
espectadores, cuya grosería envilece muchas veces a los artistas que intentan
complacerles, degradando hasta su cuerpo a causa de los movimientos que han de
hacer para tocar su instrumento.
En cuanto a armonías y a ritmos, ¿se
deben incluir todos indistintamente en la educación, o se deben elegir algunos?
¿Admitiremos solamente, como hacen hoy los que se ocupan de esta parte de la
enseñanza, dos elementos en música, la melopea y el ritmo, o añadiremos uno
más? Importa conocer con precisión el poder de la melopea y del ritmo desde el
punto de vista de la educación. ¿Debe preferirse la perfección de la una o la
de la otra? Como todas estas cuestiones han sido, a nuestro parecer, muy
discutidas por algunos músicos de profesión y por algunos filósofos que practicaron
la misma enseñanza de la música, recomendamos los exactos pormenores de sus
obras a todos los que quieran profundizar esta materia; y ya que aquí tratamos
de la música sólo desde el punto de vista del legislador, nos limitaremos a
algunas generalidades fundamentales.
Admitimos la división de los cantos
hecha por algunos filósofos, y distinguimos, como ellos, el canto moral, el
animado y el apasionado. Dentro de la teoría de estos autores, cada uno de
estos cantos corresponde a una armonía especial, que es análoga a él. Partiendo
de estos principios creemos que de la música se puede sacar más de un género de
utilidad, puesto que puede servir a la vez para instruir el espíritu y para
purificar el alma. Decimos aquí, en general, que puede purificar el alma, pero
ya trataremos este punto con más claridad en nuestros estudios sobre la
Poética. En tercer lugar, la música puede emplearse como un solaz y servir para
distraer el espíritu y procurarle descanso después del trabajo. Igual uso
deberá hacerse, evidentemente, de todas las armonías, pero con fines diversos
en cada una de ellas. Para el estudio se escogerán las más morales; y para los
conciertos, en lo que uno oye pero no toca, se escogerán las animadas y
apasionadas. Estas impresiones que ciertas almas experimentan de un modo tan
poderoso, alcanzan a todos los hombres, aunque en grados diversos; porque
todos, sin excepción, se ven arrastrados por la música a la compasión, al
temor, al entusiasmo. Algunos se dejan dominar más fácilmente que otros por
estas impresiones; y así puede verse cómo, después de haber oído una música que
ha conmovido su alma, se tranquilizan de repente al escuchar los cantos
sagrados, que vienen a ser para ésta una especie de curación y purificación
moral. Estos cambios bruscos tienen lugar también necesariamente en aquellas
almas que se dejan arrastrar por el encanto de la música a la compasión, al
terror, o a cualquier otra pasión. Cada oyente se siente conmovido, según que
estas sensaciones han influido más o menos en él; pero todos han experimentado
una especie de purificación y se sienten aliviados de este peso por el placer
que han experimentado. Por el mismo motivo, los cantos que purifican el alma
nos producen una alegría pura; y deben dejarse estas armonías y estos cantos
tan impresionables a los músicos que tocan en el teatro. Pero los oyentes son
de dos especies; unos que son libres e ilustrados, y otros, artesanos y
groseros mercenarios, que tienen necesidad de juegos y espectáculos para
descansar de sus fatigas. Como en estas naturalezas inferiores el alma se ha
torcido y separado de su debido camino, tiene necesidad de armonías tan
degradadas como ella y de cantos de un color falso y de una rudeza que no
pierden jamás. Cada cual sólo encuentra placer en lo que responde a su
naturaleza, y he aquí por qué concedemos a los artistas que han de disputarse
el premio el derecho de acomodar la música a los groseros
oídos de los que deben escucharla.
Pero en la educación, lo repito, sólo se admitirán los cantos y las armonías
que tiene un carácter moral, como, por ejemplo, según hemos dicho ya, la
armonía dórica. También es preciso aceptar cualquiera otra que propongan los
versados en la teoría filosófica o en la enseñanza de la música. Sócrates, en
la República de Platón, al no admitir más que el modo frigio al lado del
dórico, incurre en una equivocación tanto más extraña cuanto que ha proscrito
el estudio de la flauta. Es el modo frigio en las armonías poco más o menos lo
que la flauta entre los instrumentos, puesto que ambos producen igualmente en
el alma sensaciones impetuosas y apasionadas. La poesía misma lo prueba bien,
porque en los cantos que consagra a Baco y en todas sus producciones análogas a
éstas exige, ante todo, el acompañamiento de la flauta. En los cantos frigios
es donde particularmente tiene lugar este género de poesía, por ejemplo, el
ditirambo, cuyo carácter completamente frigio nadie desconoce.
Las gentes versadas en estas materias
citan de esto muchos ejemplos, entre otros, el de Filóxeno, el cual, después de
haber intentado componer su ditirambo, las Fábulas, según el modo dórico, se
vio obligado, por la naturaleza misma de su poema, a emplear el modo frigio,
único que convenía bien en aquel caso.
En cuanto a la armonía dórica, todos
convienen en que tiene más gravedad que todas las demás, y que su tono es más
varonil y más moral. Partidarios declarados, como lo somos nosotros, del
principio que busca siempre el término medio entre los extremos, sostendremos
que la armonía dórica, que es la que tiene este carácter entre todas las demás,
debe ser evidentemente enseñada con preferencia a la juventud. Dos cosas deben
tenerse aquí presentes: lo posible y lo oportuno; porque lo posible y lo
oportuno son principios que deben guiar a todos los hombres; pero la edad de
los individuos es la única que puede determinar lo uno y lo otro. A los hombres
fatigados por la edad les sería muy difícil modular cantos vigorosamente
sostenidos, y la naturaleza misma les inspira más bien modulaciones suaves y
dulces. Así es que algunos autores que se han ocupado de la música han echado
en cara a Sócrates, y con razón, el haber proscrito las armonías dulces de la
educación, con el pretexto de que sólo eran propias de la embriaguez. Sócrates
se ha equivocado al creer que tenía que ver con la embriaguez, cuyo carácter
consiste en una especie de frenesí, mientras que el de los cantos no es más que
el de una dulce dejadez. Cuando llega la época próxima a la edad senil es bueno
estudiar las armonías y los cantos de esta especie, y hasta creo que se podría
encontrar entre ellos uno que convendría perfectamente a la infancia, y que
reuniría, a la vez, la decencia y la instrucción; y, a nuestro juicio, tal
sería con preferencia a cualquiera otro el modo lidio. Y así en punto a
educación musical, se requieren esencialmente tres cosas: primero, evitar todo
exceso; segundo, hacer lo que sea posible, y, finalmente, hacer lo que sea
oportuno.
[ix]
San Agustín, Confesiones, I, XVI “Reprueba el método
que comúnmente se observa en la enseñanza de la juventud”:
Pero ¡oh funesto y caudaloso río de la costumbre! ¿Quién te podrá resistir?, ¿hasta cuándo ha de durar tu corriente sin secarse?, ¿hasta cuándo envolverás en tus olas a los hijos de Eva, dando con ellos en este mar profundo y espantoso que apenas en la sagrada nave de la cruz se puede vadear? ¿Por ventura no fue la costumbre la que puso en mi mano aquellos libros, en que leí que Júpiter truena en el cielo y adultera en la tierra? Y verdaderamente él no pudiera hacer estas dos cosas; pero esto se fingió con la mira de que el adulterio verdadero tuviese un modelo autorizado con un trueno fingido.
Pero ¿qué filósofo de buen juicio oye con serenidad de ánimo y con paciencia lo que el otro de su misma profesión está clamando y diciendo: Estas cosas las fingía Homero, que trasladaba a los dioses las flaquezas de los hombres, y más quisiera yo que hubiera trasladado a nosotros las virtudes de los dioses? Es muy cierto que Homero fingió todas estas cosas, pero fue siempre atribuyendo divinidad o haciendo dioses a unos hombres viciosos y malvados, para que los delitos más enormes no pareciesen tales; y para que se juzgase que cualquiera que hiciese aquellas maldades no imitaba a unos hombres perdidos, sino a unos dioses que habitaban en los cielos.
Y no obstante eso, ¡oh río infernal de la costumbre!, a ti se arrojan los hijos de los hombres con los estipendios que dan por aprender unas máximas tan perjudiciales, y se tienen por una gran cosa cuando esto se ejecuta públicamente en la plaza y con autoridad de las leyes que determinen se den salarios y gratificaciones, además de sus ordinarios estipendios, y entonces conmovidas tus piedras con el imperio de tus olas, hacen gran ruido diciendo: aquí se aprende a hablar bien; aquí se adquiere elocuencia, tan necesaria para persuadir las cosas y explicar las sentencias. Pues qué, ¿no podríamos saber estas palabras, rocío de oro, regazo, engaño, bóveda del cielo, y otras tales voces que se hallan escritas en la misma fábula, si Terencio no hubiera introducido en una de sus comedias a aquel joven lascivo que toma a Júpiter por ejemplo de su impureza, mirando una pintura que había en la pared, donde se representaba el modo con que dicen que Júpiter engañó a Dánae, bajando a su regazo disfrazado y transformado en rocío o lluvia de oro? Y ve aquí cómo aquel joven se provoca a sí mismo a deshonestidad, diciendo de este modo: «Pero ¿qué dios fue el que cometió este estupro? No menos que aquel dios tan poderoso, que con los truenos hace que se estremezcan y retumben las bóvedas del cielo. Pues yo, que soy un hombre mortal y flaco, ¿tendré por cosa indigna de ejecutarse lo que se dice haber ejecutado un dios tan grande? Lo hizo efectivamente con toda voluntad».
De donde se sigue que la obscenidad y torpeza de esta fábula no es la que sirve y conduce para que se aprendan mejor aquellas expresiones; antes al contrario, por medio de semejantes palabras se obra con mayor libertad aquella torpeza. No acuso yo las voces o palabras, que son como unos vasos preciosos y exquisitos, sino el vino del error que nos daban a beber en ellos unos maestros embriagados ya de él, y que nos castigaban si no queríamos beberlo, sin que nos fuera permitido apelar a algún juez sobrio y que no estuviese preocupado como ellos y poseído del error.
Y no obstante eso, yo, Dios mío, en cuya presencia hago memoria de estas cosas con seguridad, las aprendí gustoso y, pobre de mí, me deleitaba en ellas; y por eso se decía de mí que era un muchacho de grandes esperanzas.
Ibidem, libro III, cap. VI:
Pues ¿dónde estabais entonces para mí? ¡Cuán lejos estabais de mí, Dios mío! Mas yo era el que andaba alejado de Vos, y que me veía, como el hijo pródigo, privado aun de las bellotas con que alimentaba a los cerdos. Porque, a la verdad, ¡cuánto mejores eran las fábulas de los gramáticos y poetas que estas ilusiones y trampas engañosas! Pues los versos y composiciones poéticas, y aun la representación de Medea volando por esos aires, son ciertamente más útiles y conducentes que la doctrina de aquellos impostores, que ponían y enseñaban haber cinco elementos, los que decían estar colocados en cinco cuevas o cavernas tenebrosas. Todo lo cual, además de ser fingido y no tener ser alguno, es tan perjudicial, que da la muerte a quien lo llega a creer. Pero los versos y poesías los traslado a verdaderos principios y hago que me sirvan de pasto verdadero, y si cantaba o refería en verso la fábula de Medea, que volaba por los aires, no era afirmándolo como verdadero, ni tampoco lo creía aunque se lo oyese referir a otro; pero aquellas doctrinas confieso que llegué a creerlas.
¡Pobre infeliz de mí!, ¡por qué grados fui cayendo hasta dar en el profundo abismo en que me veía! Porque yo, Dios mío (a quien confieso todas mis miserias, pues tuvisteis piedad de mí antes que yo pensase confesároslas), con mucha fatiga y ansia, por hallarme tan falto de la verdad, os buscaba, Dios mío, con los ojos y demás sentidos de mi cuerpo, y no con la potencia intelectiva, en que Vos quisisteis que me distinguiese y aventajase a los irracionales, siendo así que Vos estabais más dentro de mí que lo más interior que hay en mí mismo, y más elevado y superior que lo más elevado y sumo de mi alma.
De este modo vine a dar con aquella mujer atrevida y sin prudencia, de quien hace un enigma Salomón, y la propone sentada en su silla a la puerta de su casa, diciendo a los pasajeros: Comed gustosamente de los panes ocultos y guardados, y bebed el agua hurtada, que es más dulce. Ésta, pues, me engañó fácilmente, porque me halló vagueando fuera de mí, esto es, ocupado en las cosas exteriores y que se ven y perciben por los sentidos corporales, que eran únicamente las que yo meditaba en mi interior.
Pero ¡oh funesto y caudaloso río de la costumbre! ¿Quién te podrá resistir?, ¿hasta cuándo ha de durar tu corriente sin secarse?, ¿hasta cuándo envolverás en tus olas a los hijos de Eva, dando con ellos en este mar profundo y espantoso que apenas en la sagrada nave de la cruz se puede vadear? ¿Por ventura no fue la costumbre la que puso en mi mano aquellos libros, en que leí que Júpiter truena en el cielo y adultera en la tierra? Y verdaderamente él no pudiera hacer estas dos cosas; pero esto se fingió con la mira de que el adulterio verdadero tuviese un modelo autorizado con un trueno fingido.
Pero ¿qué filósofo de buen juicio oye con serenidad de ánimo y con paciencia lo que el otro de su misma profesión está clamando y diciendo: Estas cosas las fingía Homero, que trasladaba a los dioses las flaquezas de los hombres, y más quisiera yo que hubiera trasladado a nosotros las virtudes de los dioses? Es muy cierto que Homero fingió todas estas cosas, pero fue siempre atribuyendo divinidad o haciendo dioses a unos hombres viciosos y malvados, para que los delitos más enormes no pareciesen tales; y para que se juzgase que cualquiera que hiciese aquellas maldades no imitaba a unos hombres perdidos, sino a unos dioses que habitaban en los cielos.
Y no obstante eso, ¡oh río infernal de la costumbre!, a ti se arrojan los hijos de los hombres con los estipendios que dan por aprender unas máximas tan perjudiciales, y se tienen por una gran cosa cuando esto se ejecuta públicamente en la plaza y con autoridad de las leyes que determinen se den salarios y gratificaciones, además de sus ordinarios estipendios, y entonces conmovidas tus piedras con el imperio de tus olas, hacen gran ruido diciendo: aquí se aprende a hablar bien; aquí se adquiere elocuencia, tan necesaria para persuadir las cosas y explicar las sentencias. Pues qué, ¿no podríamos saber estas palabras, rocío de oro, regazo, engaño, bóveda del cielo, y otras tales voces que se hallan escritas en la misma fábula, si Terencio no hubiera introducido en una de sus comedias a aquel joven lascivo que toma a Júpiter por ejemplo de su impureza, mirando una pintura que había en la pared, donde se representaba el modo con que dicen que Júpiter engañó a Dánae, bajando a su regazo disfrazado y transformado en rocío o lluvia de oro? Y ve aquí cómo aquel joven se provoca a sí mismo a deshonestidad, diciendo de este modo: «Pero ¿qué dios fue el que cometió este estupro? No menos que aquel dios tan poderoso, que con los truenos hace que se estremezcan y retumben las bóvedas del cielo. Pues yo, que soy un hombre mortal y flaco, ¿tendré por cosa indigna de ejecutarse lo que se dice haber ejecutado un dios tan grande? Lo hizo efectivamente con toda voluntad».
De donde se sigue que la obscenidad y torpeza de esta fábula no es la que sirve y conduce para que se aprendan mejor aquellas expresiones; antes al contrario, por medio de semejantes palabras se obra con mayor libertad aquella torpeza. No acuso yo las voces o palabras, que son como unos vasos preciosos y exquisitos, sino el vino del error que nos daban a beber en ellos unos maestros embriagados ya de él, y que nos castigaban si no queríamos beberlo, sin que nos fuera permitido apelar a algún juez sobrio y que no estuviese preocupado como ellos y poseído del error.
Y no obstante eso, yo, Dios mío, en cuya presencia hago memoria de estas cosas con seguridad, las aprendí gustoso y, pobre de mí, me deleitaba en ellas; y por eso se decía de mí que era un muchacho de grandes esperanzas.
Ibidem, libro III, cap. VI:
Pues ¿dónde estabais entonces para mí? ¡Cuán lejos estabais de mí, Dios mío! Mas yo era el que andaba alejado de Vos, y que me veía, como el hijo pródigo, privado aun de las bellotas con que alimentaba a los cerdos. Porque, a la verdad, ¡cuánto mejores eran las fábulas de los gramáticos y poetas que estas ilusiones y trampas engañosas! Pues los versos y composiciones poéticas, y aun la representación de Medea volando por esos aires, son ciertamente más útiles y conducentes que la doctrina de aquellos impostores, que ponían y enseñaban haber cinco elementos, los que decían estar colocados en cinco cuevas o cavernas tenebrosas. Todo lo cual, además de ser fingido y no tener ser alguno, es tan perjudicial, que da la muerte a quien lo llega a creer. Pero los versos y poesías los traslado a verdaderos principios y hago que me sirvan de pasto verdadero, y si cantaba o refería en verso la fábula de Medea, que volaba por los aires, no era afirmándolo como verdadero, ni tampoco lo creía aunque se lo oyese referir a otro; pero aquellas doctrinas confieso que llegué a creerlas.
¡Pobre infeliz de mí!, ¡por qué grados fui cayendo hasta dar en el profundo abismo en que me veía! Porque yo, Dios mío (a quien confieso todas mis miserias, pues tuvisteis piedad de mí antes que yo pensase confesároslas), con mucha fatiga y ansia, por hallarme tan falto de la verdad, os buscaba, Dios mío, con los ojos y demás sentidos de mi cuerpo, y no con la potencia intelectiva, en que Vos quisisteis que me distinguiese y aventajase a los irracionales, siendo así que Vos estabais más dentro de mí que lo más interior que hay en mí mismo, y más elevado y superior que lo más elevado y sumo de mi alma.
De este modo vine a dar con aquella mujer atrevida y sin prudencia, de quien hace un enigma Salomón, y la propone sentada en su silla a la puerta de su casa, diciendo a los pasajeros: Comed gustosamente de los panes ocultos y guardados, y bebed el agua hurtada, que es más dulce. Ésta, pues, me engañó fácilmente, porque me halló vagueando fuera de mí, esto es, ocupado en las cosas exteriores y que se ven y perciben por los sentidos corporales, que eran únicamente las que yo meditaba en mi interior.
[x]
Bergson EL MECANISMO CINEMATOGRAFICO DEL PENSAMIENTO Y LA ILUSION MECANICISTA.
EXAMEN DE LA HISTORIA DE LOS SISTEMAS. EL DEVENIR REAL Y EL FALSO EVOLUCIONISMO
[P.717]
No es
posible una perpetuidad de movilidad sino adosada a una eternidad de
inmutabilidad, que desenvuelve en una cadena sin comienzo ni fin. Tal es la
ultima palabra de la filosofia griega. No hemos tenido la pretension de
reconstruirla a priori. Tiene origenes multiples. Se relaciona, por medio de
hilos invisibles, con todas las fibras del alma antigua. En vano querriamos
deducirla de un principio simple10. Pero si se elimina
todo lo que proviene de la poesia, de la religion, de la vida social, como
tambien de una fisica y de una biologia todavia rudimentarias, si se hace
abstraccion de los materiales desmenuzables que entran en la construccion de
este inmenso edificio, nos queda una solida
armazon y esta armazon dibuja las grandes líneas de una metafisica que es, a
nuestro entender, la metafisica
natural de la inteligencia humana. Se aboca a una filosofia de este genero, en
efecto, siguiendo hasta el fin la tendencia cinematografica de la percepcion y
del pensamiento. Nuestra percepcion y nuestro pensamiento comienzan por
sustituir la continuidad del cambio evolutivo por una serie de formas estables
que serian enhebradas al pasar, como esos anillos que desenganchan los ninos
con su varilla, dando vueltas en
sus
caballos de madera. .En que consistira entonces el paso y sobre que se
enhebraran las formas? Como se han
obtenido las formas estables extrayendo del cambio todo lo que en el se
encuentra de definido, no queda ya, para caracterizar la inestabilidad sobre la
que se han puesto las formas, sino un atributo negativo: sera este la
indeterminacion misma. Tal es la primera marcha de nuestro pensamiento: disocia
cada cambio en dos elementos;
el uno, estable, definible para cada caso en particular, a saber: la Forma; el
otro, indefinible, y
siempre el
mismo, que seria el cambio en general. Y tal es tambien la operacion esencial
del lenguaje. Las formas son
todo lo que el es capaz de expresar. Queda reducido a sobreentender o se limita
a sugerir una movilidad
que, justamente porque permanece inexpresa, se considera que permanece tambien
la misma en todos los casos. Sobreviene entonces una filosofia que tiene por
legitima la disociacion asi efectuada por el pensamiento y el lenguaje. .Que
hara sino objetivar la distincion con mas fuerza, llevarla hasta sus
consecuencias extremas, reducirla a sistema? Compondra, pues, lo real con
Formas definidas o elementos inmutables, de una parte, y, por otra, con un
principio de movilidad que, al ser la negacion de la forma, escapara por
hipotesis a toda definicion y sera lo indeterminado puro. Cuanto mas dirija su
atencion hacia estas formas que el pensamiento delimita y que el lenguaje
expresa, mas las vera elevarse por encima de lo sensible y sutilizarse en puros
conceptos, capaces de entrar unos en otros e incluso de reunirse, en fin, en un
concepto unico, sintesis de toda realidad, acabamiento de toda perfeccion.
[xi]
Dostoyevsky, los Hermanos karamazov:
Escucha.
Supongamos que dos hombres se liberan de la servidumbre terrestre y se elevan a
regiones superiores, o, por lo menos, que se eleva uno de ellos. Supongamos que
éste, antes de emprender el vuelo, de desaparecer, se acerca al otro y le dice:
«Haz por mí esto o aquello...», cosas que no es corriente pedir, que sólo se
piden en el lecho de muerte. Si el que se queda es un amigo o un hermano,
¿rechazará la petición?
-Haré lo
que me pides, pero dime en seguida de qué se trata.
-En
seguida, en seguida... No, Aliocha, no te apresures: apresurarse es
atormentarse. En este caso, las prisas no
sirven para
nada. El mundo entra en una era nueva. Es lástima, Aliocha, que no te
entusiasmes nunca. ¿Pero qué
digo? Es a
mi a quien le falta entusiasmo. Soy un tonto.
»Hombre,
sé noble.»
¿De quién
es ese verso?
Aliocha
decidió esperar. Había comprendido que este asunto absorbería toda su
creatividad. Dmitri permaneció un
momento
pensativo, acodado en la mesa y la frente en la mano. Los dos callaban.
-Aliocha,
sólo tú puedes escucharme sin reírte. Quisiera empezar mi confesión con un himno
a la vida, como el «An die
Freude»
de Schiller. Yo no sé alemán, pero sé cómo es
la poesía «An die Freude»... No creas que estoy parloteando
bajo los
efectos de la embriaguez. Necesito beberme dos botellas de coñac para
emborracharme
»...como el
bermejo Sileno
sobre su
asno vacilante,»
y yo no me
he bebido sino un cuarto de botella. Además, no soy Sileno. No, no soy Sileno,
sino Hércules, ya que he
tomado una
resolución heroica. Perdóname esta comparación de mal gusto. Hoy tendrás que
perdonarme muchas cosas. No te inquietes, que no parloteo: hablo seriamente y
voy al grano. No seré tacaño como un judío. ¿Pero cómo es la poesía?
Espera.
Levantó la
cabeza, reflexionó y empezó a declamar apasionadamente:
-Tímido,
salvaje y desnudo se ocultaba
el
troglodita en las cavernas;
el
nómada erraba por los campos
y
los devastaba;
el
cazador temible, con su lanza y sus flechas,
recorría
los bosques.
¡Desgraciado
del náufrago arrojado por las olas
a
aquellas inhóspitas riberas!
Desde
las alturas del Olimpo
desciende
una madre, Ceres, en busca
de
Proserpina, a su amor arrebatada.
El
mundo se le muestra con todo su horror.
Ningún
asilo, ninguna ofrenda
se
ofrecen a la deidad.
Aquí
se ignora el culto a los dioses
y
no hay ningún templo.
Los
frutos de los campos, los dulces racimos,
no
embellecen ningún festín;
los
restos de las víctimas humean solos
en
los altares ensangrentados.
Y
por todas partes donde Ceres
pasea
su desconsolada vista
sólo
percibe
al
hombre sumido en honda humillación.
Los
sollozos se escaparon del pecho de Mitia, que cogió la mano de Aliocha:
-Sí,
Aliocha, en la humillación. Así ocurre también en nuestros días. El hombre
sufre sobre la tierra males sin
cuento. No
creas que soy solamente un fantoche vestido de oficial, que lo único que sabe
es beber y hacer el crápula. La
humillación,
herencia del hombre: tal es casi el único objeto de mi pensamiento. Dios me
preserva de mentir y de
envanecerme.
Pienso en ese hombre humillado, porque soy yo mismo.
»Para
que el hombre pueda salir de su abyección
mediante
el impulso de su alma,
ha
de establecer una alianza eterna
con
su antigua madre: la tierra.»
¿Pero cómo
establecer esta alianza eterna? Yo no fecundo a la tierra abriendo su
seno, porque no soy labrador.
Tampoco soy
pastor. Avanzo sin saber hacia dónde: si hacia la luz radiante o hacia la más
denigrante vileza. Esto es lo
malo: todo
es denigrante en este mundo. Cada vez que me he hundido en la más baja
degradación, cosa que ha sido casi
constante,
he releído estos versos sobre Ceres y la miseria del hombre. ¿Pero han servido
para corregirme? No. Porque
soy un
Karamazov; porque cuando caigo al abismo, caigo de cabeza. Y te advierto que me
gusta caer así: este modo de
caer tiene
cierta belleza a mis ojos. Y desde el seno de la abyección entono un himno. Soy
un hombre maldito, vil y
degradado,
pero beso el borde de la túnica de Dios. Sigo el camino diabólico, pero sin
dejar de ser tu hijo, Señor, y te
amo, y
siento esa alegría sin la cual el mundo no podría subsistir.
»La
alegrla eterna anima
el
alma de la creación.
Transmite
la llama de la vida
mediante
la fuerza misteriosa de los
gérmenes;
ella
es la que ha hecho brotar la hierba
y
convertido el caos en soles
dispersos
en los espacios
insumiso
al astrónomo.
Todo
lo que respira
extrae
la alegrla del seno de la naturaleza;
arrastra
en pos de ella a los hombres y a los
pueblos;
ella
nos ha dado amigos en la adversidad,
el
jugo de los racimos, las coronas de las
Gracias;
a
los insectos la sensualidad...
Y
el ángel se mantiene ante Dios.»
Pero basta
de versos. Déjame llorar, Que todos menos tú se rían de mi tontería. Veo
brillar tus ojos. Basta de versos.
Ahora
quiero hablarte de los «insectos», de esos a los que Dios ha obsequiado con la
sensualidad. Yo mismo soy uno de
ellos.
Nosotros, los Karamazov, somos todos así. Ese insecto vive en ti, levantando
tempestades. Pues la sensualidad es
una
tormenta, y a veces más que una tormenta. La belleza es algo espantoso.
Espantoso porque es indefinible, y no se
puede
definir porque Dios sólo ha creado enigmas. Los extremos se tocan; las
contradicciones se emparejan. Mi instrucción es escasa, hermano mío, pero he
pensado mucho en estas cosas. ¡Cuántos misterios abruman al hombre!
Penetra en
ellos y sale intacto. Penetra en la belleza, por ejemplo. No puedo soportar que
un hombre de gran corazón y
de elevada
inteligencia empiece por el ideal de la Virgen y termine por el de Sodoma. Pero
lo más horrible es que,
llevando en
su corazón el ideal de Sodoma, no repudie el de la Virgen y se abrase en él
como en los años de su juventud
inocente.
El espíritu del hombre es demasiado vasto: me gustaría reducirlo. Así no hay
medio de que nos conozcamos.
El corazón
humano, el de la mayoría de los hombres, halla la belleza incluso en actos
vergonzosos como el ideal de
Sodoma. Es
el duelo entre Dios y el diablo: el corazón humano es el cameo de batalla.
Además, se habla del
sufrimiento... Pero vayamos al asunto.
[xii] Hayden White,
EL TEXTO HISTÓRICO COMO ARTEFACTO LITERARIO p. 133:
De aquí se
desprende que los historiadores constituyen sus temas como posibles objetos
de representación narrativa a partir del mismo lenguaje que usan para describirlos.
Y si éste es el caso, eso significa que los diferentes tipos de
interpretaciones históricas que poseemos para el mismo conjunto de
acontecimientos, como por ejemplo la Revolución francesa interpretada por Michelet,
Tocqueville, Taine y otros, son poco más que proyecciones de los protocolos
lingüísticos que esos historiadores usaron para pre-figurar ese conjunto
de acontecimientos antes de
escribir sus narrativas sobre el mismo. Ésta es sólo una hipótesis, pero parece
posible que la convicción del historiador de que él ha «encontrado» la forma de
su narrativa en los acontecimientos mismos, más que imponiéndosela, al modo en
que lo hace el poeta, sea el resultado de cierta carencia de autoconciencia
lingüística que dificulta ver hasta qué punto las descripciones de los
acontecimientos ya contienen las interpretaciones de su naturaleza.
Visto de esta manera, la diferencia entre los relatos de Michelet y Tocqueville
no reside tan sólo en que el primero tramó su relato adoptando la modalidad de
la novela y el segundo la de tragedia; reside también en el modo tropológico
–metafórico y metonímico, respectivamente- que cada uno confirió a su
aprehensión de los hechos que aparecían en los documentos. La plausibilidad de esta
hipótesis, que es el principio informante de mi libro Metahistoria. Sin
embargo, espero que este ensayo pueda servir para sugerir un enfoque del
estudio de formas de prosa discursiva como la historiografía, un enfoque tan
antiguo como el estudio de la retórica y tan novedoso como lingüística moderna.
Tal estudio avanzaría tomando como referencia las ideas apuntadas por Roman
Jakobson en un artículo titulado «Lingüística y poética», donde señala que la
diferencia entre la poesía romántica y las distintas formas de la prosa
realista decimonónica reside en la naturaleza esencialmente metafórica de la
primera y la naturaleza esencialmente metonímica
de la última. Considero que esta caracterización de la diferencia entre poesía
y prosa es demasiado estrecha de miras, porque presupone que las narrativas
complejas macroestructurales, como la novela, son poco más que proyecciones del
eje «selectivo» (es decir, fonémico) de todos los actos discursivos. Jakobson
caracteriza, así pues, poesía, y especialmente la poesía romántica, como una
proyección del eje «combinatorio» (esto es, morfémico) del lenguaje. Una teoría
binaria tal empuja al analista hacia una oposición dualista entre poesía y
prosa que parece descartar la posibilidad de una poesía metonímica y una prosa
metafórica.
Pero la
prodigalidad de la teoría de Jakobson cansa en la sugerencia de que tanto las
distintas formas de poesía como de prosa, que tienen todas ellas sus ejemplos
en la narrativa en general y, por lo tanto, también en la historiografía,
pueden ser caracterizadas en términos del tropo dominante
que sirve como paradigma, provisto por el lenguaje mismo, de todas las
relaciones significantes cuya existencias puede concebir cualquiera que desee
representar esas relaciones en el lenguaje.
[xiii]
Nietzsche, Segunda consideración intempestiva:
Al indagar
los peligros de la historia, nos hemos expuesto a recibir sus golpes más duros;
en nuestra misma carne llevamos los estigmas de sufrimiento que afligen a los
seres humanos de la edad moderna como consecuencia de un exceso de historia, y
no ocultaré que estas páginas muestran, en su crítica desmedida, en su
humanidad inmadura, en sus saltos frecuentes de la ironía al cinismo, del
orgullo al escepticismo, su carácter moderno, el carácter de la personalidad
débil. Y, sin embargo, tengo fe en la fuerza inspiradora que, en lugar de un
genio tutelar, guía mi nave, confío en la juventud y creo que ella me ha guiado
bien al empujarme ahora a una protesta contra la educación histórica que el
hombre moderno da a la juventud y cuando el que protesta pide que el hombre aprenda,
ante todo, a vivir y use la historia tan solo al servicio de la vida que ha
aprendido a vivir. Hay que ser joven para entender esta protesta, y, con la
tendencia a
encanecer
demasiado pronto que es propia de nuestra juventud actual, apenas se puede ser
suficientemente joven para sentir contra quién exactamente se dirige esta
protesta. Me serviré de un ejemplo para hacerme entender. Hace poco más de un
siglo se despertó en Alemania, entre algunos jóvenes, un instinto natural para
lo que se llama poesía. ¿Se puede pensar que las generaciones anteriores y las
de su tiempo nunca hablaron sobre un arte que les era íntimamente extraño y no
natural? Sabemos que sucedió todo lo contrario: que, en la medida de sus
fuerzas, sobre «poesía» pensaron, escribieron, discutieron. Con palabras, sobre
palabras, palabras, palabras. El despertar de una palabra a la vida no suponía,
al mismo tiempo, la muerte de esos creadores de palabras; en cierto sentido,
viven hoy todavía. Si, como dice Gibbon, para que desaparezca un mundo no hace
falta más que tiempo, pero mucho tiempo, tan solo se requiere tiempo, pero
todavía mucho más tiempo, para que, en Alemania, el «país del poco a poco»,
desaparezca una falsa concepción. Más aún: tal vez hay ahora un centenar de
hombres más que
hace un siglo que saben qué es poesía; tal vez habrá, dentro de un siglo, otros
cien hombres más que, entre tanto, han aprendido qué es cultura y que los
alemanes hasta ahora
no han tenido ninguna cultura, no importa lo mucho que de ella hablen y de ella
se gloríen.
A sus ojos,
la satisfacción general de los alemanes con su «cultura, aparecerá tan
increíble y necia como, ante nosotros, el clasicismo un tiempo tan reconocido
de Gottsched o la reputación de Ramler como un Píndaro alemán. Ellos pensarán,
tal vez, que esta cultura no es más que una especie de conocimiento sobre la
cultura y, además, un
conocimiento muy falso y superficial. Falso y superficial porque se toleró la
contradicción entre vida y conocimiento, porque no se percibió lo que
caracteriza la cultura de las naciones verdaderamente cultas: que la cultura
solo puede crecer y florecer partiendo de la vida; pero, entre los alemanes, es
como una flor de papel o una cobertura azucarada
y, por eso, está siempre destinada a permanecer engañosa y estéril. La
educación de la juventud alemana parte precisamente de esta concepción falsa y estéril
de la cultura. Su objetivo, concebido de forma pura y elevada, no es, en realidad,
el hombre culto y libre, sino el docto, el hombre de ciencia, y precisamente el
hombre de ciencia utilizable lo antes posible, que se pone fuera de la vida
para reconocerla más claramente.
El
resultado, desde una perspectiva vulgarmente empírica, es el filisteo
histórico-estético de la cultura, disertador de lo viejo y de lo nuevo que
divaga sobre el Estado, la Iglesia, el arte, sensorium de mil sensaciones de
segunda mano, estómago insaciable que no sabe qué es verdadera hambre y qué es
verdadera sed. Que una educación con tales resultados va contra la naturaleza,
lo siente solo el que no ha sido del todo modelado por ella, lo siente solo el
instinto de la juventud, pues esta tiene todavía el instinto de la naturaleza
que esa educación destroza artificiosa y violentamente. Pero el que quiere derrumbar
esta educación debe ayudar a la juventud a expresarse a sí misma, debe
iluminar, con claridad de conceptos, su inconsciente oposición y hacer que se
exprese de modo
consciente y en voz alta. ¿Cómo podrá lograr un objetivo tan fuera de lo común?
______________
Humanismo y
el espíritu que lega.
El espíritu
de lo humano que se hace llamarse así quien se llama,
Palabra
despacio secreto, despacio, despacio.
La piedra,
el signo y después el calce.
El dasein,
la historiograficidad obviada por método.
¿Qué es
Dasein? Método a sí.
Una
doctrina, la doctrina trascendental en la aquilación de todo horizonte de
perspectiva.
[xiv]
Del buscar número por los astrónomos, este fragmento de Hipócrates: [GALENO, Hipócrates, Sobre los aires
VI 202]
Y muchas cosas dijo sobre esta
cuestión el sabio 'Ns1r6s. Cuando surge la constelación de las K6ri
(Pléyades), comienzan los hombres la mies. Cuando se pone, comienzan a
arar y a labrar la tierra. Dijo además que la constelación de las nori (Pléyades)
está oculta cuarenta días y cuarenta noches. Luego, aparece de noche ... por lo
que no se ve durante bastante tiempo ni es apreciada durante muchas noches
después de estas cuarenta, según dijo el sabio y docto 'Ns'ros. Dijo
también que no hay ninguna estrella de esta índole excepto una, la que se llama
S6mr '1 pdkd (Arturo) ... Pero todos los hombres famosos
posteriores a Hipócrates están de acuerdo en que la primavera es el equinoccio
que sigue al invierno, que el orto de la constelación Kimah (las
Pléyades) es el comienzo del verano, que el orto del Can es el comienzo del
otoño. 'Si'6sds, que estaba versado en otras materias, dijo
también esto, que el orto de la constelacióin Kimah es el
comienzo del verano, que su ocaso es el comienzo del invierno. Y también ell
poeta Hornero dijo que esta estrella que se llama Can (si: trata en realidad de
Sirio) surge con orto resplandeciente por la estación de los frutos.
[xv]
El no aceptar la poesía imitativa. Así entonces Sábato en El Tunel. De ello el
Quijote y el giro entero de la poesía en España y el Mundo.