El artista observa una escena, contempla una realidad que ya se presenta como espectáculo. Si no, para qué prestarle atención de principio. Como con la perfección que causa asombro y exige estudiar al ente natural del Darwin naturalista, el artista encuentra también un valor esencial presente ahí en la realidad, eso es lo que toma por lo representable.
Así, lo digno de ser representado es un valor evidente de suyo, o al menos así podría pensarse, pues después de revisar cualquier historia de la pintura, podríamos descubrir que ese valor evidente de suyo, llámesele belleza si se quiere, cambia de época a época, de corriente artística a corriente artística.
Luego, sería fácil llegar a la conclusión de que la belleza no es eterna, sino por el contrario un valor histórico que nunca permanece estable. Sin embargo, tal juicio no excluye la posibilidad de que más allá de los valores temporales que valorizan lo bello, la valorización de la belleza sea una constante, un eterno retorno de lo mismo. No debe escapar a la reflexión que en tal proceso, ser la valorización una constante, se coloca lo más allá de lo existente de nuevo y al final para apreciar lo existente: nihilismo.
Resultará un poco extraño y más desde la necesidad de distinguir actualmente una cosa de otra, pero la imagen, lo que se presenta a la observación y la experiencia de ella, justo el valorizar de la imagen, son dos procesos ajenos y puntuales que sin embargo son indisociables uno del otro. La imagen no es lo representado en un cuadro por ejemplo, y la experiencia de aquella tampoco es el enfrentarse a la pasiva exposición de un objeto, que en reposo se ofrece a la mirada de un espectador. Tanto una como la otra, imagen y experiencia de ella, se reúnen en un sólo momento: la impresión.
En el dilema entre imagen y experiencia, muy bien se podría interrogar por el ser de aquello que como imagen o como experiencia se presenta, ya que tal como se planteó la cuestión --desde el cuadro --, no se puede distinguir exactamente sin nos referimos al mundo del pintor o al mundo del espectador. Si se acepta que la imagen no es lo representado, lo representado no debe ser como tal igualado a lo visible en el cuadro, porque lo representado aparece al pintor como lo representable.
Está estructura presenta la misma relación acontecida en el caso del espectador, su experiencia y el cuadro que le sale al paso, que cada momento de este sistema posee un contenido que ya se encuentra proyectado significativamente en un mundo, mundo que a su vez es ya siempre contenido por cada uno de los mismos eventos del sistema.
La relación entre lo representado y lo representable por tanto es la de ser un evento significativo, que por ser significativo lo representable requiere de una interpretación, de una significación, pero apareciendo como representable, y por raro que parezca, sólo después de haber aparecido ya representado. La extrañeza aquí tiene por origen la tendencia del pensar a querer entender la imagen o a la experiencia de algo como procesos autónomos, naturales o empíricos que simplemente son descubiertos y ofertados después a la opinión pública.
La imagen y la experiencia de ella no son momentos que posean ya en sí lo indispensable para ser estudiados, comprendidos o historiados, pues tanto la imagen de algo como la experiencia de ella, son momentos estructurales, eventos significativos que requieren de significación. El sentido posee dos momentos que vienen dotados por un circulo hermenéutico que, haciendo advenir significación sobre algo, retrotrae ese algo significativo a la existencia actual, presentándolo ahí a la observación y disponiéndolo para ser comprendido y sometido a patrones cronológicos ya dispuestos.
Tal circulo hermenéutico, que así proporciona sentido a lo significativo, es lo opuesto al evento significativo a pesar de ir en ello. Por ello finalmente, es el ser de la relación entre lo representable y la representación efectiva. El circulo dispone por tanto en tal relación, de un pasado ya presupuesto como lo representado, que se presenta en tanto observación como momento puntual –sólo estructural y sólo así simultaneo en cada evento sincrónico si se prefiere.
Para poder entender esto, produciendo así la justificación necesaria para poder observar la dimensión histórica de las cuestiones aquí tratadas, es indispensable entender al evento significativo y al evento significante a la luz del proceso creativo, que sin dejar de ser un círculo hermenéutico, tiene el extra de no presentarse o acontecer como un mero proceso simbólico, ya que el proceso creativo o imaginación no es simplemente la psique del creador que imagina algo en el teatro de su mente.
El proceso creativo posee además el beneficio de ser idéntico al proceso productivo. La luz del posible entender esto no está, proviene haciendo presente algo que, como suceso puntual acaecido, “reposa” o se ofrece en tanto pasado aguardando siempre significación actual. La realización de este proceso –realidad– , es lo que se entiende por actualización, es decir, poner al tiempo.
Lo que queremos explicar en este capitulo es lo que denominamos historiográficamente crack de la representación. Por ello es indispensable entender qué es representación para poder justificar dentro de nuestro estudio histórico de la hermenéutica, la noción de crack como quiebre de los ordenes de sistemas o códigos que disponían da la representación. Pues entre el evento significativo y el evento significante se dirime actualizándose constantemente el ámbito de posibilidad categorial, el cual dictamina en cada actualización no sólo el uso de las cosas justo en el cómo se nombran; más allá y apuntando a nuestro tema, determina la disposición de la representación y la emergencia de lo posible en tanto posibilidad de acontecimiento, pues dictamina el ámbito de posibilidad qué es real y qué es ficción, qué lo bello, lo horrible, lo monstruoso, pero dictamina y dispone de qué es lo justo y lo injusto también. Lo esencial a nuestros fines es que estas asignaciones de valor son y están en el conformar, gestar y gestionar del mundo.
Con la proposición crack de la representación es la disposición de ella la que se quiebra, cómo, podrá observarse al contemplarse que sí una proposición posee sentido, es en relación a un trasfondo, el ámbito de posibilidad categorial, que no sólo dota de coherencia a la proposición, sino que la coherencia misma, el sentido, es ya siempre acaeciente en el empleo práctico de técnicas sobre materiales específicos a de fin de transformarlos, aplicando en tal trasformación determinadas formas sobre materiales que de hecho ya están conformados de una u otra manera por el uso cotidiano.
La proposición, la representación, o cualquier evento significante aún antes de acontecer puntualmente, es ya siempre posible en el trasfondo de lo actual, que como actual predetermina cualquier práctica significativa o significante donde al actualizarse se quiera encontrar necesidad. Esto significa que lo que es posible al imaginar, al pensar, al representar o simplemente y para ser más generales, al producir, es producible en función de un todo estructural-estructurante que sin embargo no posee existencia puntual. Lo que se imagina es en realidad es posible ser imaginado porque ya siempre está habilitado desde la precedencia que la cultura-civilización otorga, o mejor dicho, dispone para con el producir.
Sólo es posible imaginar aquello que se encuentra concebido por una sociedad al seno de su cultura. Por ello, y a pesar de que el acto creativo –y el ser acto es acto por ser actual– se presenta o aparece como un momento único, puntual, y sólo por ello individual, constituye tal individualidad sólo un polo estructural que se confunde con la realidad.
Para observar lo anterior en relación a esta investigación, tiene que contemplarse la posibilidad de que la puntualidad con que emerge cualquier cuestión investigada por el historiador no está en oposición a la observación en tanto reposo de algo dado de antemano. Esta supuesta oposición heurísitca que se presenta como puntualidad, es indispensable cuestionarla, pues la misma puntualidad con que emerge una cuestión para el historiador es desde un caso mucho más evidente, la puntualidad con que emerge lo pintable para el pintor, o lo observable ya en tanto pintura al espectador.
Lo opuesto a la observación no yace o subyace en reposo como mero objeto. En tanto se entienda que la observación ya es antes que nada acción creativa y no mera subjetividad, lo opuesto a tal acción creativa es la actualidad, que más allá de la puntualidad del emerger de algo, se proyecta justo como ámbito de posibilidad categorial. La relatividad es en relación a un punto de observación, el acto actual que hace posible el observar.
La proposición crack de la representación busca por tanto expresar el momento histórico en que el ámbito de posibilidad categorial en tanto disposición de la representación se quebró en el claro de sus actualizaciones posibles, es decir en el medio de las prácticas representacionales, el insntante puntaul de actualización actual: técnica.
El problema historiográfico que esto representa estriba en que tal crack de la representación no es un momento histórico convencional y sometible por ello a la simple cronología. Por el contrario, el crack de la representación es un momento histórico estructural que justo se juega en dos dimensiones simultaneas que se presentan como opuestos radicales.
Para reducir términos retornamos a las cuestiones de la imagen y la experiencia de tal, pues ellas son las dos dimensiones simultaneas que. en tanto se insista en captarlas epistemológicamente como objeto y sujeto, no permiten acceder al pensamiento histórico del ser, que objeto y sujeto son representaciones que hacen posible emerja algo que de común llamamos realidad, sin ser ni uno ni otro reales como tal, sino meras estructuras de lo posible que hacen lo posible en el estrecho espacio – el ahí del Dasein – que los separa. Tal estrecho, fundante del objeto y del sujeto, de la imagen y de la experiencia de ésta, es como tal el ser de lo que se presenta, lo representado en la representación, eso que a finales del siglo XIX fue denominado como impresión, la cuál acontece al seno de la acción creativa o prácticas representacionales.
Por tanto, cuando nos refiramos a la conciencia, sujeto, mente, psique, o alma en el curso de la investigación, no referiremos otra cosa sino la imaginación, es decir el imaginar de la imagen, el producirla, el hacerla, el poetizar de la poiesis.