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domingo, 31 de julio de 2011

2.2. El crack de la representación a partir del El Grito de Munch



Tantas veces se ha impreso, la portada de tantos libros ocupa, que ha logrado finalmente hacerse hablar a la figura humanoide que, entre sus manos e inexistentes oídos, encierra lo que pocas veces se ha logrado escuchar. Y es que el que se haya hecho hablar a la obra al reproducirla, conduciéndola con ello a la fama, antes bien ha impedido se oiga el silencio más poderoso del modernismo, haciéndose olvidar tal silencio hasta reducir la paradoja a la simple anécdota graciosa.[86]




En la obra está él, o mejor dicho eso (It) ahí parado en el malecón de lo que podría ser muy bien Cristania, la actual Oslo, en Noruega. Los fiordos aparecen y se pierden al fondo cerca del horizonte, mientras una pareja de paseantes o espectadores a sólo metros de distancia asisten al momento trascendental de la conciencia desgarrada que con la sangre de su herida tiñe al rojizo cielo que nos sobrecoge.

Si se quisiera seguir pensando en la autoría individual, única e irrepetible, en el acto puntual y misterioso que jamás tendrá explicación por escapar a nuestras capacidades cognitivas, tal apuesta por la creación individual tendría que ignorar una vez más el grito que ya entre las páginas de Zarathustra (1883) hacía temblar los caracteres de la impresión de la caverna y la paz espiritual del antiguo maestro persa:

¿No oyes nada aún? – prosiguió el adivino – ¿No escuchas ese fragor y ese rugido que ascienden desde el abismo?” Zarathustra siguió callado y escuchó. Entonces oyó un grito prolongado, que los abismos se lanzaban unos a otros y se devolvían, pues ninguno de ellos quería retenerlo: tan funesto era su sonido.[87]

El Grito (1894) a pesar de ser, por provenir del abismo y ser rechazado por aquello que lo engendró, se presenta antes como silencio. Tal vez sea esto por lo cual desde que se profirió, eso que grita habita una paradoja frente a la cual tenemos que aguzar nuestros oídos para percibir tamaña explosión de sentido. Hacía el más allá de la imagen debemos enfilarnos para intentar oír el torvo sonido, pues es en el más allá de lo puesto por la imagen, la disposición de sí, hacia donde el preguntar nos tiene dirigidos para poder comprender la inquietante pintura realizada por Edvard Munch.

Estructuralmente, para escuchar lo que se representa debemos interrogar por el cómo se representa, por el cómo surge la necesidad del artista por expresar, y por cómo es posible que algo aparezca de antemano a la observación, convirtiéndose antes de ser visto, ya como posibilidad, en su obsesión e incluso en su pesadilla. La siguiente pista que encontramos está en la figura de la conciencia fracturada; de primeras sólo la de artista, pero en la consideración de que tal fractura es antes precedente y genera por ello precedencia; hémonos   ahí. 

Lo presupuesto con ello no es sino el autor, pues ya sólo podemos partir hacia él en el tema que nos interesa, la interpretación histórico hermenéutica de su obra, más aún cuando él mismo, el autor como conciencia, se transforma en el tema del El grito.

Por tanto decimos que es en la extrañeza de la conciencia donde es posible que ella aparezca frente a así misma, y esto debe entenderse desde la expresividad del grito en la obra de Munch. Para poner las cosas más claras decimos que la pintura en cuestión es en una escena, una situación representada en el claro de su mundo pero que, como imagen presenta, ese mismo mundoy nos señala, al quebrarse la representación, el quiebre de la realidad misma.

Debemos ir más allá de ese mundo de la imagen en dirección a nosotros mismos y por ello intentamos responder cómo fue que se imaginó, cómo fue el proceso creativo que colocó lo que, después y a pesar de tantas reproducciones, llega hasta nuestras miradas y oídos . El grito no trata nunca de la dichosa cosa en sí, es antes el ser de algo ahí, eso que en el ser observado, apreciado, valorado, o utilizado de cualquier manera, se presenta siempre en condiciones relativas a algo más, aconteciendo en eso que cabe llamar sentido. Si presuponemos que el grito es el ser de algo, la pregunta que queremos descubrir no es la del ese algo señalado por el ser, sino justo eso, el ser que nombra, señala, y en tal nombrar nos despliega mundo, es decir genera sentido.


[86] Se ha querido interpretar que los tonos rojizos de ese inquietante cielo en el cuadro de Munch, son el testimonio de la presencia de compuestos minerales en la atmósfera terrestre debido a la estrepitosa explosión del Krakatoa, en la Isla de Java, acontecida el 27 de septiembre de 1883. Tal interpretación para nada se descarta, sólo que en relación al contenido filosófico de la pintura de Much, simplemente es irrelevante
[87] Friedrich Nietzsche, Así habló Zarathustra, op. cit. p. 268.

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