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miércoles, 3 de agosto de 2011

1.3.- La variación y el problema de la causa final en la dirección del ámbito de posiblidad categorial

Mindil beach market, DarwinImage via Wikipedia


Queda preguntar si del hecho de que algo sea observado por el naturalista prueba ello mismo la selección. En relación al problema de la perfección, podría enunciarse que lo perfecto es lo observado bajo el signo de la perfección. ¿Hay algo que impida sea al revés? ¿Cabría imaginar que la admiración del naturalista sea la causa de la perfección del ser de algo? Cabe interrogar por el origen de tal signo, por el origen de la perfección.

La cuestión estriba no tanto en el objeto sometido a estudio, o en el modelo causal erigido para comprobarlo; por el contrario, en lo evidente de los principios que habilitan la comprensión. Darwin a pesar de abandonar causas finales como Dios, preocupado por estudiar y comprender el movimiento, no saldrá de un círculo que de antemano mantiene un ámbito de posibilidad categorial fincado en el afán de lo eterno y lo inamovible.[51] Esto querría decir que estaría valorizando lo temporal en función a lo atemporal.

Para ver mejor esto, de entre los tres conceptos ejes de la obra, variedad, origen y especie, optamos penetrar en el fenómeno de la temporalidad implicada en la hermenéutuca implicada en El origen de las especies, concentrando nuestra indagación en el fenómeno de la variación; ella en tanto causa necesaria dentro de la explicación y del método inductivo que Darwin aplicó, está mucho más allá de la aprehensión conceptual y empírica que el naturalista posee,[52] al estribar finalmente la variación en el ser o no ser seleccionado naturalmente. Su importancia finalmente radica en que como tal, la variación permitiría realizar el brinco cognitivo entre la producción humana de especies en la cría y la 
producción natural de aquellas en su propio entorno.

Vale la pena contemplar que aquello que impide al hombre dar con la causa final no es sino su expulsión o desprendimiento de lo natural, su carácter artificial y su vocación técnica. Ahora, ¿qué permitirá el descubrimiento de la causa necesaria? El dominio de la naturaleza mediante el dominio de la técnica. Pero en ello, y conceptualmente hablando, no se juega la susodicha apertura de la naturaleza entregando todos sus secretos cuando la supresión de todo misterio por parte de lo técnico es el acontecer. Digámoslo así, el dominio de la naturaleza conlleva una sustitución paulatina por una segunda naturaleza, la tecne humana, que constituye por tanto el ámbito de aseguramiento conceptual y metódico con el que Darwin procede.

No debe pasarse por alto el hecho de que como único criterio empírico para observar y cuantificar los cambios morfológicos, Darwin cuenta con una sensibilidad estética clásica, naturalizada y naturalizante. Al preguntarse por la variación como tal, cómo ocurre ésta, su cuestionar aparece desplegado en el trasfondo categorial arriba descrito por la escena de atemporalidad, lo desconocido, lo misterioso, lo perfecto. Para responder por los modos de la variación se le ofrecen ya dos ámbitos, el estado natural y el estado de cautiverio, lugar donde al menos la temporalidad del proceso de crianza es cognitiva y empíricamente aprehensible al investigador. 

Pero entonces cabe señalar que la dicotomía depende no tanto de su originalidad categorial real, sino del brutal carácter evidente de la cuestión, es decir hablamos de la práctica y ejecución de un apriori estético-económico implicado en la analítica darwiniana: la perfección formal de aquello observado. 

En tanto sus investigaciones empíricas permanecen en lo visual, su observación --y por tanto sus apreciaciones-- está ceñidas a determinadas valorizaciones de lo bello y lo monstruoso. [53] El propio Darwin lo explica:

La clave está en el poder del hombre para la selección acumulativa; la naturaleza produce variaciones sucesivas; el hombre las aumenta en determinadas direcciones útiles para él. En este sentido puede decirse que ha hecho por sí mismo razas útiles.
La gran fuerza de este principio de selección no es hipotética.[...] Los ganaderos suelen hablar del organismo de un animal como de algo plástico, que pueden modelar casi como quieren[...], la importancia del principio de selección, por lo que se refiere a la oveja merina, está reconocido tan por completo que los hombres lo ejercen como un oficio: las ovejas se colocan sobre una mesa y son estudiadas como un cuadro por un perito; esto se hace tres veces con intervalos de meses, y las ovejas son marcadas y clasificadas cada vez, de modo que las mejores pueden ser por fin seleccionadas para la cría. [54]

Esa observación determinada por un sentido estético naturalizado será lo que determina el que se adjudique un papel fundamental a la costumbre. Que ahora, dicho papel si bien lo es, no es tal en el sentido que Darwin adjudica; pues ella no es el motor del progreso, sino la práctica misma que quiere enteder al progreso por su propio sentido teleológico. Si la variación es transformación de los caracteres de una especie, la clasificación, su catalogación y categorización, más allá de la observación, dependede aquello que demanda y necesita la visualidad del fenómeno en cuestión, su acumulación. Al final no es sino la poiesis humana, la misma que sustenta y es sostenida a su vez por un ámbito de posibilidad categorial. Darwin por ello, para comprender la selección natural, se detiene en la selección humana, una selección naturalista.

[...]la importancia del principio de selección, por lo que se refiere a la oveja merina, está reconocido tan por completo que los hombres lo ejercen como un oficio: las ovejas se colocan sobre una mesa y son estudiadas como un cuadro por un perito; esto se hace tres veces con intervalos de meses, y las ovejas son marcadas y clasificadas cada vez, de modo que las mejores pueden ser por fin seleccionadas para la cría.[55]

La variación acontece en la interferencia del devenir de la especie por un agente determinado, el hombre, que opera en función de intencionalidades estéticas y morales, pero por ello mismo intencionalidades económicas y políticas. El naturalista sólo puede inferir el movimiento natural dentro de la variación artificial siguiendo ya la determinación categorial de los criterios humanos practicados por los propios criadores.

A Darwin, que no ve en esto una paradoja epistemológica, explica en estos términos la selección practicada por el hombre: “[...] si el hombre continúa seleccionando y por consiguiente aumentando, cualquier peculiaridad casi sin duda, se modificaran involuntariamente otras partes de la estructura, debido a las misteriosas leyes de la correlación.”[56] Este principio económico-estético descrito por Darwin es el núcleo epistémico de su aproximación a la naturaleza, preguntar entonces por la capacidad que tenía Darwin para captar esas misteriosas leyes, la causa final de la selección natural, estriba en los guiones narrativos y en el escenario con que contaba para desplegar una historia genial, la del origen de las especies, la propia variación, en la gratuidad gratitud de de la propia variación despreciando de principio el índice de acumulación, el movimiento puro sin tomar en cuenta sus tiempos peculiares.

Por ello, el índice para captar lo natural subyacente incluso en la selección humana, radica en la paciencia y oportunidad de la observación. Pero como ello no ocurre si no en el marco de los siglos y los milenios, la formación situacional general de la crianza, es decir tomar a la selección humana como un cuadro, una labor artificial y ordenada por principios muy claros y ya descritos por la economía política, es de lo que sí dispone para poder captar la naturaleza aun subyacente en la crianza. La naturaleza aun presente no es más que la desviación de la estructura, que más allá de la manipulación humana, mostraría mediante sus gestos más extremos, la acción de la naturaleza en plena operación humana. Tal índice no es sino la mostruosidad. ¿Qué es por tanto lo monstruoso en Darwin y por qué es lo que le aparece a consideración? Lo escribe en estos términos:

Todos hemos oído hablar de casos de albinismo, de piel con púas, de cuerpos peludos, etc., que aparecen en varios miembros de la misma familia. Si las variaciones de estructura raras y extrañas se heredan realmente, puede admitirse sin reserva que las desviaciones menos extrañas y más comunes son heredables. Quizá la manera correcta de ver todo este asunto seria considerar la herencia de todo carácter, cualquiera que sea, como la regla, y lo no herencia, como la anomalía.[57]

Y si de principio parece razonable el criterio adoptado por Darwin, cómo o por qué descartar la posibilidad de que justo los especimenes contemporáneos no sean descendientes de un individuo en su momento monstruoso, extraño o anómalo y poco común. Resulta curioso verlo así, ya en la consideración de lo posterior, pero con este argumento Darwin apuntó, salvo que descartándolo de principio, en la dirección de la interpretación aportada por el monje austriaco Gregor Mendel para explicar la deriva genética. Mendel, más allá del geometrismo en la aparición de caracteres familiares, explicó que las nuevas peculiaridades y la formación de variaciones perdurables en una especie depende de errores en la duplicación de la información genética, contenida esta dentro de aquello que para Mendel, supondría una vaina de chícharo, que cual cofre del tesoro, guardaría la información que permite la reproducción y por tanto la heredad. Darwin por el contrario, ceñido a lo superficial –por llamarlo de algún modo, pues en la cuestión del código genético y su decodificación, operan, aun cuando se prefiera ignorar, también criterios estéticos –, pero radicalizando los criterios estéticos dispuestos para la crianza, conduce su explicación al punto limítrofe del pensar anglosajón de la época. Toma por punto crítico lo común a la mayoría y de ahí descarta lo aberrante, como sí de hecho la democracia parlamentaria británica fuera un fenómeno netamente natural. Lo extraño deviene por tanto en minoría frente al carecer de suficiencia del poder para imponerse, debiendo ceder la monstruoso frente a los más fuertes en la delegación por la sobrevivencia, la lucha por la existencia.

Esto, que tiene el mismo misticismo que aquel principio que otorga el poder a los reyes o legitima en el misterio a las elites políticas, es a la par, lo que dictamina y prescribe quién o qué es lo bueno, lo justo y lo bello, es expresado como sigue:

Las leyes que rigen la herencia, son, en su mayor parte, desconocidas. Nadie puede decir por qué la misma peculiaridad en individuos diferentes de la misma especie, o en especies diferentes, es unas veces heredada y otras no; por que el niño, a menudo, en ciertos caracteres, vuelve a su abuelo o abuela, o a un antepasado más remoto; por que muchas veces una particularidad es transmitida de un sexo a los dos sexos, o a un sexo sólo, más comúnmente, aunque no exclusivamente, al sexo similar.[58]

Es en función de esto, que se nos hace inevitable postular que la selección de principios interpretativos, los observado como tal, y las inferencias lógicas ante lo “observado” en relación a los principios interpretativos, opera ya siempre en el claro predispuesto por el espacio de la representación estética, es decir, que ya todo un concepto de tiempo se juega en la investigación darwiniana, la cual, si bien parecería descarta completamente el accionar de un agente trascendente, no por ello abandona la variación al simple azar, y quiere por ello entender un universo y un mundo adecuado en la razón expectante del entregar sus secretos al intrépido investigador.

En la diferenciación de especie verdadera y raza doméstica, el punto común sigue siendo la monstruosidad. Metodológicamente, en la observación y comparación de los sujetos concretos, se descarta aquello que marca la radical diferenciación de un individuo con respecto a su especie, y es con tal descarte de lo monstruoso que emerge, en la determinación de las características comunes, la especie verdadera como tal. Lográndose en ello, desde la perspectiva del naturalista, la comprobación de la perfección acaeciente en lo natural en términos de adaptación o correlación entre las características de una especie y sus condiciones de existencia.

El problema es que la especie como tal nunca aparece, sino que de facto se presupone, luego infiriendo al tomarse individuos al azar, se pretende comprobar y demostrar necesidad donde sólo aparece, en términos puntuales, movimiento carente de sentido. No hace falta ser tan radical, sólo tiene que poderse concebir que esa necesidad, el sentido del ser, adviene como donación final al fenómeno de la mano del propio sistema de observación, el ámbito de posibilidad categorial que elabora una explicación historiográfica. Al presuponerse la especie, buscando la determinación de ella –es decir que historiográficamente hablando, en la “selección” de muestras empíricas es donde termina por operar la famosa lucha que dictamina de antemano quienes son los ganadores–, la demostración de la especie verdadera sólo depende de la definición de aquello que definidoa priori, se busca demostrar, la perfección de lo perfecto. No queremos abonar en el sentido de que al final y erradicando nuestros prejuicios, sea posible arribar a la verdad, pues está depende del uso humano de aquello que elegido por conveniencia política, se prefiere ignorar y legitimar en términos de naturaleza o necesidad. Reclamamos por el contrario el reconocimiento al carácter realizador de lo ficcional, pues lo desarrollado por Darwin aun cuando presuponga la perfección para después hallarla en las características de la especie, no es erróneo en términos históricos.

Como se verá adelante ésta es la preocupación del modernismo junto con la cuestión de lo temporal, y es que tal problema, la evidencia del carácter tautológico de la representación en términos de la verdad, ergo, la imposibilidad por mantener el carácter necesario y evidente de la necesidad, es expresado por Nietzsche bajo la fórmula de la muerte de Dios. Ahora bien, Nietzsche al fenómeno de verificación que se gestan desde el carácter ficcional de la necesidad de lo necesario, colocando en ello a lo tautológico como única necesidad, lo expresa en los términos complementarios que en tanto ser y ente, esencia y existencia, se nombra con el par de voluntad de poder y eterno retorno de lo mismo. Lo tautológico, más allá de Nietzsche y justo cuando se coloca en la dirección de la filosofía hermenéutica, deja de ser tautológico y se transforma en la posibilidad efectual. ¿Cuál será a partir de este momento la posición que en el pensar tendrá la ficción?

Recogiendo lo anterior, y en el horizonte interpretativo del ámbito de posibilidad categorial, esto quiere decir que a pesar de todas sus diferencias, que tanto el pensar de Nietzsche como el pensar de Darwin, son posibles desde el mismo ámbito. Un pensar que prefiere conservarse en el olvido y en la ignorancia de tal olvido, el esencial carácter tautológico de las proposiciones que buscan ceñir una temporalidad lineal y ascendente en un continuo progreso. Ahora bien, si esta inferencia es válida, aun se tiene que saltar la cuestión del saber que Nietzsche descubre y que como tal, es no sólo el descubrimiento del asesinato de Dios, sino también el descubrimiento de un posible nuevo ámbito de posibilidad categorial. A partir de este momento dos posiciones alternas y a pesar de las distancias inconmensurables, hermanadas irremediablemente la una a la otra, se encontrarán disponibles en el mismo ámbito de posibilidad categorial junto a una tercera plataforma sólo emergente para estos momentos, a saber entre por lo menos los años 1860-1880. Por un lado está el pensamiento clásico o tradicional que insiste en colocar a lo ficcional como lo opuesto a la realidad, entendiendo en ello a lo posible como el acto en potencia, y a lo real como lo necesario acaeciente. Lo otro, pero empujando fuertemente al tercero emergente, lo tenemos representado en la voluntad de poder de Nietzsche, para el cuál en términos de la propia voluntad y la vida, todo se justifica incluso la ficción, pero que a pesar de ser justificada aun como mentira pues es una mentira existente, sigue siendo mentira y por tanto opuesto a lo real. Si lo falso, lo ficcional y la mentira cambian su valencia, ello cambiara también irremediablemente la faz de lo real como en el próximo apartado se observará.

Así la situación, la metafísica de la mano de Nietzche llega a su solución final en el afán de diferenciar lo verdadero de lo falso, radicalizando sus posibilidades de categorización e identificando finalmente a la ficción con la realidad – y viceversa – y siempre en aras de la voluntad de poder. A partir de este momento, lo esencial, lo necesario, que en Nietzsche es la voluntad de poder –es decir la tautología de que lo que la voluntad quiere es su propio querer–, observará una radical transformación colocándose como el problema fundamental, a saber, no ya la perfección inmutable, sino el tiempo mismo. En medio, una vez modificadas las cuestiones de lo esencial o lo necesario, la cuestión de la existencia también se transformará, pasando de la cuestión del eterno retorno de lo mismo en Nietzsche, el fenómeno de la vida, a ser el origen mismo pero no en tanto realidad necesaria, sino como posibilidad eventual y original de lo histórico, el existir. La historia como gesta gestiva–gestadora se entenderá más adelante como el evento dotado de sentido desde lo ficcional, es decir, su representación historiográfica, llamada esta por nosotros evento significante. Con ello, al advenir la representación sobre el evento significativo, siembra el porvenir de promisión, de héroes, antihéroes, tierras de promesa y de esperanza o de terror, señalando en ello –y el señalar lo es todo– el destino a un pueblo, a una nación, a una cultura, pues de hecho la poesía no es sino profetizar, y profetizar es por mor el historiarse de la historia.

Pero para continuar en esta senda es fundamental antes que nada, interpretar propiamente la muerte de Dios, pues de tal ejercicio pende el explicar la eclosión de temas e inquietudes que desde los ámbitos de la subjetividad y lo absurdo pretenden reconstruir el paraíso perdido. Esto es lo que denominamos crack de la representación.

[51] ¿Es el círculo del pensar, él mismo, el ámbito de posibilidad categorial?
[52] Cfr. La prueba de la existencia de Dios y la inmortalidad del alma de Descartes.
[53] Nunca serán suficientes la amonestaciones que traten de distinguir el que lo observable y lo visible no son para nada sinónimos.
[54] Charles Darwin, El origen de las especies, op. cit. p. 66.
[55] Charles Darwin, El origen de las especies, op. cit. p. 67.
[56] Ibidem, p. 53.
[57] Ibidem, p. 54
[58] Ibidem,
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