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domingo, 26 de mayo de 2013

El ámbito de posilidad categorial, evento significante y evento significativo



Prologo

El ámbito de posibilidad categorial,
evento significante y evento significativo.


A.- La posibilidad categorial



Si consideramos que el conocimiento de los principios tanto químicos como ópticos de la fotografía estaban bastante extendidos después del experimento de Schutze (en 1725)... que la fotografía no se inventara antes sigue siendo el mayor misterio de su historia... aparentemente, a ninguno de los muchos artistas de los siglos XVII y XVIII que utilizaban habitualmente la cámara oscura se les ocurrió emplearla para fijar su imagen de forma permanente.

Helmut Gernsheim, The origins of Photografy.













La posibilidad categorial es lo definible, lo tratable, lo utilizable, lo aperceptible o lo emergente , pero como tal no se trata nunca de algo material o ideal en potencia, pues de principio la posibilidad categorial no es algo, sino que es la posibilidad del ser–acción 
ya siempre acaeciendo donde el algo aparece.[2] El objeto y el 
sujeto de esta acción no está ahí dado de antemano así como así, sino que tanto objeto como sujeto son elaboraciones prácticas efectivas de esa acción que cabe llamar acción creativa.[3]

En toda ciencia, disciplina, oficio o actividad humana, el objeto se constituye acorde a las posibilidades categoriales de dicho ámbito, de entre las cuales la más importante es el uso efectivo, el cual se nota en el definir. El ámbito de posibilidad categorial no es y no puede ser independiente a otras ciencias, disciplinas u oficios, y tampoco es particular existiendo a lado de otros, pues en general, constituye el ámbito fundamental de la cultura de una comunidad, ya que en última instancia lo que describimos como ámbito de posibilidad categorial es aquello que cabe denominarse mundo. Sólo cuando se opone un mundo a otro es propio hablar de superposición, plegamiento o enfrentamiento de diversos ámbitos de posibilidad categorial.

El “qué” de algo, pero también y al mismo tiempo el “cómo se puede nombra algo” es la elaboración del nombre y la denominamos poiesis. Pero poiesissimultáneamente es y de un modo más originario, resguardo, mantenimiento y despliegue, de mundo, todo esto además, en un solo movimiento.[4] En términos prácticos esto implica que ya desde siempre en una disciplina específica, la poiesis conlleva también un “para qué” más original al propio “qué” que mienta algo y al cómo se mienta lo mentado. Por ello, postulamos que más allá de la forma y el contenido, está el fenómeno hermenéutico, que si bien es cierto está anclado a la forma y al contenido, dota retroactivamente a la forma y al contenido del ser-forma de lo formal y del ser-contenido a lo material.

El qué y el cómo del qué, al ser actividades del lenguaje, o speech act como lo nombraron los analistas británicos, colocan y hacen que emerja “la cosa”. El habla, al ser un acto, tiene una intencionalidad co-originaria que fenomenológicamente es la función intencional de la acción nominativa. Ésta, como performatividad de todo objeto perceptible, es ya operante al interior de toda disciplina. Por ejemplo, y para estudiar estos fenómenos pensemos en el acto nominativo “vaso de café”.[5]

Tal vaso de café contiene dos elementos, el vaso, y el café. La enunciación “vaso de café” vincula ambos términos en un modo específico. El vaso es relativo al café al tiempo que el café es relativo al vaso. Es un vaso para contener café, y éste a su vez, es para ser contenido, trasportado, bebido, en el vaso. El para qué del vaso habilita los posibles usos del café, a la par que el vaso adviene como vaso sólo en el momento práctico de cumplir su función. Cabría preguntar, antes del acto nominativo, qué son tanto uno como otro, es decir, en qué se basa nuestro creer que como tales, el vaso y el café, preexisten, tienen estabilidad, en tanto nosotros tenemos certeza de tal estabilidad.[6] Al hacerlo así, descubriríase y en el camino que tratamos de señalar para pensar, que pronto los supuestos objetos subyacentes al concepto “vaso de café” no son sino en el claro del lenguaje, de los signos que los mientan y los hacen aparecer. “Vaso” y “café” se colocan sobre un entramado general que ya siempre tiene disponibles los sustantivos posibles a aquello que nos sale al paso. Tal red o entramado general también es y está en el ámbito de posibilidad categorial.[7]

Pero existe una diferencia radical entre aquello que en la cotidianeidad aceptamos como lo real, lo dado, lo sabido, lo ya interpretado, y aquel nombrar específico que acontece en ciertas áreas de la cultura. Para captar esto pedimos de principio se acepte que nombrar es ya siempre estar en el actuar, y que a su vez, todo estar en el actuar es ya siempre nombrar. “Vaso de café” es ya siempre no sólo la enunciación, sino que es ya, uso efectivo del vaso de café mismo.

Continuando con el ejemplo, el uso involucra tres elementos, “vaso”, “café” y la proposición “vaso de café”, que como acción o acto de habla, observa y obliga al pensamiento a pensar desde el acaecimiento del vocablo en tanto tal. Dos preguntas emergen ahora en relación al puerto que añoramos, primero ¿cómo es posible el nombrar? Y segundo, cuando el nombrar es divergente al ahí de la cultura, al todo de una sociedad, ¿qué hace posible tal nombrar divergente?[8]

En el estudiar las “cosas”, y más importante aun, en el estudiar la enunciación de estas desde el plano de lo existente tal como reclama Foucault, no se puede concebir como anteriores en sentido cronológico al vaso, al café y a la proposición como tal.[9] La supuesta “cosa” ya es siempre enunciación, y como tal no es independiente a su “representación”, a la palabra que la invoca y nos convoca con ella. Por tanto sólo hay “ahí” donde hay lenguaje, o por lo menos, hay “ahí” donde es posible representar por más parco que sea éste. Solo en este sentido se puede aceptar preexistan los entes en cuestión, vaso y café, pero en un sentido estructural, mantenida la estructura, o estructurándose mejor dicho, siempre por el todo de la cultura, es decir el mundo. Café y vaso, son objetos ya ahí-a-la-mano, pero que por ello están ya siempre inmiscuidos en relaciones intencionales precedentes.

Tal punto presenta un doble problema, pues por un lado, no existe anterioridad cronológica, más sí estructural, y sin embargo, en el uso efectivo aquél que dispone del vaso de café, acepta, e incluso requiere, tomar cada elemento constituyente del “vaso de café” como preexistiendo de antemano al uso efectivo. Los componentes del “vaso de café” están ya siempre en uso, incluso cuando el café está reposando en un frasco hermético dentro del refrigerador, o cuando el vaso yace, entre muchos otros más, dentro de un paquete en el supermercado. El error deviene de asignarle al “sujeto” la potestad que trae al uso y a la existencia el ente en cuestión, cuando es el sujeto un elemento necesario pero secundario , ya que su posibilidad es ya siempre la existencia del Otro. Es el “vaso de café”, como estructura total temporal y temporalizante, más no así histórica, compuesta además de cuatro elementos por lo menos, lo que posibilita al sujeto que sostiene tal vaso y se convierte con ello en ser-bebedor de café. El sujeto se involucra, o acontece mejor dicho, retroactivamente y de modo necesario presentándose, o para decirlo propiamente ficcionalizándose en el ahora a partir de su palabra, pues es él, el Yo, el estructurador puntual, o actual mejor dicho, de la estructura total “vaso de café”, que sólo así adviene como histórica y ya no sólo como temporal.

Cuando al estudiar lo existente se parte de este problema, se arriba a la contradicción de que lo existente es existente desde lo estructural al uso, y no al postulado cronológico que concibe al sujeto o al objeto como co-originarios, precedente uno del otro o viceversa. Por ello, para estudiar lo existente, se tiene que saltar hacía el origen de lo existente como tal y no permanecer más entre los eternos debates en torno al sujeto y al objeto, o la forma y el contenido. Pero hacer esto no es otra cosa que arribar al problema filosófico de la historia y por ello, al problema del tiempo. El existir como tal, no es una cosa sino simplemente ser es la esencia, o mejor dicho, el esenciarse del ser, pues es el ente existente por el esenciarse actual del ser.[10] Es fundamental no confundir interpretaciones del ser en este punto, pues cuando nos referimos a la esencia como origen de lo existente no estamos apelando a que una cosa etérea, que se llama atemporalmente “café”, subyazca a todo en tanto absurda esencia platónica.

Lo que queremos señalar con la preexistencia estructural y no cronológica del uso del café es que el café, antes de ser café para ser servido y ser bebido,es preparado en una cafetera, es resguardado en un frasco, es comprado, es molido y empaquetado, es tostado, es transportado, es cosechado, y esplantado por un campesino guatemalteco que jamás sabrá del destino final del grano que sostiene entre sus manos, como nosotros tampoco sabremosjamás de su actuación intermediaria y posibilitadora del actual sostener un vaso de café y darle un sorbo.

Por ello decimos que “vaso de café” en el plano de su existencia, involucra todas están determinaciones en un plexo de conexiones y relaciones que constituyen y acontecen en aquello que llamamos mundo. Allende, no se debe olvidar que cada relación intencional de “la cosa” con cualquier otra cosa, conlleva siempre la intermediación de sujetos que también posibilitan el trato efectivo con “la cosa”. Además reiteramos que “sujeto” es por ejemplo el ser-campesino del ente que presuponemos como campesino de café, o el ser-bebedor-de-café del ente que llamamos presuponiéndolo, bebedor de café.

Confundimos el ser sujeto con una cosa cuando quisiéramos poder llamar al ser, cogito, conciencia, alma, o cualquier otro sinónimo que coloque ya en tanto cosas, a la cosa pensante o a la cosa mundana –res cogitans, res extensa– como orígenes de todo fenómeno. En este sentido vale la pena desmarcarse y decir que el primado, es decir lo originario, no reposa en uno u otra cosa, -res cogitans o res extensa– o en cualquier cosa que quisiéramos entender como por sujeto mundo. Coloquialmente lo podemos expresar diciendo que, en el eterno retornar al debate entre qué fue primero, el huevo o la gallina, se tiende a olvidar y ocultar que también hubo un gallo. Tal gallo, nuestro gallo, es la relación –nombrar como actualización o escena– que hace posible sea y esté la emergencia cooriginaria del huevo y la gallina.

Los sujetos involucrados en el plexo total de relaciones que constituyen al mundo y hacen posible al “vaso de café”, solo acontecen como eventos dentro del evento peculiar. El sujeto es una función eventual del acontecimiento. En torno a la subjetividad nos desatendemos en tanto cuestión en los apuntes que continúan, más no por ello descartamos los problemas que la subjetividad presenta y conlleva, sólo que ella y sus problemas los desplazamos a un segundo plano que por el momento escapan a la ambición de esta tesis, pues nuestra cuestión principal en términos teóricos es una sola, cómo acontece el evento y cómo se significa éste.





B.- En torno al evento.



El lenguaje ya siempre da las pautas para conducirnos en la inmediatez con los objetos, con las cosas. Inmediatez no mienta en ausencia de medios, o en la carencia e innecesidad de ellos. In-mediatez o in-mediato, en este contexto, significa por el contrario ya siempre en medio, en el medio de, en este caso del lenguaje, de las palabras. Lenguaje y palabras son ya siempre medios que en el soporte y al resguardo del uso, permiten, habilitan y posibilitan el trato efectivo sin necesidad de inventar a cada paso significados novedosos para las palabras y conceptos que como objetos, señalan lugares comunes a la cotidianeidad.

Lo que acontece como evento no son las cosas o los sujetos que las utilizan, las fabrican o las desechan en tanto cosas, sino que lo acontecido ya siemprees en la inmediatez del lenguaje como ser de eso, esto o aquello para el caso posterior del objeto, así como el ser ese, éste o aquél en el caso del sujeto. El concepto o el sujeto que se entiende bajo el signo del “Yo” es siempre como tal, acontecimiento, apertura a la significación práctica de un mundo, y no debe pasar desapercibido que cuando se dice “yo corrí allá”, “yo comí aquello”, o “yo escribí esto”, el “Yo” acontece ya como relación entre dos supuestas “cosas”. Lo que posibilita la existencia del Yo escribiente no es la preexistencia del sujeto autor de estas líneas, y mucho menos aun, la existencia como cosa de un objeto llamado texto. Lo que hace posible esto tiene que ser rastreado en términos del cómo y del para qué acontece la representación, es decir, a dónde nos dirigimos, el autor, sus colegas, su asesor de tesis, sus sinodales y sus posibles lectores en el plexo total de relaciones posibles y necesarias de las cuales este texto es solo un punto nodal más no así actual, pues lo que se juega como totalidad es una comunidad de investigación, o si se prefiere, una polis epistémica del mundo.[11]

El “cómo” y el “para qué” señala en última instancia un más allá de la representación que la hace posible, pero como lo señalamos con referencia al ser del café, el acaecimiento del ser está posibilitado no por una realidad trascendente, sino antes bien por un plexo de relaciones que llamamos mundo y, que siendo ya él representación, es el elemento estructural que hace posible la representación. Para una ciencia, disciplina práctica u oficio, esta facultad del lenguaje para abrir un mundo –representar– está concebida en el concepto de “posibilidad categorial”.

Si el lenguaje juega un papel tan importante, cabe preguntar qué es por tanto el lenguaje, pues en última instancia hay que concebir a este fenómeno también desde la existencia del lenguaje. Sonará de principio desquiciado, pero el lenguaje no existe. El existir del lenguaje no es la existencia del lenguaje en tanto tal, es decir, como cosa, sino que el existir del lenguaje es el cómo y el para qué del nombrar, del referir algo con respecto a algo más. El lenguaje en sí mismo, por sí mismo, sólo existe como elaboración teórica de las ciencias o disciplinas del lenguaje, y esto es lo que quería señalar Foucault, a pesar de no querer señalar propiamente qué más allá de la elaboración de abstracciones razonables o de conceptos por parte de la lingüística, la semiótica, la filosofía, la gramática, o la semántica, se juega ya un dominio político en relaciones de poder que despliegan mundo dominándolo.

El lenguaje como existencia es siempre habla, uso efectivo de aquello que la teoría ha dado por llamar lenguaje. Por tanto, en este estudio, el lenguaje no es más que las prácticas representacionales, que en su “qué”, en el “cómo” y en el “para qué” del representar, permiten la pertenencia, la permanencia y la apertura de mundo, así como también su dominio por aquél que maneja el representar. Verlo así es indispensable, pues sólo de esta manera el estudio de la cuestión que nos interesa, tendrá la capacidad de no dejarse dominar por el tema de la conciencia y su par, la dupla subjetivismo-objetivismo.

Si se preguntase ahora, dónde acontece tal representar que el habla hace posible a cada instante, y se mentase tal cosa como “espacio de la representación”, no debe pasarse por alto que tal espacio de la representación no es otra cosa que el mundo mismo. Es decir, el representar que el habla realiza siempre es como apertura de y en el mundo. Por ello decimos que no hay tal cosa como representación del espacio o de la temporalidad o de la subjetividad, salvo por un genero de caso, que en el representar se represente al representar,[12] pues la representación es siempre espacialización y temporalización del ahí donde puede advenir el sujeto.

Al ser esto así, la espacialización y temporalización permiten también el aparecer fenoménico de aquellos entes involucrados en el representar, que sólo en el resguardo de tal estar-involucrados, son en relación a algo más. Representación del espacio o representación del tiempo si se insiste en tales conceptos, son de hecho ya representaciones especulativas o abismáticas –espejo contra espejo– con las cuales opera por ejemplo la representación filosófica que de tal modo abre la imagen del mundo como tema en sí.[13]

Con base en esto, el definir de toda definición al interior de una disciplina, arte o vocación, ya conlleva toda una delimitación y especificidad de la definición, es decir una finitud temporal y esencial. Aun así, no hay que confundirnos pues la definición no es la palabra, siquiera el concepto que implica ella, sino antes la relación ya siempre efectiva entre una cosa y otra cosa más. Es decir, la definición es ya siempre un definir el ser de algo desde el ser de algo más. Es sólo el definir de la definición quien nos debe dar la pauta para preguntar por el sujeto del definir. Quien define algo es la relación, que al ser acontecimiento significativo, es un claro del campo enunciativo, claro donde acontece como sentido actual el significado[14] –relación del ser de algo con respecto al ser algo más– del ser-sujeto y el ser-objeto si así se prefiere ver.

Por ello, en el preguntar por el sujeto en esta investigación, no se puede aceptar de modo inmediato la preexistencia de dicho sujeto sin que de facto, acontezca una cosificación del ser-sujeto transformado en sujeto en tanto tal, sea éste conciencia o lenguaje. De hecho, esta posibilidad fue la que permitió la apertura de la Modernidad desde la poieisis de Descartes y su dubito, ergo cogito, ergo sum. En términos de la historia del ser, la posibilidad del sujeto hoy se clausura, al ser la cuestión la constitución del existir histórico-significativo y no así la certeza de tal posibilidad, la que se descubre como habilitadora del pensar histórico del ser.[15] Tanto sujeto como objeto son ya cosificaciones que fetichizadas se convierten en el tema de la mayoría de las investigaciones, por ello, al ser nuestro tema la historicidad esencial del haber podido repensar el tiempo, el enfoque adoptado de común en tanto sujeto y/u objeto se muestra de principio inadecuado e ineficaz. Esta investigación es o se pretende filosofía de la historia, y por tanto toma como objeto al ser de la cosa y no a la cosa como tal, pues ahora, después de Nietzsche y los autores del modernismo, de la mano de Heidegger, Foucault y los hermeneutas, es posible inquirir en términos historiográficos –lo cual no significa como tal responder –por el cómo del pensar y el origen, transformación y comunicación de las ideas.

Nuestra hipótesis es que dicha relación entre el definir de la definición y la definición, el juego de la representación, no inaugura sino que reinaugura un campo práctico que se actualiza sólo en el y por el momento en que ocurriendo la posición que engarza la definición con el definir, relaciona el ser palabra con el ser de una cosa. Tal campo práctico es el mundo, la ocurrencia e inclusive concurrencia del mundo, que constituye o despliega el ahora que se suele denominar presente y presencia, tratándose de sujeto y objeto respectivamente si se insiste en separar, cosificando y fetichizando aquello que aparece gracias al juego de la representación.

Si preguntásemos cuánto dura el ahora, o cuales son sus condiciones de posibilidad, se evidencia que el ahora como tal dura lo que tenga que durar, es decir, que el durar del ahora está en relación necesaria con respecto a lo posibilitado por el despliegue de sentido que se funda por y en el ahora alextenderse éste como mundo cuanto sea necesario, con relación al para qué de la representación. Por ello, cuando el ahora deja de ser ahora ya antes aconteció otra enunciación del ahora.[16]

Ahora bien, cómo acontece la dotación de sentido por parte del representar que funda el ahora, así como su pertinencia, es una cuestión que tenemos que abortar retornando a la manera historiográfica desde la filosófica. Para observar tal fenómeno y poder comprender el cómo del representar y dotar de sentido histórico a la proposición del crack de la representación, es necesario reconstruir el campo enunciativo donde el ahora en tanto época – proyecto de la cultura occidental; o como quiera o pueda llamársele –, se quebró al destruirse los varemos que orientaban la comprensión práctica o histórica del mundo y el despliegue de éste mediante el juego de la representación.[17]

Por ello, después de dar cuenta de los límites a los que el pensar representacional decimonónico en el concepto de “Vida” llega con Darwin y su teoría evolutiva de las especies, así como con Nietzsche y su metafísica de la voluntad de poder, tomaremos como primer ejemplo del crack de la representación la cuestión de la narración, pues en ella opera una transformación de este crack en una nueva realidad.





C.- El crack de la representación.



El ser narrador no debe ser confundido con el ser del individuo fáctico llamado Fiodor Dostoyevsky, Marcel Proust o James Joyce. El ser narrador como subjetividad es aquel que forma una tríada en tanto ser-narrador con el efectivo narrar y lo narrado por el narrar, tríada que muy bien puede perseguirse en la tríada del ser-narrador, el ser-protagonista y el ser-autor. La posición, el valor y el papel del ser-narrador está estrechamente vinculado a los otros dos elementos constituyentes del fenómeno narración, de entre los cuales esta investigación postula al efectivo narrar como primer término fundante del valor del ser-narrador por un lado y del ser-narrado por el otro. La descripción del proceso histórico total que de cuenta de las transformaciones operadas entre el acto del narrar, del narrador y de lo narrado a lo largo de mas de 2,500 años es un proyecto al por el momento hemos de claudicar al ser un estudio mucho más complejo, ya que el ser literatura de la literatura no se agota, ni siquiera comienza, en el momento de ser narrada, sino en el efectivo ser leído o escuchado que aconteciendo sobre lo narrado, le otorga el ser a la narración transformando al texto en mundo. Dichos aspectos para abordarse requieren de abismar continuamente los resultados hermenéuticos, lo cual no quiere decir sino que la obra, sea poesía, literatura, arte, pintura o cualquiera que ésta sea, antes incluso de ser un hecho histórico es un acontecimiento histórico al que cabe interrogar por sus coordenadas temporales, es decir desde cuándo y hasta cuándo deja de acontecer.

Añorando esta lejana Íthaca, y de lleno enfrentados a los cantos de las sirenas, en términos de investigación histórica la individualidad fáctica de Fiodor Dostoyevsky, Marcel Proust o James Joyce es susceptible de ser captada e interpretada si nos interesase – como de hecho lo es pero en términos no biográficos, sino de realización de la obra, es decir, interpretación hermenéutica de las prácticas poéticas–, desde el horizonte que constituye el ser-narrador como vértice del fenómeno narración. Dicho vértice, fenoménica y fenomenológicamente, requiere una contraesquina para acontecer efectivamente, pues como tal no existe ser-narrador, ni la efectiva acción del narrar, sin suceder a la par el acto de leer o escuchar. Es decir, que en la relación entre un dispositivo de representación que sirva para narrar y algo más susceptible de ser-narrado, el acontecer de un claro opera cuando el autor de estas líneas leyó, como cualquier otro puede leer del modo que le plazca, las obras que se analizaron en esta investigación. Siendo dicha relación de correlato como tal el pensar.

En el medio de la totalidad del acontecimiento poético, acontecen muchísimas más lecturas, que allende precedentes e incluso posibilitadoras e intermediarias de las que el autor de estas líneas realizó –la del autor con su obra, la del editor original, la de su traductor, la de su editor en la lengua extranjera, etc, etc.– tendrán que ser obviadas, pues tampoco se trata de captar la totalidad de una poética como de hecho intento el bueno de Jean-Paul Sartre con Gustav Flaubert y las más de tres mil páginas –por si fuera poco, incompletas–, de El idiota de la familia.

Para comenzar a abrir el vértice presupuesto a nuestra lectura, es indispensable que nuestra investigación se pregunte cómo ocurre el ser narrado de lo narrado. Con ello, el análisis desde lo narrado y su ser narrado, debe interrogar y en oposición a nuestra lectura, por el cómo emerge el ser narrable de lo narrado, es decir, cómo es historiable lo que se somete como tal. Así nos topamos con las figuras del extrañamiento, pues lo que no se entiende inmediatamente de cotidiano, aquello que requiere ser mediatizado debido a su opacidad, a la falta de claridad y referencia a los lugares comunes, es lo que se pone por excelencia como objeto intencional, lo narrable al narrar de la narración.

A su vez, pese a ser lo extraño lo que nos motiva a leer para proponer el crack de la representación y la emergencia de nuevas realidades de manos del modernismo y sus nuevas representaciones, no debemos suponer así como así que lo claro o lo normal no sea o deje de ser digno de ser narrable, pues por ejemplo y como acontece en mucha de la narrativa del tránsito del siglo XIX al XX denominada como costumbrista –de donde requerimos antes que nada deslindarnos del ismo–, los temas y sus tratamientos son lo más cotidiano, de hecho la cotidianeidad misma.[18]

La narración como práctica por otro lado, ya siempre se juega dentro de un ámbito de definición, y en conjunto, constituye parte estructural del ámbito de posibilidad categoríal sea la narración científica, artística o inclusive, la cotidianeidad misma. Tal enfoque nos conduce a varios problemas, entre ellos y tal vez los más importantes, al problema de la significación y el problema de su necesario estudio histórico en tanto procesos ocurrentes de significación.

De facto desentendemos que la significación es un proceso histórico-efectuál donde se involucran procesos formales que sólo en apariencia son atemporales o metahistóricos, cuando las formas son herramientas que poseen un ámbito de posibilidad categorial. Para captar su esencia es fundamental no solo observar, describir y clasificar los tipos de casos en que ocurre la forma A, la forma B, la forma C o la forma N, pues antes bien, son el comprender y el interpretar –que ya ocurren en la escritura misma– los que hacen a las formas ser formas.[19] Si es tanta e inevitable la obsesión por fijarse en las formas, el cómo y el para qué de las formas en su existencia habría de ser el horizonte desde el cual tienen que ser interpretadas,. pues ellas antes que nada, son modos con los cuales se efectúa el evento significador. Ellas, impresas sobre un acontecimiento significativo, llevan a éste último a la significación, es decir, al proceso siempre histórico de asignación, comprensión, interpretación y explicación del sentido.

Así plateada la cuestión, el acaecimiento de una forma, es decir la formación o incluso, la transformación de algo como algo y de alguien como alguien, parte del evento significador que siempre es concurrente con la cuestión de la técnica. Forma y técnica constituyen un solo proceso, que como tal y en tanto se persiga la esencial dimensión histórica del fenómeno de la representación, no deben ser despreciados o separados impunemente. Como par, forma y técnica, constituyen la formación o transformación del mundo desplegado por la representación. Con esto, tampoco puede olvidarse que la forma y la utilización de ella en tanto técnica como elemento del evento significante, operan ya siempre sobre algo más, que junto al polo que es el acontecer significativo –el cual requiere significado para ser acontecimiento–, acontecen como tríada inseparable, junto al material sobre el cual se forma algo mediante el empleo de una técnica. Siendo justo aquí, en la cuestión del empleo, donde acontece originalmente la poiesis, es decir, la producción.

El empleo de la narración en tanto narración se llama lectura, y es por ello que la lectura también es poiesis, en tanto el consumo clausura y reinicia en tanto antítesis, la producción. El porqué el consumo es producción radica en que en el consumo de narrativa, se produce el ser-lector del lector, cuando incluso ya antes el narrador al emplear una técnica, utiliza y por tanto consume unas formas en el hacer de su técnica sobre algún material.

Disculpándosenos la regresión al ejemplo del vaso de café, el “vaso de café” es una herramienta que habilita una práctica efectiva, es decir, un uso puntual con el objeto ahí puesto por una circunstancia procesual específica, que en este caso es la de ser-ejemplo a una cuestión de teoría pragmática. El material de esta “forma lingüística” es la susodicha expresión “vaso de café”. El no tomar en cuenta el ser de la forma, su temporalidad, constituye el motivo fundamental de la insuficiencia de todo análisis que tome las formas o los contenidos de las formas como aquello que se busca comprender, y se pretenda pese a ello, dar cuenta del fenómeno de la imaginación o de la emergencia de la conciencia histórica, pues cuando el análisis cree llegar a la verdad de una “estructura ideal-típica de la ‘obra histórica’”[20] que sirva para clasificar toda representación en potencia, sólo arriba al donde o sobre lo cual opera la primera y sólo la primera parte de la conformación de sentidos, entre los que efectivamente cabe concebir a la conciencia histórica. Manteniéndose pese a su acercamiento, a las puertas del la comprensión del acontecer del ahí del Dasein, ignorando por tanto la temporalización y permaneciendo nada más en el supuesto “orden temporal en que ocurren” –lo cronológico– los acontecimientos.

Sin embargo, tal poder concedido a la forma no es lo más lo más grave. En el paso de lo anterior, se continua y se fortalece de hecho la opinión de que la potestad de asignación de sentido al evento significativo le pertenece a un agente individual, que gozando de no sabemos qué poder especial, dispone de las formas para mediar y elaborar la representación del supuesto “registro histórico sin pulir”. Tal opinión desprecia de fondo el carácter social de lapoiesis,[21] pues de facto se descarta que la supuesta “estructura profunda de la imaginación histórica” por más teórica o especializada que sea, no puede sino estar anclada en esos mismos presupuestos registros sin pulir, sin formar.

La poesía, como la belleza y el amor, no son fenómenos extraordinarios al que sólo uno cuantos pueden acceder. Que tristemente así ocurra la mayor parte del tiempo encuentra su causa no en el carácter extraordinario, sorprendente, mínimo o exquisito de aquello que sólo es un criterio estético, sino justo en la valorización del fenómeno estético por tal criterio, criterio que busca además cerrar las puertas a la vocación creativa. Nosotros buscamos laapertura, y por ello lo que llamamos mundo no es nunca un registro sin pulir. Contrario a esto, mundo es el ámbito gestado-gestivo-gestor que la poiesisya siempre está poetizando.

Lo que se busca someter a comprensión e interpretación para poder explicar un problema no es la forma o el contenido como tal de una representación sino el empleo efectivo de la forma y del contenido en tanto ambos abarcan; a pesar de que los conceptos no rindan, al representar y el ser representado de la representación. El empleo tanto de uno como de otro en la siempre ocurrente representación, no está determinado solamente por el uso ideológico del artista, el poeta, el orfebre o en general, el productor de algo, sino en el uso efectivo de lo producido por el producir.

Lo que nos interesa es el sentido de la representación, es decir el mundo desplegante y desplegado que concurre en el representar. Un estudio histórico del uso efectivo de algo, de las prácticas históricas del representar, debe aceptar que lo estudiado es un plano trascendente a eso metahistórico que se suele estudiar en tanto modos de la trama. El enfoque metahistórico sólo logra confundir y colocar una vez más a lo histórico-existente como mera proyección de formas ideales-perfectas que la metafísica tradicional de Occidente tanto se ha empeñado en sostener. Peor resulta el conducir tales análisis a la descripción de un plano trascendental que se suele denominar “conciencia histórica” entendiendo con ello la historicidad fundamental desde su producto final, atribuyéndole al consumo de la historia–deseo de experiencias–, el papel de motor de la historicidad.[22] El único plano trascendental que aquí tratamos de abordar, comprender e interpretar no es otra cosa que lo más allá a la representación, más no por ello antitético u opuesto como esperamos podrá observarse en lo expuesto hasta aquí, es decir, el mundo.

Las formas, las técnicas y los materiales sólo son un pretexto para estudiar aquello que realiza el lenguaje, sentido. Para entender tal cuestión es fundamental arriesgar una proposición que sonara bastante extraña de principio pues el concepto principal empleado en ella, aun no alcanza tratamiento en esta exposición. Aun así, el principio para expresar el estudio del sentido que realiza la representación se expresa diciendo que la poesía nunca parte de la nada, y sin embargo siempre parte hacia ella. Tal proposición se complementa si se puede explicar que lo que hace a la poesía ser-poesía no es otra cosa que la lectura de ella, es decir, el ser-leída que siempre como advenir –futuro– está, en tanto tal, ausente en el presentarse de la representación al representarse.

No se confunda, insistimos en ello, el posible ser-leída de la poesía con un supuesto acto en potencia, frente al acto necesario del estar ahí del texto. El estar ahí que sucede en la poesía, sucede como proceso significativo-significante entre dos ámbitos incomunicados cronológicamente de principio, que sin embargo se encuentran ya hermanados por algo fundante-fundamental, el acontecimiento temporalizador indisociable que es la escritura-lectura.

Esto implica, de principio y por escandaloso que parezca, el que no existen los libros o las novelas o las obras historiográficas. De hecho, cualquiera de estos tres conceptos ya son de suyo formas abstractas-ideales del acontecer escritura-lectura actuante. Los géneros literarios son por ello mismo sólo formulaciones abstractas/abstractivas del ser-poesía de la poesía. Cuando se sostiene una novela entre las manos y se fija la mirada en ella durante el acto de la lectura, no acontece una novela, sino aquello titulado como Moby Dick, Los detectives salvajes, o Fluyan mis lágrimas dijo el policía, y que como tal, despliegan un mundo latente y por ello mismo vivo entre sus páginas. La obra antes que nada es un obrar, antes de ser una cosa o un hecho, es un acontecimiento.

Los temas de la técnicas, las formas y los materiales de la representación siempre tendrán un papel colateral y secundario, ya que son meros soportes del acontecimiento fundamental de aquello que pone el juego de la representación, el mundo, o si se prefiere “la realidad” abrigada por la representación. En última instancia, la realidad es lo que separa a dos representaciones, e inclusive a la misma representación en dos momentos estructurales, en tanto por ejemplo, una novela es-escrita para luego, al ser-leída, ser vuelta a representar, ganándose en ello un ahí para el ser-ahí.[23]

Eso que siempre falta en la representación, el hacia dónde parte ella, es el horizonte escatológico de la relación contenido-forma, y esto es como tal lo que de común llamamos realidad. El resultado de la representación –las cosas últimas contenidas en ella–, no es más que lo real de ella, su efecto. Por ello, lo que vemos cuando vemos, es decir, lo empírico, es siempre ya visto desde el ámbito de posibilidad categorial que es lo jugado por el juego de la representación y se actualiza siempre en el uso efectivo de una cosa ahí situada.[24] Tal consideración llevada al ámbito de las ciencias, implica que todo análisis conlleva siempre la pertenencia a un ámbito de posibilidad categorial conformado históricamente y por tanto, precedente.[25]

Aquí llegamos propiamente al objeto de estudio de la presente investigación, pues aun no se responde cómo se forma y transforma el ámbito de posibilidad categorial – eufemismo para abordar el de dónde y hacia dónde parte y abre la representación –, pues es esencial observar cómo se mueve y cómo se producen las innovaciones dentro de él. De principio es fundamental preguntar qué tipo de objeto es.

Una innovación en el campo de posibilidad categorial nunca es producto de un solo individuo o siquiera de un grupo. La transformación del ámbito de posibilidad categorial tampoco acontece de súbito en una especie de mutación metafísica. Por el contrario, la transformación del ámbito de posibilidad categorial acontece en el proceso mismo en el cual una cultura busca[26] nuevos herramientas y nuevos usos de aquellas ya disponibles. La pregunta en todo caso es ¿cuándo se procede a la creatividad, a la búsqueda de nuevas formas expresivas, de nuevos modos de lectura de la “realidad”? ¿qué herramientas y cómo se utilizan? es decir ¿cómo es posible la imaginación?

Para comprender dispóngase de nuevo de una imagen, pero ya no más vasos de café. Imagínese que es el ámbito de posibilidad categorial un terreno. Para emplearlo hay que desbrozarlo, nivelarlo, e incluso purificarlo mediante algún uso ritual que sacralicé y bendiga el terreno, pues dicho terreno quiere y requiere ser empleado para algo más, sea una casa, un hospital, un centro comercial, una escuela o un parque. ¿Cuáles son las herramientas que se emplean, cómo se emplean en dicho proceso y quiénes terminan siendo los artífices de ese algo en que se busca transformar el terreno desde que se dice “hagámoslo aquí”, se coloca la primera piedra y se corta el listón que inaugura una época señalando de antemano una ruptura? Nótese que lo que nos mueve y nos vuelca a investigar de esta manera es tal proceso productivo y no así el resultado efectivo de la producción. De hecho, la investigación presente pretende ser un resultado efectivo del proceso productivo mismo que investiga.

Las herramientas constituyen la presencia fáctica de aquello que llamamos cultura, sin saber bien a bien que es lo que mentamos como tal. El concepto ámbito de posibilidad categorial busca definir no sólo al fenómeno mundo, sino la mundanización de él en tanto formas y prácticas culturales. Éstas parcelas, huertas o sementeras del existir son las que conforman el ahí donde ocurre el existir humano, gestándose, creándose y reproduciéndose la cultura y el mundo.

El uso de estas metáforas conlleva riesgos inevitables los cuales se aceptan siempre y cuando se descarte categóricamente que el ámbito de posibilidad categorial sea algo físico, algo material. La cultura misma no es algo, ella misma no es el producto del producir, sino el proceso del producir algo. Ella es el plexo de relaciones y prácticas culturales, que aun cuando suene tautológico, conforman un mundo de todos y ninguno. El ámbito de posibilidad categorial como objeto de la investigación es propiamente el trasmundo donde se hace posible aparezca tanto lo que aparece como el ahí donde aparece. Si se prefiere ver así, el ámbito de posibilidad categorial no sólo es un eufemismo para el fenómeno mundo o para la cultura del mundo, sino que es un eufemismo para estudiar la metafísica de una cultura. Por ello, el ámbito de posibilidad categorial, a pesar de no ser algo, es aquello que habilita la aparición de todo algo. Aparición es siempre significación con sentido del algo emergente en la representación, y esto es lo que significa el concepto fenomenológico de fenómeno. El sentido ocurre en el consumo de la representación, o si se prefiere, en la recepción. Así, el ámbito tiene una facticidad que se factualiza de cierto modo en un género específico de práctica cultural, que al caso de esta investigación, se trata de ciertos géneros de prácticas representacionales que involucran literatura, pintura, filosofía, física teórica, teoría biológica y teoría psicoanalítica.

Deslindando y puntualizando conceptos, “episteme”, “espacio de la representación” o “campo enunciativo” con sus salvedades y diferencias, son conceptos que describen al lugar “físico” que hace posible la relación efectiva de denominación de algo, es decir, la representación, el lugar donde aparecen los fenómenos.

La diferencia entre el espacio de la representación y la representación es la misma que existe entre el terreno y el algo arquitectónico producido y ocupando el terreno. En ello, no debe escapar de vista que sucesivamente, el algo arquitectónico producido en el terreno, puede sucesivamente tornarse en un nuevo terrero dispuesto para la producción, siendo por ejemplo sus paredes para ser decoradas o incluso para colgar pinturas en el caso de una galería o un museo. El ser-construido, el ser-habitado o el ser-espectador de lo producido constituyen propiamente aquello que cabe nombrar como fenómeno, pues repitiendo, el fenómeno es como tal la aparición del ser de algo. Una pintura es una representación, pero también lo son una teoría científica, un teorema, un tratado filosófico y toda actividad práctica en que las personas utilicen formas, técnicas y materiales para referirse a algo que no está forzosamente presente, cuestión por la cual es re-presentación la representación.

Después de explicar al ahí del ser-ahí, es indispensable explicar cómo se esencia o acontece el ser del ser-ahí. El ser es en lo representado, es el retrotraimiento o la anticipación del ahí existente reinaugurado por la representación. Esta reinauguración del ahí existente es como tal el ahora al ser fundado en tanto re-presentado en el representar. Pero el ahora re-representado, al ser retrotaimiento, debe provenir de algún lado, y esto no es otro más que el advenir de la representación, que como posibilidad ya presupuesta – recuérdese la lectura– es lo que finalmente permite que al ser advenido por sobre lo retrotraido, acontezca con un presente con sus presencias. Así, de súbito, uno se encuentra en la presencia de una obra pictórica al entrar a una galería, o se encuentra también uno en el presente del ahora, cuando fastidiado por las clases o esta lectura, mira el reloj y dice “¡Puta, cuánto falta, falta mucho!”, extendiéndose así el presente ante la expectación de aquel que desespera por lo que viene ocurriendo.

Sólo por ello es el presente lo definible, y la definición misma de todo aquello que es simultáneo al definir y a lo definido por el definir. La relación de la acción definir, el ser-definido del algo, junto con la definición del algo, es por tanto la fundación y refundación del sentido.

Por ello, en tanto estructuras del sentido, el presente se extiende hasta donde sea posible ser extendido, hasta donde lo fundamental sigua conservando el fundamento y no caiga en lo infundado, en lo absurdo. Las estructuras del sentido imponen una frontera que rodea al ser frente a la nada. Por tanto, el ámbito de lo fundamental es el resultado de la relación de significación donde se utilizan formas y técnicas que son a su vez el resultado de relaciones de significación precedentes. Pero no debe confundirse el proceso de pertinencia de las relaciones de significación con un proceso lineal y cronológico – sistema causal aristotélico– como esperamos se pueda inferir de la especificidades del retrotraimiento, del advenir sobre este y del presentarse la representación. Si se quisiera ver gráficamente tal proceso, constituiría antes bien un eterno retorno de lo mismo en tanto la efectividad de las prácticas y el proceso de las mismas generan nuevas formas y nuevas técnicas que se convierten oscilantemente en prácticas efectivas y procesos de significación. Pero aun con esto, se pide encarecidamente no se busque representar geométricamente tal hecho mediante un circulo u espiral, pues las posibilidades categoriales del espacio de la representación de la geometría euclidiana no satisfacirán nunca las exigencias que siquiera la expresión eterno retorno de lo mismo logra capturar. No es para nada gratuito que contemporáneo al desarrollo del núcleo filosófico que nutre a nuestra investigación, se hayan generado las primeras geometrías no-euclidianas, como de hecho lo son la teoría de la relatividad general y especial de Einstein o la teoría del campo unificado del propio Enstein y Podolsky.[27] La temporalidad no se puede graficar porque de facto toda graficación es posibilita desde un ámbito categorial específico que llamamos de común geometría euclidiana.

Nuestro entendimiento, nuestro pensar, no se ha transformado aun lo suficiente como para concebir de un modo “natural” las figuras topológicas de las geometrías no-euclidianas. En este mismo sentido, cabe preguntar y reflexionar por la extrañeza y perplejidad que producen y durante décadas aun producirán las metáforas bizarramente vivas para entender fenómenos tales como la curvatura del espacio, los saltos cuánticos o los famosos hoyos negros, frente a metáforas tan bellas pero tan muertas como la de una manzana podrida que cae desde el árbol al suelo por efecto de su propio peso – o hedor.



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Es finalmente, en problemas propios de la historia de las ideas, donde se finca esta investigación. El cómo es posible pensar no puede seguir siendo pensado en tanto cuestión desde el naturalismo, el evolucionismo, el materialismo, el marxismo, el historicismo, el existencialismo o cualquier ismo que afortunadamente van siendo menos cada vez –y más ridículos y por ello más descartables prontamente, más no así sus efectos devastadores, lamentablemente. El cómo es posible el pensar necesita ser comprendido de principio desde el para qué preguntar tal cuestión, a la par que debe interrogarse por cómo se puede formular dicha cuestión. En las consideraciones precedentes, es el responder cómo se puede representar un problema y cómo aparece algo en tanto problema a un ámbito práctico determinado, lo que nos da la pauta para imaginar nuevas disciplinas historiográficas, nuevos modos de imaginar y representar lo temporal y no así al tiempo. Pero para imaginar nuevos mundos posibles, nuevas realidades, nuevos futuros, para tener de nuevo esperanzas, es también necesario e indispensable hacer teoría. Si preguntamos para qué se puede pensar, el qué y el cómo del pensar deben ser contemplados y dirigidos como elementos esenciales, que sin dejar de formar parte de fenómenos existentes, aparecerán en un futuro no muy distante y justo en relación de la relación misma que logremos esbozar. Como siempre, en esto la poesía será nuestra mejor amiga.

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