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sábado, 23 de julio de 2011

3.1 El buscar y el conflicto de la escritura.

Marcel Proust
Marcel Proust (Photo credit: Wikipedia)
La representación, como medio y objeto de la reflexión, es nuestro camino a seguir para este capítulo. Sin embargo sabemos que todo reflejo es ya una representación, la teoría del doble, el espejo, el par alucinado de Smeridakov e Iván Karamazov nos lo han enseñado. Por ello mismo no podemos confiar a ciegas en los espejos, y en el juego seductor de su pulimentada superficie hemos de suponer aquello que habilita nuestra propia comprensión. Por lo tanto, ¿cómo hemos de proceder? ¿qué ethos es posible después de la muerte de Dios? ¿es cierto al final qué todo está permitido? ¿qué tenemos para decidir desde la posición del individuo, frente al discurso y el ámbito de posibilidad categorial que lo coloca como piedra de toque una vez muerto Dios?. Tal cuestión es relativa, justo por ser el individuo sólo una conjetura lógica que además en tanto discurso, esconde sus propios fundamentos: la fundación de su poder radica en su eterna máscara. ¿Tenemos hoy por hoy la capacidad de evidenciar sus fundamentos? ¿Es posible otro discurso? Nosotros no sabemos, y además una vez más la especulación amenaza con adelantársenos en cuestiones y conclusiones para las cuales aun no deberíamos tener la capacitad de responder. Hemos antes de convocar una última ronda de testigos, hemos entonces de volver a preguntar por el tiempo de las prácticas representacionales contemporáneas para poder mejorar nuestro preguntar.

El tiempo perdido no es más que palabras inútiles; recobrarlo no es más que seguir, de vuelta en vuelta perdiéndolo, gastando en ello aun más el lenguaje. Tal fenómeno tal vez no encuentre mejor expresión que en la coloquial formula del “ahora sí...”. Aun así, Marcel Proust no perdió el tiempo, pues su labor, la gesta que emprende en su obra, En busca del tiempo perdido de 1913, no es propiamente la de recobrarlo, sino la de buscarlo, investigarlo.

La búsqueda es un puente, que desde un intersticio muy peculiar, busca aniquilar el vacío que se abre entre las orillas del fenómeno de la angustia y el deseo de certidumbre. Tal intermediación es por ello, al tiempo, puente entre el recuerdo y la elaboración de él, a la par que termina por vincular también la elaboración del recuerdo con la elaboración del arte. Desde Proust el buscar el tiempo es por ello trabajo del artista, de la memoria y de la costumbre en la unidad temporal que conforman dos instancias, el sujeto y su vida, pues al final resulta que aquello entre lo que se entraman las vivencias del sujeto y la conciencia del sujeto, es el crear el tiempo. El problema de todo es que aun enunciando las cuestiones de En busca del tiempo perdido de un modo tan sintético, no hemos dicho nada útil. Por ello mismo tal vez sea mucho más productivo trabajar dos cuestiones, la representación del tiempo y el espacio dentro de la obra.

Sin embargo, lo dicho anteriormente no es a pesar de todo tan inútil, pues si hemos he llegar a la representación del tiempo y del espacio, eso que constituye propiamente la práctica del artista, el lugar desde el cual parte Proust en la empresa que es su novela y que además se dedica a representar a lo largo de toda ella, es sólo uno, el deseo de ser artista, de ser escritor.

Como pudimos ver ya antes en el caso de Munch, el artista y aquello sobre lo cual elabora su arte, es decir su memoria, se encuentran disociados, separados. Tal separación no es sino la desgarro de la conciencia, una trampa discursiva de la que hemos de poder salir airosos si es que tal desgarro es solo aparente, emergiendo de hecho, sólo desde la disposición paradójica del ámbito de posibilidad categorial, que si por un lado le es imposible justificar la inmutabilidad de algún plano trascendente, por el otro y en la necesidad de colorar algo en el vacío que deja la imagen de Dios, tiende cual puente, igual que el Kirilov de Dostoyevsky, al sujeto. Todo esto constituye el origen al propio dilema que entorno a la creación ya se enfrenta Marcel Proust. Si busca el tiempo, y tal buscar es un tender un puente, ya desde siempre aquello que busca se encuentra dislocado, siendo el propio guion que vincula a las dicotomías cuerpo-alma, sentimiento-razón, mundo diurno-mundo onírico, realidad-ficción.

“Mucho tiempo he estado acostándome temprano”[188] es la primera línea de la novela. Si preguntamos dónde está acostándose el narrador, dónde trascurre la escena que refiere la frase, pronto hemos de encontrarnos con muchos más problemas de lo que de seguro podremos tratar. Podríamos pensar que en Combray, pues como relata

El lado anquilosado de mi cuerpo, al intentar adivinar su orientación, se creía, por ejemplo, estar echado de cara a la pared, en su orientación, se creía, por ejemplo, estar echado de cara a la pared, en un gran lecho con dosel y en seguida me decía: “Vaya, pues, por fin me he dormido, aunque mamá no vino a decirme adiós”, y es que estaba en el campo, en casa de mi abuelo, muerto ya hacía tiempo; y mi cuerpo, aquel lado de mi cuerpo en que me apoyaba, fieles guardianes de un pasado que yo nunca debiera olvidar, me recordaban [...] la chimenea de mármol de Siena, en la alcoba de casa de mis abuelos, en Combray[...][189]

¿Dónde está? Si prestamos atención pronto podremos ver que el escenario donde acontece la acción de la obra no es Combray, siquiera la alcoba que el narrador ocupara en el ahora del presente en que acaece la narración, sino como lo declara, la escena es su propio cuerpo, la memoria y el deseo que éste experimenta. El narrador de hecho, aun cuando refiere espacios, lugares concretos, no acontecen sino en calidad de recuerdo. Además no fija temporalmente ningún acontecimiento, no le cuelga una fecha a los eventos, o una edad a los personajes. Esto como tal no es sino el tiempo liberado con respecto a la cronología, el ocio, el tiempo libre de la modernidad que sólo se utiliza para perderlo continuamente.[190]

Por ello Proust, rebelándose frente a la cuantificación del existir temporal, procederá antes bien a expresarlo cualitativamente en tanto sus colores, sus giros, su velocidad pero en tanto vivencia de la velocidad y no tanto la velocidad como distancia recorrida en tiempo cuantitativo específico, es decir, y utilizando los conceptos que Husserl dispuso para trabajar fenomenológicamente la conciencia del tiempo inmanente, de lo que se trata es de describir la retensión y la protensión del paso del tiempo experimentado en tanto memoria (recuerdo) y anticipación (deseo) de los momentos de una secuencia real objetiva. Por ello, de lo que trata la búsqueda emprendida en la obra no es sino la aniquilación de las distancias temporales que dicotomizan al hombre en cuerpo y alma, a su existir en sueño y vigilia, y a su experiencia del mundo en tanto recuero y deseo. Es decir suprimir los puentes de las buenas razones.
Ahora bien, aquello que tiende tal puente nihilizando la distancia, no es sino la representación, que ya sea tanto narración como reflexión, transitan como flujo de conciencia, es decir el pensamiento. Si traemos ahora a colación a Descartes, el papel de la certeza para la modernidad y sus ciencias ¿en qué medida el tiempo perdido es la certeza perdida del cogito? Dice el narrador:

Cuando un hombre está durmiendo tiene en torno a él, como un aro, el hilo de las horas, el orden de los años y de los mundos. Al despertarse, los consulta instintivamente y en un segundo lee el lugar de la Tierra en que se halla, el tiempo ha trascurrido hasta su despertar, pero estas ordenaciones pueden confundirse y quebrarse.[191]

Está es la circunstancia del narrador (¿y de Proust?), ubicado justo en el momento onomatopeyico del crack de la representación. ¿Cómo llegan a quebrarse ese orden de las horas, los años y los mundos? Sin embargo, cuando retornamos de un sueño, de una ensoñación diurna, de la lectura de una novela, ¿no llamamos a eso acaso “retornar a la realidad”? ¿Qué es la realidad? ¿Cómo es que el tiempo deja de ser normal, acogedor, y se torna extraño? ¿cómo acontece tal extrañamiento del tiempo? ¿cómo retornar, cómo recobrar el tiempo, la certeza de su cuantimetría? Pero antes ¿cuál de los dos tiempos? ¿el físico cuantitativo o el fenomenológico cualitativo? ¿cual de los dos es el real, cual de los dos es aquel en donde habita el existir humano?

En Busca del tiempo perdido constituye de hecho una teoría de la novela que guarda gran similitud con las tesis ricoeurdianas de Tiempo y Narración. La confusión y el quiebre de la certeza, el anonadamiento en la incapacidad de adjudicar las etiquedas de realidad y ficción, la ausencia del “como aro, el hilo de las oras, el orden de los años”, y con ellos, el sistema total de medición y datación de lo temporal, alcanza conjunción y habitad sólo en la elaboración de la narración que entrama, recompone lo confundido y lo quebrado, por lo elaborado temporo-fenomenológicamente, otorgando caracteres y sentido a las diversos momentos que sólo en el hilo de la narración, se concatenan mostrando un destino en términos de tragedia, epopeya o comedía.

[188] Marcel Proust, Por el camino de Swann. En busca del tiempo perdido, trad. de Pedro Salinas, Madrid, El Mundo, p. 9.
[189] Ibidem, p. 12.
[190] Este fenómeno podría verse como la temporalidad existencial propia de la burguesía como dice Jameson a propósito de Baudelaire, si embargo hemos de estar prevenidos contra intepretaciones maniquistas que prenden separar dos orillas en tanto capitalismo y comuninosmo, dice Jameson: “Las modernización, al arrancar las representaciones tradicionales con las que se disimulaba y domesticaba la temporalidad humana, reveló, durante un largo e intenso momento, la grieta en la existencia a través de la cual no podía sino vislumbrarse la injustificabilidad del paso del tiempo, como lo vio Baudelaire, que lo llamó ennuí, el tic-tac alejándose del cronómetro que todavía corre, la mirada hacia abajo, a la insignificancia de lo orgánico, que no pone tareas, sino sólo te condena a seguir existiendo como una planta.” Fredric Jameson, Las semillas del tiempo, op.cit. p. 82.
[191] Ibidem, p. 11-12.
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