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sábado, 23 de julio de 2011

Capítulo III La apertura de la cuestión hermenéutica: El tiempo


La apertura de la cuestión hermenéutica: El tiempo

Entra el hijo de Maya, Hermes el paladín de los muertos, que su asesinato vengador reclama. Bajo este techo en que se acumulan riquezas del pasado tan remoto. En su mano trepida formidable la segur vengadora de los crímenes. Veló en las tinieblas y en las tinieblas la va guiando ahora a que su oficio cumplan: ¡No hay nada ya que esperar!
Sofocles, Electra

¡Ah, sofista, mentiroso, pleno de hiel contra los dioses, derrochador de bienes entre los de vida de un día... el fuego que robaste! Manda mi padre que declares qué bodas son aquellas que lo han de hacer derrumbarse del trono, tan ponderadas ampulosamente por ti. Y no lo digas entre embajes y reticencias, ni con enigmas enrevesados. Más bien da el nombre debido a cada cosa. ¡Qué yo no tenga que hacer un nuevo viaje acá! ¿Ves bien, oh Prometeo, que con eso no se dulcifica Zeus?
Esquilo. Prometeo Encadenado

Cual si a nuestra Íthaca amada intentáramos retornar desde tantos autores e islas visitadas, ahora es por fin momento de cantar nuestro rapsodia final. Antes de emprender nuevas gestas, y una vez haber recorrido las costas de la cuestión de la vida, la muerte de Dios y la transvaloración de todos los valores, después de haber escuchado el grito silencioso de los últimos restos de la humanidad en el eso de Munch o en la frase vacía de Bartleby, después de atender el amor sin miras por la humanidad sin Dios de Alejo Karamazov y de la locura desperada de su hermano Juan enfrentado a su propia razón aniquiladora y apestosa, hemos descubierto la fuerza de la sinrazón originadora de mitos, leyendas, sueños y tierras de promisión, aquello que Freud describió con la figura del inconsciente: la creatividad humana. Sin embargo, al encontrar esto no hemos sino descubierto lo que ya siglos antes los poetas sabían que periodicamente se tiene que hacer. Hemos visto en tales aventuras no más que las figuras de la ausencia de fundamento, la pérdida de la fe, la inutilidad de la palabra y el tiempo perdido que conlleva su enunciación. Antes de finalmente retornar a los brazos de la fiel Penélope, hemos nosotros también que bajar a los infiernos.

Por ello, antes de poder retornar, la última parada nos lleva en la dirección fantasmática del tiempo perdido, para poder, mediante la figura de la conciencia inmanente del tiempo, acceder finalmente al tema del tiempo buscado, que cual horizonte se develará finalmente como el ámbito mismo desde el cual se comprende, expresa e interpreta el sentido del ser del ente.

Para poder retornar era necesario perdernos, divagar, pues la pérdida en este caso es la muerte de un valor, y no cualquiera, sino justo aquél que permitía la valorización de todos los demás valores. Dios no es un valor, sino el valor de todos lo valores, su muerte, su ausencia, su inexistencia, implican por tanto, como para Iván, la imposibilidad de amar a la humanidad. Pero como ya se puede comprobar en los registros arqueológicos anteriores al momento que nosotros investigamos, la ausencia de un valor supremo repliega al pensar en dirección de sí mismo, replegándose en ello, y sobre sí misma la creación, que junto a toda labor representativa, y como lo denominó Heidegger, instauró la época de la metafísica de la subjetividad, proceso aun más evidente en los fenómenos creativos que acontecerán después de la década de 1880 en tanto surgimiento de las vanguardias y su disposición justo al ámbito de la conciencia, siendo en última instancia ella ahora el propio ámbito de posibilidad categorial sostenido antes por el Dios cristiano. Tal momento de repliegue-despliegue es su modo más radical de esenciarse a partir justo, del advenir del crack de la representación.

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