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jueves, 1 de agosto de 2013

Conciencia, tiempo y representación | Uno | 2.- La defininición de lo metahistórico y el problema del quantum hermenéutico.

2.- La defininición de lo metahistórico y el problema del quantum hermenéutico.

Paul Ricoeur, philosopher
Paul Ricoeur, philosopher (Photo credit: Wikipedia)
Si resultase que la poesía por su esencial carácter productivo es la esencia del conocimiento histórico, cabría preguntar qué es la poesía y cómo es el proceder del historiador si éste, en su producción de conocimiento, opera por sobre una base poetizante de la realidad. En tal sentido, si el historiador en tanto poetiza la información vertida en el registro histórico, al informarla de hecho, ¿no sería lógico atribuir la posibilidad de que la operación poética per se subsista en el discurso ya contenido en toda fuente, en todo documento histórico?, ¿qué la poiesis sea de hecho el modo en que está constituido el mundo, y que incluso esa realidad pristina sea poética en sí? Ahora, frente a las posibilidades de esto, ¿qué autoriza a White a calificar al plexo documental como un registro histórico sin pulir?,  pues en caso de que la realidad sea poética, ¿por qué esta poesía no se encontraría ya consignada en la fuente?
De escarbarse un poco, fácilmente nos podríamos percatar de la distinción ontológica que separa sin más aquello que supuestamente acontece –y en una especie de ingenuidad natural es simplemente consignado –, y aquello que hace el historiador en la propiedad de la conciencia histórica: elaborar la forma de lo que solo en bruto reposa pétreamente en las canteras del acontecer en espera de su tallado.[1]
En el primer volumen de Tiempo y Narración, Paul Ricoeur señala  que “[s]i bien la metáfora se incluye tradicionalmente en la teoría de los ‘tropos’ (o figuras del discurso) y la narración en la de los ‘géneros’ literarios, los efectos de sentido producidos por ambas incumben al mismo fenómeno central de innovación semántica”.[2] Esto consideración no sólo impone la necesidad de contemplar la trilogía de Tiempo y Narración como una obra gemela a La metáfora viva, sino que nos obliga a comprender la innovación semántica no como un mero fenómeno lingüístico, sino ya de lleno como un fenómeno existencial. Sin embargo esta posición de la hermenéutica de Ricoeur, entra en contradicción con la tradicional concepción de la poesía desde el pensamiento platónico-aristotélico, tradición donde además de la que el propio White forma parte.
Para ver esto requerimos comprender la nueve pertinencia semántica que opera la metáfora, implica una suspensión de la función referencial directa y descriptiva del lenguaje, aquello que White pude llamar prosa clara y racional. A Ricoeur esto lo lleva a la consideración de no sólo hablar de algo tal como sentido metafórico, sino de lleno, a concebir algo así como una referencia metafórica, término que como explica, sirve para “expresar este poder que tiene el enunciado metafórico de re-describir una realidad inaccesible a la descripción directa.“ [3] 
De principio podría parecer que Ricoeur nos confirma los mismos supuestos que ya nos habían aparecido con White. Sin embargo en este punto conviene no precipitarse, pues si tanto la metáfora como la narración tienen por misión “establecer nuevas formas de implicaciones”, tales innovaciones en las formas de la implicación semántica de las palabras tienen o poseen un fundamento pragmático allende del semántico.[4]  De hecho, con esto Ricoeur nos brinda la pauta para comprender que significa el título de su obra La metáfora viva, pues estás serían justo las innovaciones introducidas al uso de la lengua, en tanto que las metáforas muertas serían aquellas que han perdido su poder de innovación incluyéndose al común del lenguaje y de las formas del discurso.
Esto, más allá de la presuposición de la metaforicidad como esencia del lenguaje, implica de facto la concepción de la constitución del discurso y de los géneros del discurso como la muerte de la metaforicidad que se instaura desde la racionalización del discurso. Ricoeur lo explica de esta manera:

En el enunciado metafórico (ya no hablaremos más de metáfora como palabra sino como frase), la acción contextual crea una nueva significación que tiene el estatuto de acontecimiento puesto que existe sólo en ese contexto. Pero, al mismo tiempo, podemos identificarla sin dificultad, ya que su construcción puede repetirse; así la innovación de una significación emergente puede ser tomada por una creación lingüística [..:] Sólo las metáforas auténticas, las metáforas vivas, son al mismo tiempo acontecimiento y sentido.[5]

La innovación de una significación emergente, que es tomada por una creación lingüística, será en lo sucesivo lo que entenderemos como el ser de la historiografía. Las implicaciones que esto conlleva al interior de la teoría historiográfica o de la filosofía de la historía, sólo podrán emerger una vez finiquitemos nuestra exposición a Metahistoria y comprendamos el valor de tal obra. De tal manera que permaneciendo por el momento en esta interpretación del tropo por Ricoeur, necesitamos proseguir con nuestras preguntas desde la nueva guía que nos proporciona Ricoeur en tanto nos permitirá reconducir el dimensionamiento de nuestros problemas desde el ámbito de las formas al ámbito de las prácticas y el acontecimiento. Para proyectar el contenido de este parágrafo sólo resta decir que para Ricoeur, el estudio efecutal del sentido en tanto transformación que se lleva a cabo por la metáfora, no es una disciplina que se fundamente en una gramática, va más allá, pues como dice “el problema de la referencia del discurso poético nos llevaría de la semántica a la hermenéutica.” De tal modo que de antemano podemos comprender que el tema de este parágrafo consistirá en  conducir los problemas que emergentes de la metahistoria en dirección a la posibilidad de una hermenéutica historiográfica. 

a) La teoría de la obra historiográfica.

Frente al punto de contraste que nos ha proporcionado Ricoeur, requerimos comprender la pertinencia y excepcionalidad del tropo en tanto criterio de clasificación que permite a White estructurar su propio relato. Esto conlleva develar la relación existente entre lo posibilidad de comprensión de las figuras del lenguaje por parte de la tropología, al instante o eventualidad de su estrecha relación con respecto al momento ético de la operación histórica. Pues si como señalamos en el inciso C) del parágrafo I, el valor y el sentido del conocimiento histórico se determinan desde la instancia cognitiva que permite significar el sentido de lo inconexo por el documento como una instancia equiparable a la gramática, requerimos comprender la obra en términos de la producción de la misma a fin de develar el ser de dichos valores.
Así White respecto a la práctica del historiador, dice que éste se enfrenta al “campo histórico más o menos como un gramático podría enfrentarse a una nueva lengua. Su primer problema es distinguir los elementos léxicos, gramaticales y sintácticos del campo”.[6]  
Para poder responde cómo es que White en tanto historiador puede poseer conocimiento de tales elementos, y a su vez responder qué son estos elementos, antes requerimos inteligir el ser del campo histórico para comprender cómo es ese proceder cual gramático. En tal sentido cabe detenernos en la categoría eje del trabajo de White, la obra historiográfica. De tal manera que aquello que se encuentra en cuestión es si la obra historiográfica, en tanto elemento que se le ofrece a White, es comprendida como algo existente o como una estructura formal equivalente y comprensible mediante las formas gramaticales.[7]
Para responder a esto cabe contemplar que su  teoría de la obra historiográfica posee cinco niveles de conceptualización, 1) crónica, 2) relato (cuento), 3) modo de tramar, 4) modo de argumentación, y 5) modo de implicación ideológica.
En tanto las narraciones históricas pretenden ser modelos verbales de segmentos específicos del proceso histórico, los pasos que componen tales narraciones son aspectos necesarios con un fin, pues el “registro histórico [el corpus documental] no produce una imagen sin ambigüedades de la estructura de los procesos de que da fe.”[8]
Como ya hemos mencionado la operación historiográfica inicia justo en el prefigurar cual campo optativo de estudio al conjunto total de sucesos registrado en los documentos. Nuestra exposición, al haber partido directamente de la teoría tropológica, ha tratado ya el punto cuatro, el modo de argumentación, donde mediante el ejercicio de una operación poética, al historiador le aparecen inteligibles los fenómenos objeto de su relato. Ahora bien, en tanto esos mismos modos de argumentación, metonímica, sinecdóquica, metafórica e irónica, son correlativos a lo que White denomina compromiso epistemológico o cognitivo, la cuestión se torna aun más compleja.
Y es que en el intersticio entre la estética de la obra historiográfica y el compromiso epistemológico, habita un momento de decisión ética que apunta directamente a las consideraciones ideológicas subyacentes y motivadoras de la gesta del historiador. Es decir, esa especie de gramática del historiador conlleva la estipulación y  precomprensión por parte el historiador de los signos que refieren al bien y a la belleza, justo en tanto que bien y belleza son los objetos de la ética y de la estética respectivamente.
Esto implica que entre el aspecto epistemológico y el momento ético, se habilita la facultad explicativa al campo histórico –la conceptualización –, mientras que entre el momento ético y el plano estético radica la construcción de un modelo verbal –el momento poético. En torno al momento ético dice White:

Considero que el momento ético de una obra histórica se refleja en el modo de implicación ideológica por la cual una percepción estética (la trama) y una operación cognoscitiva (la argumentación) pueden combinarse de manera que derivan en afirmaciones prescriptivas de lo que podrían parecer afirmaciones puramente descriptivas o analíticas.[9]

Por tanto no hemos de perder de vista que metahistóricamente considerada, la narración histórica al poseer dos niveles de construcción, posee dos niveles de análisis: la percepción estética y la operación cognoscitiva en ella contenida y presuntamente también por ella encubierta en calidad de las afirmaciones puramente descriptivas o analíticas. Por ello, si la obra historiográfica es finalmente “un intento por mediar entre lo que llamaré el campo histórico, el registro histórico sin pulir, otras narraciones históricas, y un público.”[10], nosotros, para descubrir aquello encubierto por la operación historiográfica en términos ingenuos de estetización del proceso histórico, –es decir los procesos metonímicos y sineqdóquicos que emplea y presupone el propio White –,  hemos de fijar nuestra atención en tal momento ético para entender no sólo la teoría de la obra historiográfica, ni acaso sólo la empresa analítica-historiográfica que es Metahistoria, sino para comprender el ser mismo del pensamiento histórico. Esto quiere decir que ha llegado el momento de ver el origen y las implicaciones del presupuesto fundamental de White antes señalado: la atribución por parte de White de un carácter prístino del suceso consignado por la fuente.
Cabe recordar que de tal presupuesto dependían nuestras dos preguntas en tanto el presupuesto conlleva la cuestión de la posibilidad de un lenguaje prístino u original con un grado cero de retórica, así como la implicación de una realidad dócil y no problemática para la experiencia.
Como se podrá inferir, finalmente lo que entra en juega es la realidad per se del bien y de la belleza que fundamentan la asignación de signos que permiten valorar lo registrado por los documentos. Y es que de fondo, en la problematividad y cuestionabilidad de los presupuestos implicados en la teoría,  podemos preguntar si es posible ya no sólo el conocimiento histórico, sino cualquier forma de conocimiento ajeno a su representación, ajeno a la eventualidad de la asignación de sentido.[11]
Para iniciar conviene resumamos posiciones. La práctica del historiador consiste en un poder aplicar a los datos del campo histórico el aparato conceptual que utilizará para presentarlo y explicarlo. Para poder presentarlo, antes requiere de prefigurar el campo, “constituirlo como objeto de percepción mental”.[12] Siguiendo el orden de ideas, el aparato conceptual se encuentra de antemano determinado por la sensibilidad estética que de hecho proporciona las pautas –los tropos retóricos mediante – para inteligir causas y consecuencias; y por tanto, para describir los procesos de seriación y causalidad comprendidos en el campo histórico.




B) Objeciones ontológicas al modelo de metahistórico

Tres objeciones se pueden hacer en este punto. Primero, si son efectivamente los tropos los que proporcionan la inteligibilidad de la experiencia tornando a ésta pensable, ¿lo poético no estaría siendo radicalmente reducido a la mecanicidad de la tropología?, ¿a la simple técnica locutiva? Segundo, ¿efectivamente la comprensión del mundo atraviesa necesariamente por un campo tal como la mente para ser comprensible? ¿Es indispensable la conciencia para que exista comprensión y por ende interpretación y explicación histórica? Y tercero, de evidenciarse la propiedad de tal figura como la conciencia para comprender el proceso de construcción de sentido para lo temporal, cómo la conciencia puede tener conocimiento de antemano de tales valores trascendentales como la belleza o el bien? De hecho, ¿no serían estos objetos una especie de entes platónicos o trascendentales? De hecho, ¿la posible reducción de la poesía a la simplicidad de un acto locutivo, no sería la continuación de la reducción a que Platón sometio a la poesía en la República? Por ello, en cierto modo, las tres cuestiones conforman una sola interrogación, a saber, qué significa pensar.
Ahora bien, estas objeciones ontológicas a la propuesta teórica de White con respecto al ser de la poesía y al ser de la historia, nos conducen a la necesidad de estipular la situación y localización ya no sólo de la historia que White construye, sino que en tanto su historia se construye desde una teoría específica de la obra histórica, necesitamos comprender la universalidad de dicha teoría frente a la temporalidad inherente del devenir histórico de cualquier proceso humano, incluso la razón.
Del ser de la poesía, del ser de lo histórico, del ser de la representación y del ser de la conciencia emanan no sólo las respuestas que son o constituyen Metahistoria, sino ya de suyo, en el ser de la obra se involucra una práctica que antes de la asunción simple y clara de las formas, presupone la existencia de una interpretación que sobredetermina los fenómenos estructurales a la misma obra histórica. Dicha interpretación o quantum hermenéutico necesariamente tendría que ser temporal antes que formal.
En tal sentido el problema básico de la Metahistoria de White estribaría en tomar tales elementos constitutivos de la interpretación cual componentes naturales antes que constituidos ellos mismos históricamente. Por ello, si White busca la estructura típico-ideal de la obra historiográfica, nosotros decimos que tal estructura esconde el ámbito originario de la verdad del conocimiento histórico. Sin embargo, aun no podemos clarificar dicho ámbito originario.
Por el momento hemos de conformarnos con concebir que aquello que señalado como modos metahistóricos del decir –los tropos –, son a su vez los modos históricos del preguntar por lo temporal. De hecho y más radical aún, lo anterior significaría que lo metahistórico está constituido hermenéuticamente desde la historiograficidad.[13]
De hecho, aun cuando no se encuentra consignado en en estos términos, sostenemos que lo anterior constituye la corrección metodológica que White realizó entre la propuesta de Metahistoria y la de El contenido de la forma. Sin embargo no cabe cantar victoria tan fácil, pues el problema del tiempo no es sino el de la universalidad del problema hermenéutico. En “La metafísica de la narratividad: tiempo y símbolo en la filosofía de la historia de Ricœur”, artículo donde White se dedica a estudiar el primer volumen de Tiempo y Narración, especifica que “[...] la narrativa, al igual que el discurso en general, es un producto del mismo tipo de acciones que las que producen los tipos de acontecimientos que se consideran dignos de ser representados por una historia.” [14]. De tal manera que si “[l]os relatos históricos y los relatos de ficción se parecen entre sí es porque cualesquiera que sean las diferencias entre sus contenidos inmediatos [...]su contenido final es el mismo: las estructuras del tiempo humano”,[15] aspecto que confiere a cualquier representación narrativa, dice White, una profunda seriedad filosófica. Por tanto a la pregunta por el contenido de la forma no resulta otra cosa más que el tiempo.
En tal sentido refiere que “[a]llí, en la ficción narrativa, [donde el historiador descubre los motivos metafísicos que lo impulsan a contar ‘lo que realmente ocurrió] las experiencias de la ‘intratemporalidad’ y de la ‘historicidad’ pueden disolverse en la aprehensión de la relación de la ‘eternidad’ con la ‘muerte’, que es el contenido de la forma de la propia temporalidad”[16]. Sin embargo, aun cuando desde Ricœur asume que el relato de ficción y la representación historiográfica poseen idénticas formas con un mismo contenido final, no habría porqué pensar que White abandone la posición de su Metahistoria, pues aun cuando acepte la temporalidad involucrada en la forma, no termina por resolverse a favor de la cuestión hermenéutica, prima y última instancia desde la cual el tiempo se temporaliza.
Si para Ricœur la narración es una operación hermenéutica, White no abandona sino el núcleo duro de su Metahistoria aun cuando se pregunta “¿cuál es la naturaleza de esta verdad narrativa, que no es literal pero tampoco meramente figurativa?”[17]. De tal manera que al identificar dicha verdad narrativa a la trama del relato, el contenido de la forma deja de ser el modo de argumentación tropológica para ampararse ahora en el aspecto tres de su teoría de la obra historiográfica, el modo de la trama.
Esto se confirma en el hecho de que en el transcurso de El contenido de la forma, cuando White no analiza la producción de otro autor teórico –Michel Foucautl o Fredric  Jameson además de Ricœur –, no cesa de preguntar por los modos ideales, léase géneros, mediante y desde los cuales acontece las representación fácticas o ficcionales. No puede percatarse del carácter circular de su propia plataforma, pues ya desde sus intentos para explicar  tanto el fundamento de su explicación así como los límites del modelo –axiomas y aporías de la representación historiográfica –, con tales intentos zarpa y encalla en la misma bahía: la cuestión del género literario, un producto que depende de la estipulación de los tropos.
Por ello mismo a la par que decimos que lo metahistórico no es más que los modos históricos del preguntar por lo temporal, sostenemos que todo intento metahistórico por comprender lo temporal estará condenado al fracaso en tanto ninguna posición trascendental –metafísica –, es capaz de dar cuenta por el momento efectivo en el que algo aparece a la representación.
Esta misma cuestión implica que si trascendentalmente resulta imposible dar cuenta de dicho momento, también resulta ingenuo pretender fundamentar una clasificación de géneros literarios que permita estipular la diferencia historiografía-ficción en términos de dicha presencia llevada a cabo por la representación.
Así, si la segunda parte de la hipótesis sobre lo metahistórico indica que ello está constituido hermenéuticamente desde la historiograficidad, la única diferencia existente entre historia y ficción es eminentemente temporal. De ello resulta que si se es imposible fundamentar el momento en que algo acontece como representación, no es por una deficiencia técnica de las filosofías trascendentales; tradición donde Metahistoria ya siempre se encuentra inscrita, y donde cabría ingenuamente esperar que las dificultades algún día se lleguen a resolver.
 Antes bien, la imposibilidad radica en la dificultad de asumir que la presencia de lo presente no es independiente a la representación que lo significa como presente, y que como tal la identidad del ente representado es un resultado eventual de la asignación de sentido. De tal modo que si los modos de la representación historiográfica se constituyen desde la hermenéuticidad historiográfica, tal instancia señala el carácter de ya siempre interpretado en que cualquier sujeto, y no sólo el historiador se encuentra en tanto recibe, interpreta y proyecta el mundo con palabras cargadas significativamente de sentido, aquello que Ricoeur llama precomprensión práctica del mundo.
Sin embargo todo lo anterior todavía no dice nada en tanto no logremos sacar la positividad del enfoque metahistórico y la utilidad de los tropos en dirección de la técnica traductiva que son. A tal respecto, para comprender la temporalidad de las acciones humanas como la instancia constitutiva de los valores éticos y estéticos, así como de la enunciación de criterios clasificatorios, requerimos retornar al tema de la práctica del historiador pero ahora desde la plataforma ganada por la hermenéutica.




[1] Todo estriba aquí en preguntar por el papel de la técnica y la elaboración de aquello que ya escindido de lo natural, se convierte mediante artificios en producto de la praxis humana. Como podrá observarse, para sostener White la metahistoricidad, requiere implícitamente de una especie de estado de naturaleza de la historicidad, precedente incluso a la historiograficidad necesaria de aquello denominado como conciencia histórica.
[2] Paul Ricœur, Tiempo y Narración I, op.cit, 2004, p.31.
[3] Ibidem, p. 33. Esta referencia metafórica, en tanto implica la relación de dos fenómenos en la construcción de un sentido nuevo, es la que incluiría la doble figura de participio del significante que antes señalábamos.
[4] La metáfora viva, op.cit. p. 127.
[5] Ibidem, p. 139.
[6] White, Metahistoria, op.cit, p. 40. Siguiendo el símil del gramático, aquellos elementos sintácticos, semánticos y lexicales identificados por el historiador, serían a su vez elementos naturales del lenguaje. Frente a esto, pensar en Ricœur y la postura hermenéutica por él defendida, postura que tiende además a  incluir la gramática, o la retórica junto a la semántica en el ámbito existencial de lo hermenéutico, nos conduce preguntar si no acaso White y Ricœur pensaran cosas muy distintas respecto a la poesía.
Si con White, el historiador descubre e informa la ambigüedad presente en el registro histórico al proporcionarle una trama, tal ejercicio, la poesía, no es sino una técnica. Como más adelante se  planteará,  nosotros preguntamos si para entender la esencia de la poesía —lo que ella realiza— puede ésta simplemente ser reducida a su manifestación y operatividad técnica. Para responder cabría preguntar qué es aquello que permite describir a lo poético, en tanto técnica, desde el ámbito del tropo. En tal sentido ¿no estará White, adjudicando a la retórica funciones ajenas a su pertinencia? ¿No estará confundiendo lo que el historiador realiza —y con él, el escritor—, con aquello que el gramático hace? La distancia que separa al historiador del gramático es la que misma que separa a cualquier autor de ficción de su crítico literario, no en términos de lo que es capaz de decir, sino de lo que es capaz de hacer con su decir. Vid. Infra. n 49.
[7] Esto comienza a develar la cuestión del signo, pues en tanto son signos y relaciones de significación lo que él gramático comienza a comprender en su contacto con una nueva lengua, también serían signos lo que el historiador reconoce. Con esto comenzaremos a comprender al tropo en tanto proceso técnico de transposición de sentido antes que como conformación del mismo. De tal manera que el signo, ya en su propia práctica como interpretación, ya siempre se emplean de un modo determinado. Sin embargo, para precisar nuestra comprensión de tropo como proceso técnico del signo.
[8] Ibidem, p.40.
[9] Ibidem. p. 36.
[10] Ibidem, p. 16.
[11] Gadamer en su análisis de la conciencia de la historía efectual, dice que “toda conciencia aparece esencialemente bajo la posibilidad de elevarse por encima de aquello de lo que es conciencia”, por ello, en la persecución de poder liberar  el problema de la hermenéutica histórica  de las plataformas del idealismo, llama a  que “intentemos retener toda la verdad del pensamiento hegeliano”. Por ello, la conciencia histórica no es sino la de la historia efectual justo en términos de la retención de la verdad de los acontecimientos allende de todo posición crítica que de antemano pretenda descartar una realidad en sí ajena al momento de reflexividad –o representación para nosotros – que se involucra al interior de toda práctica. En tal sentido, con respecto a la experiencia termina por referir que esta “sólo se da de manera actual en las observaciones individuales. No se la sabe en una generalidad precedente.” Por ello está esencialmente referida a su continuada confirmación y no a una idea general de correción. Hans-George Gadamer, Verdad y método, op. cit. p. 415 y s.
[12] Hayden White, Metahistoria, op. cit. p. 39.
[13] Vid. supra. n 27. Pues en tanto que la metahistoricidad es constituida hermenéuticamente, la posesión de categorías, el conocimiento mismo de los tropos, se funda en esa reificación que constituye un agente a la causa como se sigue del ejemplo de Nietzsche.
[14] Hayden White, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, trad. Jorge Vigíl Rubio, Barcelona, Paidós, 1992, p. 188.
[15] Ibidem, p. 190.
[16] Ibidem.
[17] Ibidem.
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