2.- La defininición de lo
metahistórico y el problema del quantum
hermenéutico.
Paul Ricoeur, philosopher (Photo credit: Wikipedia) |
Si
resultase que la poesía por su esencial carácter productivo es la esencia del
conocimiento histórico, cabría preguntar qué es la poesía y cómo es el proceder
del historiador si éste, en su producción de conocimiento, opera por sobre una
base poetizante de la realidad. En tal sentido, si el historiador en tanto
poetiza la información vertida en el registro histórico, al informarla de
hecho, ¿no sería lógico atribuir la posibilidad de que la operación poética per se subsista en el discurso ya
contenido en toda fuente, en todo documento histórico?, ¿qué la poiesis sea de hecho el modo en que está
constituido el mundo, y que incluso esa realidad pristina sea poética en sí? Ahora,
frente a las posibilidades de esto, ¿qué autoriza a White a calificar al plexo
documental como un registro histórico sin pulir?, pues en caso de que la realidad sea poética, ¿por
qué esta poesía no se encontraría ya consignada en la fuente?
De escarbarse un poco, fácilmente nos podríamos percatar de
la distinción ontológica que separa sin más aquello que supuestamente acontece –y
en una especie de ingenuidad natural es simplemente consignado –, y aquello que
hace el historiador en la propiedad de la conciencia histórica: elaborar la
forma de lo que solo en bruto reposa pétreamente en las canteras del acontecer
en espera de su tallado.[1]
En el primer volumen de Tiempo
y Narración, Paul Ricoeur señala que
“[s]i bien la metáfora se incluye tradicionalmente en la teoría de los ‘tropos’
(o figuras del discurso) y la narración en la de los ‘géneros’ literarios, los
efectos de sentido producidos por ambas incumben al mismo fenómeno central de
innovación semántica”.[2]
Esto consideración no sólo impone la necesidad de contemplar la trilogía de Tiempo y Narración como una obra gemela
a La metáfora viva, sino que nos
obliga a comprender la innovación semántica no como un mero fenómeno
lingüístico, sino ya de lleno como un fenómeno existencial. Sin embargo esta
posición de la hermenéutica de Ricoeur, entra en contradicción con la
tradicional concepción de la poesía desde el pensamiento platónico-aristotélico,
tradición donde además de la que el propio White forma parte.
Para ver esto requerimos comprender la nueve pertinencia
semántica que opera la metáfora, implica una suspensión de la función
referencial directa y descriptiva del lenguaje, aquello que White pude llamar
prosa clara y racional. A Ricoeur esto lo lleva a la consideración de no sólo
hablar de algo tal como sentido metafórico, sino de lleno, a concebir algo así
como una referencia metafórica, término que como explica, sirve para “expresar
este poder que tiene el enunciado metafórico de re-describir una realidad
inaccesible a la descripción directa.“ [3]
De principio podría parecer que Ricoeur nos confirma los
mismos supuestos que ya nos habían aparecido con White. Sin embargo en este
punto conviene no precipitarse, pues si tanto la metáfora como la narración
tienen por misión “establecer nuevas formas de implicaciones”, tales
innovaciones en las formas de la implicación semántica de las palabras tienen o
poseen un fundamento pragmático allende del semántico.[4] De hecho, con esto Ricoeur nos brinda la
pauta para comprender que significa el título de su obra La metáfora viva, pues estás serían justo las innovaciones
introducidas al uso de la lengua, en tanto que las metáforas muertas serían
aquellas que han perdido su poder de innovación incluyéndose al común del
lenguaje y de las formas del discurso.
Esto, más allá de la presuposición de la metaforicidad como
esencia del lenguaje, implica de facto la concepción de la constitución del
discurso y de los géneros del discurso como la muerte de la metaforicidad que
se instaura desde la racionalización del discurso. Ricoeur lo explica de esta
manera:
En el enunciado metafórico (ya no hablaremos más de
metáfora como palabra sino como frase), la acción contextual crea una nueva
significación que tiene el estatuto de acontecimiento puesto que existe sólo en
ese contexto. Pero, al mismo tiempo, podemos identificarla sin dificultad, ya
que su construcción puede repetirse; así la innovación de una significación
emergente puede ser tomada por una creación lingüística [..:] Sólo las
metáforas auténticas, las metáforas vivas, son al mismo tiempo acontecimiento y
sentido.[5]
La innovación de una significación emergente, que es tomada
por una creación lingüística, será en lo sucesivo lo que entenderemos como el
ser de la historiografía. Las implicaciones que esto conlleva al interior de la
teoría historiográfica o de la filosofía de la historía, sólo podrán emerger
una vez finiquitemos nuestra exposición a Metahistoria
y comprendamos el valor de tal obra. De tal manera que permaneciendo por el
momento en esta interpretación del tropo por Ricoeur, necesitamos proseguir con
nuestras preguntas desde la nueva guía que nos proporciona Ricoeur en tanto nos
permitirá reconducir el dimensionamiento de nuestros problemas desde el ámbito
de las formas al ámbito de las prácticas y el acontecimiento. Para proyectar el
contenido de este parágrafo sólo resta decir que para Ricoeur, el estudio
efecutal del sentido en tanto transformación que se lleva a cabo por la
metáfora, no es una disciplina que se fundamente en una gramática, va más allá,
pues como dice “el problema de la referencia del discurso poético nos llevaría
de la semántica a la hermenéutica.” De tal modo que de antemano podemos
comprender que el tema de este parágrafo consistirá en conducir los problemas que emergentes de la
metahistoria en dirección a la posibilidad de una hermenéutica historiográfica.
a)
La teoría de la obra historiográfica.
Frente
al punto de contraste que nos ha proporcionado Ricoeur, requerimos comprender
la pertinencia y excepcionalidad del tropo en tanto criterio de clasificación
que permite a White estructurar su propio relato. Esto conlleva develar la
relación existente entre lo posibilidad de comprensión de las figuras del
lenguaje por parte de la tropología, al instante o eventualidad de su estrecha
relación con respecto al momento ético de la operación histórica. Pues si como
señalamos en el inciso C) del parágrafo I, el valor y el sentido del conocimiento
histórico se determinan desde la instancia cognitiva que permite significar el
sentido de lo inconexo por el documento como una instancia equiparable a la
gramática, requerimos comprender la obra en términos de la producción de la
misma a fin de develar el ser de dichos valores.
Así White respecto a la práctica del historiador, dice que éste
se enfrenta al “campo histórico más o menos como un gramático podría
enfrentarse a una nueva lengua. Su primer problema es distinguir los elementos
léxicos, gramaticales y sintácticos del campo”.[6]
Para poder responde cómo es que White en tanto historiador
puede poseer conocimiento de tales elementos, y a su vez responder qué son
estos elementos, antes requerimos inteligir el ser del campo histórico para comprender
cómo es ese proceder cual gramático. En tal sentido cabe detenernos en la
categoría eje del trabajo de White, la obra historiográfica. De tal manera que
aquello que se encuentra en cuestión es si la obra historiográfica, en tanto
elemento que se le ofrece a White, es comprendida como algo existente o como
una estructura formal equivalente y comprensible mediante las formas
gramaticales.[7]
Para responder a esto cabe contemplar que su teoría de la obra historiográfica posee cinco
niveles de conceptualización, 1) crónica, 2) relato (cuento), 3) modo de
tramar, 4) modo de argumentación, y 5) modo de implicación ideológica.
En tanto las narraciones históricas pretenden ser modelos
verbales de segmentos específicos del proceso histórico, los pasos que componen
tales narraciones son aspectos necesarios con un fin, pues el “registro
histórico [el corpus documental] no produce una imagen sin ambigüedades de la
estructura de los procesos de que da fe.”[8]
Como ya hemos mencionado la operación historiográfica inicia
justo en el prefigurar cual campo optativo de estudio al conjunto total de
sucesos registrado en los documentos. Nuestra exposición, al haber partido
directamente de la teoría tropológica, ha tratado ya el punto cuatro, el modo
de argumentación, donde mediante el ejercicio de una operación poética, al
historiador le aparecen inteligibles los fenómenos objeto de su relato. Ahora
bien, en tanto esos mismos modos de argumentación, metonímica, sinecdóquica,
metafórica e irónica, son correlativos a lo que White denomina compromiso
epistemológico o cognitivo, la cuestión se torna aun más compleja.
Y es que en el intersticio entre la estética de la obra
historiográfica y el compromiso epistemológico, habita un momento de decisión
ética que apunta directamente a las consideraciones ideológicas subyacentes y
motivadoras de la gesta del historiador. Es decir, esa especie de gramática del
historiador conlleva la estipulación y
precomprensión por parte el historiador de los signos que refieren al
bien y a la belleza, justo en tanto que bien y belleza son los objetos de la
ética y de la estética respectivamente.
Esto implica que entre el aspecto epistemológico y el
momento ético, se habilita la facultad explicativa al campo histórico –la
conceptualización –, mientras que entre el momento ético y el plano estético
radica la construcción de un modelo verbal –el momento poético. En torno al
momento ético dice White:
Considero que el momento ético de una obra histórica
se refleja en el modo de implicación ideológica por la cual una percepción
estética (la trama) y una operación cognoscitiva (la argumentación) pueden
combinarse de manera que derivan en afirmaciones prescriptivas de lo que
podrían parecer afirmaciones puramente descriptivas o analíticas.[9]
Por tanto no hemos de perder de vista que
metahistóricamente considerada, la narración histórica al poseer dos niveles de
construcción, posee dos niveles de análisis: la percepción estética y la
operación cognoscitiva en ella contenida y presuntamente también por ella
encubierta en calidad de las afirmaciones puramente descriptivas o analíticas. Por
ello, si la obra historiográfica es finalmente “un intento por mediar entre lo
que llamaré el campo histórico, el registro histórico sin pulir, otras
narraciones históricas, y un público.”[10],
nosotros, para descubrir aquello encubierto por la operación historiográfica en
términos ingenuos de estetización del proceso histórico, –es decir los procesos
metonímicos y sineqdóquicos que emplea y presupone el propio White –, hemos de fijar nuestra atención en tal momento
ético para entender no sólo la teoría de la obra historiográfica, ni acaso sólo
la empresa analítica-historiográfica que es Metahistoria, sino para
comprender el ser mismo del pensamiento histórico. Esto quiere decir que ha llegado
el momento de ver el origen y las implicaciones del presupuesto fundamental de
White antes señalado: la atribución por parte de White de un carácter prístino
del suceso consignado por la fuente.
Cabe recordar que de tal presupuesto dependían nuestras dos
preguntas en tanto el presupuesto conlleva la cuestión de la posibilidad de un
lenguaje prístino u original con un grado cero de retórica, así como la
implicación de una realidad dócil y no problemática para la experiencia.
Como se podrá inferir, finalmente lo que entra en juega es
la realidad per se del bien y de la
belleza que fundamentan la asignación de signos que permiten valorar lo
registrado por los documentos. Y es que de fondo, en la problematividad y
cuestionabilidad de los presupuestos implicados en la teoría, podemos preguntar si es posible ya no sólo el
conocimiento histórico, sino cualquier forma de conocimiento ajeno a su
representación, ajeno a la eventualidad de la asignación de sentido.[11]
Para iniciar conviene resumamos posiciones. La práctica del
historiador consiste en un poder aplicar a los datos del campo histórico el
aparato conceptual que utilizará para presentarlo y explicarlo. Para poder
presentarlo, antes requiere de prefigurar el campo, “constituirlo como objeto de
percepción mental”.[12]
Siguiendo el orden de ideas, el aparato conceptual se encuentra de antemano
determinado por la sensibilidad estética que de hecho proporciona las pautas –los
tropos retóricos mediante – para inteligir causas y consecuencias; y por tanto,
para describir los procesos de seriación y causalidad comprendidos en el campo
histórico.
B)
Objeciones ontológicas al modelo de metahistórico
Tres
objeciones se pueden hacer en este punto. Primero, si son efectivamente los
tropos los que proporcionan la inteligibilidad de la experiencia tornando a
ésta pensable, ¿lo poético no estaría siendo radicalmente reducido a la
mecanicidad de la tropología?, ¿a la simple técnica locutiva? Segundo,
¿efectivamente la comprensión del mundo atraviesa necesariamente por un campo
tal como la mente para ser comprensible? ¿Es indispensable la conciencia para
que exista comprensión y por ende interpretación y explicación histórica? Y
tercero, de evidenciarse la propiedad de tal figura como la conciencia para
comprender el proceso de construcción de sentido para lo temporal, cómo la
conciencia puede tener conocimiento de antemano de tales valores
trascendentales como la belleza o el bien? De hecho, ¿no serían estos objetos
una especie de entes platónicos o trascendentales? De hecho, ¿la posible
reducción de la poesía a la simplicidad de un acto locutivo, no sería la
continuación de la reducción a que Platón sometio a la poesía en la República ? Por ello, en
cierto modo, las tres cuestiones conforman una sola interrogación, a saber, qué
significa pensar.
Ahora bien, estas objeciones ontológicas a la propuesta
teórica de White con respecto al ser de la poesía y al ser de la historia, nos
conducen a la necesidad de estipular la situación y localización ya no sólo de
la historia que White construye, sino que en tanto su historia se construye
desde una teoría específica de la obra histórica, necesitamos comprender la
universalidad de dicha teoría frente a la temporalidad inherente del devenir
histórico de cualquier proceso humano, incluso la razón.
Del ser de la poesía, del ser de lo histórico, del ser de
la representación y del ser de la conciencia emanan no sólo las respuestas que
son o constituyen Metahistoria, sino ya de suyo, en el ser de la obra se
involucra una práctica que antes de la asunción simple y clara de las formas, presupone
la existencia de una interpretación que sobredetermina los fenómenos
estructurales a la misma obra histórica. Dicha interpretación o quantum
hermenéutico necesariamente tendría que ser temporal antes que formal.
En tal sentido el problema básico de la Metahistoria
de White estribaría en tomar tales elementos constitutivos de la interpretación
cual componentes naturales antes que constituidos ellos mismos históricamente.
Por ello, si White busca la estructura típico-ideal de la obra historiográfica,
nosotros decimos que tal estructura esconde el ámbito originario de la verdad
del conocimiento histórico. Sin embargo, aun no podemos clarificar dicho ámbito
originario.
Por el momento hemos de conformarnos con concebir que
aquello que señalado como modos metahistóricos del decir –los tropos –, son a
su vez los modos históricos del preguntar por lo temporal. De hecho y más
radical aún, lo anterior significaría que lo metahistórico está constituido hermenéuticamente
desde la historiograficidad.[13]
De hecho, aun cuando no se encuentra consignado en en estos
términos, sostenemos que lo anterior constituye la corrección metodológica que
White realizó entre la propuesta de Metahistoria
y la de El contenido de la forma. Sin
embargo no cabe cantar victoria tan fácil, pues el problema del tiempo no es
sino el de la universalidad del problema hermenéutico. En “La metafísica de la
narratividad: tiempo y símbolo en la filosofía de la historia de Ricœur”, artículo
donde White se dedica a estudiar el primer volumen de Tiempo y Narración, especifica que “[...] la narrativa, al igual
que el discurso en general, es un producto del mismo tipo de acciones que las
que producen los tipos de acontecimientos que se consideran dignos de ser
representados por una historia.” [14].
De tal manera que si “[l]os relatos históricos y los relatos de ficción se
parecen entre sí es porque cualesquiera que sean las diferencias entre sus
contenidos inmediatos [...]su contenido final es el mismo: las estructuras del
tiempo humano”,[15]
aspecto que confiere a cualquier representación narrativa, dice White, una
profunda seriedad filosófica. Por tanto a la pregunta por el contenido de la
forma no resulta otra cosa más que el tiempo.
En tal sentido refiere que “[a]llí, en la ficción
narrativa, [donde el historiador descubre los motivos metafísicos que lo
impulsan a contar ‘lo que realmente ocurrió] las experiencias de la
‘intratemporalidad’ y de la ‘historicidad’ pueden disolverse en la aprehensión
de la relación de la ‘eternidad’ con la ‘muerte’, que es el contenido de la
forma de la propia temporalidad”[16].
Sin embargo, aun cuando desde Ricœur asume que el relato de ficción y la
representación historiográfica poseen idénticas formas con un mismo contenido
final, no habría porqué pensar que White abandone la posición de su Metahistoria, pues aun cuando acepte la
temporalidad involucrada en la forma, no termina por resolverse a favor de la
cuestión hermenéutica, prima y última instancia desde la cual el tiempo se
temporaliza.
Si para Ricœur la narración es una operación hermenéutica,
White no abandona sino el núcleo duro de su Metahistoria
aun cuando se pregunta “¿cuál es la naturaleza de esta verdad narrativa, que no
es literal pero tampoco meramente figurativa?”[17].
De tal manera que al identificar dicha verdad narrativa a la trama del relato,
el contenido de la forma deja de ser el modo de argumentación tropológica para
ampararse ahora en el aspecto tres de su teoría de la obra historiográfica, el
modo de la trama.
Esto se confirma en el hecho de que en el transcurso de El contenido de la forma, cuando White
no analiza la producción de otro autor teórico –Michel Foucautl o Fredric Jameson además de Ricœur –, no cesa de
preguntar por los modos ideales, léase géneros, mediante y desde los cuales
acontece las representación fácticas o ficcionales. No puede percatarse del
carácter circular de su propia plataforma, pues ya desde sus intentos para
explicar tanto el fundamento de su explicación
así como los límites del modelo –axiomas y aporías de la representación
historiográfica –, con tales intentos zarpa y encalla en la misma bahía: la
cuestión del género literario, un producto que depende de la estipulación de
los tropos.
Por ello mismo a la par que decimos que lo metahistórico no
es más que los modos históricos del preguntar por lo temporal, sostenemos que todo
intento metahistórico por comprender lo temporal estará condenado al fracaso en
tanto ninguna posición trascendental –metafísica –, es capaz de dar cuenta por
el momento efectivo en el que algo aparece a la representación.
Esta misma cuestión implica que si trascendentalmente
resulta imposible dar cuenta de dicho momento, también resulta ingenuo
pretender fundamentar una clasificación de géneros literarios que permita
estipular la diferencia historiografía-ficción en términos de dicha presencia
llevada a cabo por la representación.
Así, si la segunda parte de la hipótesis sobre lo
metahistórico indica que ello está constituido hermenéuticamente desde la
historiograficidad, la única diferencia existente entre historia y ficción es
eminentemente temporal. De ello resulta que si se es imposible fundamentar el
momento en que algo acontece como representación, no es por una deficiencia
técnica de las filosofías trascendentales; tradición donde Metahistoria ya siempre se encuentra inscrita, y donde cabría
ingenuamente esperar que las dificultades algún día se lleguen a resolver.
Antes bien, la
imposibilidad radica en la dificultad de asumir que la presencia de lo presente
no es independiente a la representación que lo significa como presente, y que
como tal la identidad del ente representado es un resultado eventual de la
asignación de sentido. De tal modo que si los modos de la representación
historiográfica se constituyen desde la hermenéuticidad historiográfica, tal
instancia señala el carácter de ya siempre interpretado en que cualquier
sujeto, y no sólo el historiador se encuentra en tanto recibe, interpreta y
proyecta el mundo con palabras cargadas significativamente de sentido, aquello
que Ricoeur llama precomprensión práctica del mundo.
Sin embargo todo lo anterior todavía no dice nada en tanto
no logremos sacar la positividad del enfoque metahistórico y la utilidad de los
tropos en dirección de la técnica traductiva que son. A tal respecto, para
comprender la temporalidad de las acciones humanas como la instancia
constitutiva de los valores éticos y estéticos, así como de la enunciación de
criterios clasificatorios, requerimos retornar al tema de la práctica del
historiador pero ahora desde la plataforma ganada por la hermenéutica.
[1] Todo estriba aquí en preguntar por el papel de la técnica y la
elaboración de aquello que ya escindido de lo natural, se convierte mediante
artificios en producto de la praxis humana. Como podrá observarse, para
sostener White la metahistoricidad, requiere implícitamente de una especie de
estado de naturaleza de la historicidad, precedente incluso a la
historiograficidad necesaria de aquello denominado como conciencia histórica.
[3] Ibidem, p. 33. Esta
referencia metafórica, en tanto implica la relación de dos fenómenos en la
construcción de un sentido nuevo, es la que incluiría la doble figura de
participio del significante que antes señalábamos.
[6] White, Metahistoria, op.cit,
p. 40. Siguiendo el símil del gramático, aquellos elementos sintácticos,
semánticos y lexicales identificados por el historiador, serían a su vez
elementos naturales del lenguaje. Frente a esto, pensar en Ricœur y la postura
hermenéutica por él defendida, postura que tiende además a incluir la gramática, o la retórica junto a
la semántica en el ámbito existencial de lo hermenéutico, nos conduce preguntar
si no acaso White y Ricœur pensaran cosas muy distintas respecto a la poesía.
Si con White,
el historiador descubre e informa la ambigüedad presente en el registro
histórico al proporcionarle una trama, tal ejercicio, la poesía, no es sino una
técnica. Como más adelante se planteará, nosotros preguntamos si para entender la
esencia de la poesía —lo que ella realiza— puede ésta simplemente ser reducida
a su manifestación y operatividad técnica. Para responder cabría preguntar qué
es aquello que permite describir a lo poético, en tanto técnica, desde el
ámbito del tropo. En tal sentido ¿no estará White, adjudicando a la retórica
funciones ajenas a su pertinencia? ¿No estará confundiendo lo que el
historiador realiza —y con él, el escritor—, con aquello que el gramático hace?
La distancia que separa al historiador del gramático es la que misma que separa
a cualquier autor de ficción de su crítico literario, no en términos de lo que
es capaz de decir, sino de lo que es capaz de hacer con su decir. Vid. Infra. n 49.
[7] Esto comienza a develar
la cuestión del signo, pues en tanto son signos y relaciones de significación
lo que él gramático comienza a comprender en su contacto con una nueva lengua,
también serían signos lo que el historiador reconoce. Con esto comenzaremos a
comprender al tropo en tanto proceso técnico de transposición de sentido antes
que como conformación del mismo. De tal manera que el signo, ya en su propia
práctica como interpretación, ya siempre se emplean de un modo determinado. Sin
embargo, para precisar nuestra comprensión de tropo como proceso técnico del
signo.
[10] Ibidem, p. 16.
[11] Gadamer en su análisis de la conciencia de la historía efectual, dice
que “toda conciencia aparece esencialemente bajo la posibilidad de elevarse por
encima de aquello de lo que es conciencia”, por ello, en la persecución de
poder liberar el problema de la
hermenéutica histórica de las
plataformas del idealismo, llama a que
“intentemos retener toda la verdad del pensamiento hegeliano”. Por ello, la
conciencia histórica no es sino la de la historia efectual justo en términos de
la retención de la verdad de los acontecimientos allende de todo posición
crítica que de antemano pretenda descartar una realidad en sí ajena al momento
de reflexividad –o representación para nosotros – que se involucra al interior
de toda práctica. En tal sentido, con respecto a la experiencia termina por
referir que esta “sólo se da de manera actual en las observaciones
individuales. No se la sabe en una generalidad precedente.” Por ello está
esencialmente referida a su continuada confirmación y no a una idea general de
correción. Hans-George Gadamer, Verdad y
método, op. cit. p. 415 y s.
[12] Hayden White, Metahistoria, op. cit. p. 39.
[13] Vid. supra. n 27. Pues en tanto que la metahistoricidad es
constituida hermenéuticamente, la posesión de categorías, el conocimiento mismo
de los tropos, se funda en esa reificación que constituye un agente a la causa
como se sigue del ejemplo de Nietzsche.
[14] Hayden White, El contenido de la
forma. Narrativa, discurso y representación histórica, trad. Jorge Vigíl Rubio, Barcelona, Paidós, 1992, p. 188.
[15] Ibidem, p. 190.
[16] Ibidem.
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