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jueves, 1 de agosto de 2013

Conciencia, tiempo y representación | Uno | 1.- La representación historiográfica y la historia del pensamiento histórico

Primera parte.
La representación historiográfica y la historia del pensamiento histórico

Pero ahora, después de haber descrito nuestra enigmática situación en el transcurso de aquellos ocho días, cuando aún no sabíamos nada, pasaré a describir los últimos acontecimientos de mi crónica, y ya, por decirlo así, con conocimiento del asunto, en la forma en que todo se ha descubierto y explicado ahora. Empezaré por el octavo día, después de aquel domingo; es decir, por el lunes por la noche..., por que en realidad, a partir de esa noche da  principio una “nueva historia”.
                                              
A Monument to Fyodor Dostoevsky at Tarskaya st...
A Monument to Fyodor Dostoevsky at Tarskaya street in Omsk city, to which he was exiled. (Photo credit: Wikipedia)
            Fiodor M. Dostoyevsky, Los demonios.historiador

En busca de la palabra adecuada, una sola pregunta correctamente formulada basta para cimbrar todo edificio conceptual, toda gesta del saber. Nosotros, que aun no disponemos de la corrección, de momento sólo podemos preguntar ¿qué es el tiempo?
Como historiadores invariablemente sabemos que existe una relación intrínseca entre tiempo e historia. Las opiniones al respecto pueden ser de lo más divergentes, e incluso contrapuestas. Michel de Certeau por ejemplo, dijo que era  “indudablemente excesivo decir que el historiador tiene ‘el tiempo’ por ‘materia de análisis’ o por ‘objeto específico’”. [1] Sin embargo otro historiador como Jacques LeGoff escribió que “El material fundamental de la historia es el tiempo [...]”.[2]
Y es que la cuestión resulta por demás problemática en cuando que independiente a las posiciones que se puedan sostener, o las reservas que se puedan esgrimir, la verdad estriba en que la cuestión tiempo-historia plantea la relación volátil y eventual entre dos “cosas” que son por demás ambiguas. 
Del tiempo no hace falta más que recurrir al lugar común de la reflexión sobre él, San Agustín, y el libro XI de las Confesiones: “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé.Sobre la historia el problema no es más sencillo, pues como sabe cualquier  Sobre la historia el problema no es mas sencillo, pues como sabe cualquier historiador, desde un novato en la profesión hasta los más distinguidos doctores, la voz historia debe ser separada de su significado no en tanto proceso o acontecimiento, sino como conocimiento de esa misma realidad. A tal fin Javier Rico Moreno recuerda que desde el siglo XVII, Tomasso Campanella introdujo el neologismo historiografía para distinguir en tal diatriba. Pero como señala, el término “no logró la suficiente aceptación, y se ha propuesto incluso modificar la grafía misma de la palabra historia.”[3]
Así de principio en la relación tiempo-historia, sabemos que tal cuestión esconde un tercer elemento implícito en el segundo término del binomio, de tal modo que sí comenzáramos en este momento la meditación, al menos sabríamos que tal binomio refiere más bien una triada: tiempo- historia- historiografía, o si se prefiere tiempo- Historia- historia.
En este sentido, y sin ingresar de hecho a la cuestión temporal, podemos entender que en historiografía, el ámbito de verdad para el conocimiento histórico siempre se ha constreñido al oximoron de poder fijar en el lenguaje, en la grafía, en lo que permanece, aquello que es por si mismo cambio, movimiento, devenir. A tal respecto, la relación que se establece entre una la tabla de categorías, los principios lógicos, la estipulación de principios, así como la descripción de las formas puras, es el núcleo operativo que le confiere a toda filosofía trascendental la rigidez y eficacia casi inamovible desde la cual ha pretendido comprender el mundo.
Sin embargo en tanto que de lenguaje se trate, hemos de poderlo contemplar desde su existencia, por ello cabe decir que en un dialogo no existen las palabras últimas. La insistencia en que el lector o cualquier otra institución posee la última palabra no demuestra sino la escatología soterrada de muchas posturas contemporáneas, pues al final, todo retorna al punto de su origen: la conversación. Frente a las posturas trascendentales es que cabria preguntar por el estatuto de este problema hermenéutico, pues la tarea de la comprensión histórica sería justo el dilucidar la naturaleza que ese diálogo describe en su existencia, es decir, el tiempo que se da entre el decir-interpelar y el atender-decir que prolonga la conversación. Nosotros, a esta existencia del discurso no lo llamamos sino historicidad. Por tanto, describir la esencia de la cuestión hermenéutica no es sino dar cuenta de la efectividad histórica que transcurre en todo decir.
Sin embargo en poesía no se interpreta, sino que se recibe,  pues toda interpretación presupone un ámbito de verdad que legitima aquello susceptible de ser interpretado, un marco teórico y categórico que verifica las aserciones o los juicios. Por ello, si la poesía no se interpreta sino que se recibe, es al ser ella la manifestación procreadora del discurso que lleva consigo la esencia de su existencia, la verdad de su acontecimiento: su propia enunciación propiciadora de pertinencia e impertinencias.
Bajo los epígrafes de conciencia, tiempo y representación buscamos captar el momento donde el pensar ingresa en la disposición histórica de la verdad de su propio ser. Conciencia, tiempo, representación, mientan las tres instancias mediante las cuales el pensar ejecuta aquello que piensa en la radicalidad de su pertinencia y permanencia histórica.
Nuestra cuestión estriba en que si preguntamos qué es el tiempo, dónde es tal pertinencia histórica, es decir, si preguntamos por la época de adscripción de un fenómeno así como por la representación que de cuenta de tal clasificación, pronto descubrimos que la historia –como todo aquello que se mienta y no se explica, se invoca pero no se cuestiona, asumiéndose además como ya comprensible de suyo –,[4] es el bastidor en el cual es posible se despliegue toda investigación, juicio u opinión; todo discurso, toda representación.[5]
La comprensión que de este bastidor ha realizado una postura trascendental como lo es la Metahistoría de Hayden White, será la primera parada en nuestra investigación en torno al tiempo. La cuestión que nos permite unificar todo lo radica en que para nosotros representación en tanto despliegue poético es acto,  prácticas que representan. Por ello al qué hicieron los historiadores, los testigos, los documentos mismos, así como tambien un actor o un artista, podemos responder que ellos representaron, tomando por descontado que a pesar de que cada uno de ellos se diferencia a partir de su ámbito específico, es el representar como vocación lo que los unifica en un gran ámbito.
En primera instancia nos interesa lo general de lo actos, no lo particular de su abordaje sobre algo con respecto a algo, es decir, si nos interesa la totalidad de conocimientos que en un momento posee una ciencia, arte o disciplina, una cultura, lo que nos interesa propiamente, antes de la cosa representada, es el ahí donde se inscribe la historicidad del pensamiento, el cómo y para qué representan algo. Nos interesa el proceso productivo de la representación y no sólo el resultado de la misma.[6]
Si aconteciera que el análisis nos obligue a partir forzosamente desde el algo que representa la representación, de antemano hemos de preguntar qué es eso que se representa en el representar. Y es que lo puesto por la representación, su objeto, es antes el manifestar algo en tanto algo, de tal manera que lo dicho, lo representado, es ya una interpretación de la acción misma del representar.[7] Nuestro objeto en dado caso es tal manifestación.
Ahora bien, si a partir de formas puras e ideales es posible dar cuenta de aquello que pone la representación, el enfoque trascendental no es capaz de dar cuenta por el momento efectivo en que la representación puede poner algo frente a sí.[8]  La presunción de principios evidentes de suyo, no descriptibles y sin embargo accesibles al pensamiento, es errónea en tanto suscribamos la tesis nietzschiana en torno al valor del valor, que toma al principio en tanto valor y lo concibe en tanto que toda valorización es el resultado de aquello ejecutado en el comercio de los discursos.[9]
A su momento del comercio de los discursos hemos de poder zapar en dirección al tema de su crédito y lo que éste realiza en tanto acto de fe. Por el momento, y de retorno a la generación de toda representación, hemos de preguntar por el valor de los valores para la conformación de objetos, ¿cómo es que esos valores están dispuestos?, ¿cómo se conforman las apreciaciones del bien y del mal, de la justicia y la injusticia, de lo bello y lo horrible, de lo verdadero y de lo falso?
Si entre las condiciones de creación de una representación están los valores en ella expresados, hemos de preguntar y más allá de lo dispuesto por la representación, por aquello de lo que dependen las condiciones de creación de la representación. De tal manera arribaremos al horizonte que interesa a esta investigación, pues aquello de que dependen las condiciones de valorización en tanto principios es justo el tiempo.
A rasgo de axioma, toda representación es representación temporal de lo temporal, de tal modo que los valores que nos permiten apreciar o enjuiciar una representación estarían circunscritos en la historicidad misma que permea toda representación. Por ello  si lo que nos interesa son los modos de la representación, hemos de descartar modos apriorísticos de ella, pues el juego de la representación no está depositado en aquello puesto por la representación, sino justo en el método que sigue la representación para hacer la simple apariencia de algo como el algo mismo. En tal sentido, pensar el método de una representación es pensar su historicidad, es decir, el modo mediante el cual es producida la representación. De ser esto así, pensar la historicidad de toda representación es pensar no sólo el qué y el cómo se representa algo, sino preguntar al tiempo para qué sucede tal representación.
Ahora bien, nuestro propio problema nos arroja directo al problema de la disciplina que nos acoja y en su amparo haya de orientarnos para emprender la indagación de los diversos fenómenos que nos van saliendo al paso. Por ello es prudente retroceder unos pasos, no adelantarnos, y preguntar con Cliford Geertz si efectivamente “[...] la línea que separa modo de representación y contenido sustantivo no puede trazarse en el análisis cultural.”[10], pues del poder trazar tal línea entre el análisis y el objeto analizado, entre la representación de algo y el efectivo representar, depende del poder explicitar nuestro método.
La presente investigación tiene por centro dos cuestiones, de principio disímbolas en apariencia pero esencialmente conformantes de una y la misma cuestión. Al tiempo que busca las determinaciones o pautas a partir de las cuales se produce una representación historiográfica, es decir y del modo más general, cómo es que el lenguaje es capaz de expresar aquello que constituye la historicidad, también nos enfrentamos a la necesidad de explicitar el modo mediante el cual se puedan estudiar históricamente y ya no sólo metodológicamente, los cambios suscitados en las condiciones de la producción del discurso. En tal sentido, preguntando primero por las condiciones de posibilidad del conocimiento histórico, nuestra investigación se enfrenta a una instancia por la cual cabría seguir interrogando en la indagación de su propiedad: la obra historiográfica.
Al partir desde la obra historiográfica, hemos de llegar al problema de las fuentes históricas, y con ellas, al del mundo por ellas y en ellas representado. Al final de nuestro recorrido y en líneas generales, tres serán los ámbitos que conformarán el triángulo temático donde se inscriben las cuestiones por nosotros suscitadas.
La primera piedra del presente estudio está colocada por Hayden White. De la crítica a su postura retórico-trascendentalista hemos de arribar mediante las determinaciones ideológicas por él marcadas, a la postura de Michel Foucault y su crítica al sujeto. Entre ambos, las propuestas de indagación historiográfica que son la Metahistoria y La arqueología del saber, finalmente hemos de arribar al segundo capítulo desde el tema de las posibilidades de reelaboración de la temporalidad realizada por la metáfora en tanto esta es la esencia de la periodización como nos señala Friedric Jameson y Paul Ricœur. Así, de entre el trabajo de Hayden White, Mitchel Foucault y Paul Ricœur, buscamos despejar el campo temático-metodológico donde el resto de la presente investigación posea pertinencia.            

1.- La posición de White sobre la imposibilidad de refutación a las obras históricas.

Toda investigación, al igual que toda actividad humana, posee supuestos que no puede evidenciar en un primer término, lo mismo sucede para la investigación histórica. La posibilidad de clarificarlos sólo es en tanto esos mismos supuestos comienzan a desmoronarse o a ser sustituidos por otros principios.  Y es que si bien en toda investigación se involucran herramientas conceptuales, modelos teóricos y metodológicos sobre el objeto que atañe a la investigación y los procedimientos de la investigación misma, los supuestos que se juegan en una investigación residen no sólo son en el empleo efectivo de los mismos, sino en la productividad que reportan los factores del conocimiento histórico. De tal modo que es el rendimiento del empleo de los factores lo que ya siempre gobierna o dirige el empleo de los factores de la investigación, y por ello mismo todo esto independiente a la voluntad peculiar del investigador como individuo. Nadie es dueño de sus obsesiones ni de sus ilusiones, de tal modo que todo producto o toda acto es ya siempre acción y producción de una comunidad.
Uno de los primeros supuestos que determinan la persecución del conocimiento, nuestra aprehensión del mundo, es justo aquél que separa realidad de ficción. Dentro de este binomio de opuestos, la determinación de los estatutos del conocimiento histórico reporta una mayor dificultad. En tanto éste se pretende un conocimiento de algo que invariablemente tiene que ver con el tiempo, conocimiento, relativo o relacionado al tiempo, nunca puede dejar de depender de la representación historiográfica.
Tenemos dos obras. Un relato de ficción situado en un momento histórico específico, así como un artículo historiográfico que estudia la misma época histórica donde la primera obra se encuentra situada. ¿Cuál es la diferencia?
Para dificultar más la meditación, allende de lo que sabemos sobre la diferencia historia-ficción  que se juega en nuestro ejemplo, persigamos la diferencia en los términos que distinguen a la realidad de su representación. Y es que en términos del representar que ambas obras llevan a cabo, tendríamos que interrogar por los criterios que de antemano nos permiten clasificar y separar ambas representaciones.
A tal respecto alguien podría decir que en tanto el artículo historiográfico reporta o pretende la estipulación de un conocimiento, su contenido tendría que ser estipulado en los términos de la producción y validez de dicho conocimiento. Mientras tanto el relato, como no posee una pretensión de verdad, se inscribe únicamente en los términos de la opinión, y por tanto, presenta un uso más liberal de aquello que también es común a ambas obras, la historicidad por ellas representadas.
Sin embargo, y a pesar de que las dos obras son representaciones de la historicidad, justo en la diferencia opinión-conocimiento que las atraviesa, es que al relato de ficción nunca nos atreveríamos a nombrarlo como un texto historiográfico.
Podríamos zanjar aquí el debate, y en función de las peculiaridades que encontrásemos en las dos obras, dedicarnos simplemente a extraer las consecuencias de la estipulación que distingue realidad de representación desde la pretensión de cientificidad frente a la mera opinión. Sin embargo un trabajo así nunca lograría satisfacer nuestra curiosidad en tanto no sepamos qué es una representación y qué es la realidad, y por tanto, cómo es que el conocimiento conoce en verdad aquello que es real, en tanto tal cosa como la opinión se conforma con una simple estipulación eventual y no fundamentada. Por ello, si existe tal cosa como el conocimiento histórico, nosotros preguntamos tres cuestiones, la primera, qué fundamenta ese conocimiento.
Si este conocimiento se juega al interior de la representación, nuestra segunda pregunta es qué o cuál es el juego de dicha representación de tal modo que puede asegura tal cosa como el conocimiento histórico. Y tercero, en tanto la representación es un medio de la producción de conocimiento histórico, qué nos impide descartar que aquello que nos garantiza nuestro preguntar como historiadores, no se encuentre ya a su vez determinado por la misma peculiaridad que prueba o fundamente al conocimiento histórico. Estas tres preguntas se funden finalmente en la cuestión de la identidad de la obra histórica, y por tanto, su alteridad con respecto a la ficción.
Para Hayden White, el conocimiento histórico es el resultado de un doble proceso de traducción, donde intervienen la visión que de la historia posee un historiador, así como la conciencia que de tal visión posee. El historiador, al que se le presenta un conjunto de documentos informes, les confiere forma en tanto gesta una narración que ordena la información depositada en los documentos. A tal respecto, es que el historiador conceptualiza, permitiendo con ello el sentido del conjunto documental.
Esta doble operación de formación y conceptualización de de lo inscrito en los documentos, construye el sentido de la obra histórica, así su ser consiste en ser ella un modelo de narración al tiempo que es un sistema de conceptualización histórica. Por ello, cuando White se propone estudiar los fundamentos de los procesos de traducción, se le impone la necesidad de estipular no sólo el sentido de la obra, del conocimiento histórico o de la participación del historiador en doble tal proceso, sino que simultáneamente tiene que estipular el sentido de los informes documentales para así poder comprender las determinaciones  técnicas del doble proceso de traducción.
El titulo de su obra fundamental, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, ya nos pone en la pista del poder responder a nuestras tres preguntas, pues al ser la conciencia histórica una categoría analítica, dicha categoría opera para estudiar la forma en que procede la imaginación histórica mediante una figura retórica específica. De tal manera que nosotros, desde la diferencia opinión-conocimiento, preguntamos a White, cuál es la diferencia de hecho que existe entre la categorización implicada en la conciencia histórica frente a la imaginación histórica. A tal respecto, en la estipulación de la diferencia ontológica entre conciencia e imaginación, procesos que intervienen en la producción historiográfica cuando ambos son modos de la representación, nos enfrentamos de principio a una consideración esencial a la estipulación de la obra histórica por parte de White: su irrebatibilidad.

a) Categorización fundamental de la obra histórica.

Hayden White aun cuando fuera desconocedor del efecto que Metahistoria tendría para los estudios historiográficos posteriores, seguramente intuía el caudal de críticas, ataques e intentos de refutación a su propia obra. Al escribir sobre la producción de los historiadores del siglo XIX,  y en general, sobre la corrección de las representaciones historiográficas, White refiere que:

[...] no es posible ‘refutarlos’, ni ‘impugnar’ sus generalizaciones, ni apelando a     nuevos datos que puedan aparecer en posteriores investigaciones ni mediante la          elaboración     de una nueva teoría para interpretar los conjuntos de acontecimientos que constituyen el       objeto de su investigación y análisis.[11]

De tal modo que lo que dijo sobre las obras históricas decimonónicas, es algo que tentativamente aceptaremos como criterio esencial a la interpretación de su propia obra. Por esta razón, de momento nos desentendemos al estatus de susodichas polémicas, pues, antes de cualquier discusión necesitamos comprender qué significa tal irrebatibilidad.
Como dijimos, el planteamiento fundamental de su obra es que es que la categorización de la obra historiográfica como modelo de narración y conceptualización histórica, depende de la “naturaleza preconceptual” y “específicamente poética” que de la visión de la historia y de sus procesos posee un historiador.
En la “Poética de la historia”, introducción a Metahistória, aborda finalmente la cuestión de la conciencia histórica. Bajo tal denominación cabe pensar la forma en que opera el pensamiento histórico mediante una figura retórica. En tal sentido, Metahistoria no es sólo un tratado de los componentes que hacen posible lo que denomina como conciencia  e imaginación histórica; al tiempo, es una historia del pensamiento histórico.
Si la obra historiográfica es imposible de ser refutada es porque su verdad –su corrección o correspondencia en términos de teoría de la verdad –, se encuentra anclada en aquello que sucede como traducción del campo histórico elaborado desde el registro histórico sin pulir. Nuestro estudio tiende de hecho a determinar el estatuto de dicha verdad.
 El campo es producido desde aquellos procesos que disponiendo de una trama narrativa y de un modo de traducción lingüístico-retórico, hacen aparecer significativamente los hechos consignados en los documentos en relación directa a la trama narrativa, la cual  se prefigura en aras de explicar un tramo del proceso histórico.
En este sentido, la verdad de la obra histórica –el conocimiento que reporta –, reposa en la efectividad de tal proceso. Por tanto, en la estipulación del sentido de esta verdad, requerimos suponer que sí en tal proceso de traducción es como se explica la historia, ergo, así es como se construye la representación historiográfica.
Ahora bien, en tanto lo requerimos comprender es la verdad, dicha cuestión atraviesa nuestros tres problemas iniciales. De tal manera que nos resulta indispensable poder concebir como una totalidad al proceso completo de producción historiográfica junto con el ser de la obra historiográfica. De hecho al ser esta totalidad aquello que White llama metahistoria, nuestro primer supuesto es que en tanto esta estructura metahistórica hace aparecer, tal aparición puede ser estudiada fenomenológicamente.
Con esto no hacemos sino leer a Metahistoria como una fenomenología de la representación historiográfica y del conocimiento histórico. Por este motivo, si la naturaleza de la aparición significativa del hecho consignado por el documento depende del doble proceso de  “naturaleza preconceptual” y “específicamente poético” que de la visión de la historia y de sus procesos posee un historiador, la estipulación de la significatividad de lo representado así como del significante representado al interior de la obra histórica –el ser de la representación así como el contenido referencial del la representación –, apunta a un problema general, la pregunta por la historia misma. Pues en tanto la naturaleza de la obra historiográfica emerge desde un ámbito, la cuestión de la historicidad se nos revela como la que atraviesa a todos los factores que hemos nombrado. Del responder a esta pregunta dependerá el poder comprender aquello que se explica en el discurso historiográfico.
Lo anterior lo podemos decir de otra manera. Si la estructura metahistórica implica la comprensión de la construcción de la obra histórica, desde dicha estructura estudiada por White en términos de la preconceptualidad del registro histórico y del proceso de poetización del mismo para constituirlo en campo cognitivo y luego en representación,  podremos comenzar a inquirir por el sentido de la historiografía en tanto representación, y por tanto, también comprender el estatuto que guarda o conserva el conocimiento histórico con respecto a la realidad que pretende conocer.
Para poder responder a lo anterior, nada mejor que estudiar la investigación histórica que el propio White lleva a cabo. Por ello, si su historia es la historia de la conciencia e imaginación histórica del siglo XIX, lo primero que requerimos conocer es dicha historia para comprender cómo la construye White.[12]

b) La construcción historiográfica de White con respecto al pensamiento histórico

La historia que en Metahistoria Hayden White llevó a cabo, es la del relato de la relación entre las pautas formales de la obra historiográfica y el proceso o desarrollo del pensamiento histórico a lo largo del siglo XX. Al respecto de la producción historiográfica que resulta del cruce de ambos términos, White puede caracterizar al pensamiento histórico decimonónico en tres etapas para un espacio de tiempo poco mayor a de cien años.
A finales del siglo XVIII en sus trabajos historiográficos, los ilustrados tardíos, Volteire, Gibon, Hume, Burke, Kant y Robertson, arribaron a un tono irónico en su concepción de la historia. Frente a estos, Rousseau, los poetas prerrománticos del Stürmer und Dränger y especialmente Herder, opusieron a la ilustración tardía lo que White llamó una concepción “deliberadamente ‘ingenua’”.[13] Sin un método o una teoría pensada explícitamente, estos pensadores postularon a la “empatía” cómo método de indagación histórica. White advierte que de esta oposición ingenua nació una crisis en el pensamiento histórico en torno al  modo adecuado para aproximarse a estudiar la historia.[14]
Tal cisma promovió el interés por la teoría de la historia, colocándose el problema del conocimiento histórico desde la primera década del siglo XIX como la cuestión fundamental para los filósofos de la época. Fue Hegel, apunta White, quien identificó correctamente la esencia del cisma: las irreconciliables diferencias entre el modo irónico y el modo metafórico de aprehender el campo histórico. En su propia filosofía de la historia, Hegel ofreció una “justificación razonada” para colocar a la sinécdoque por encima –figura por demás conciliadora –, de la ironía y aquello ingenuo conceptuado por los prerrománticos.
En este mismo momento apareció el trabajo de Augusto Comte, los Cursos de filosofía positiva, donde se mezclaron, tal como las llama White, las teorías mecanicistas de explicación de la Ilustración con la concepción organicista del proceso histórico.
De esta manera, en el primer tercio del siglo XIX se formaron tres escuelas distintas de pensamiento histórico, la novelesca, la idealista y la positivista. Sin embargo estas corrientes, incluso en sus diferencias y distanciamientos metodológicos, “eran unánimes en su repudio a la actitud irónica con que los racionalistas de la Ilustración tardía habían encarado el estudio del pasado”.[15]
Con esto en consideración, White en gran medida puede explicar el entusiasmo por los estudios históricos de la época, el tono de autoconfianza de su historiografía, así como también el tono particular de autoconciencia teórica con que los representantes del segundo periodo realizaron sus indagaciones y redactaron sus narraciones para los albores del segundo periodo del pensamiento histórico del siglo XIX, comprendido entre 1830 y 1870. Michelet, Tocqueville y Ranke, a la par que sus contemporáneos en la novela, Scott, Balzac, Sthendal y Flaubert, lograron producir tantos géneros distintos de realismo como modos había para interpretar el mundo.
Sin embargo, White advierte que las elaboraciones críticas del periodo eran poco más que refinamientos a los puntos de vista proporcionados por las estrategias tropológicas para procesar la experiencia, es decir, “formas específicamente ‘poéticas’”.[16]
Por otro lado, esta segunda época también se caracterizó por los ataques al sistema de Hegel. Estos a pesar de sus intentos, no pudieron conducir al pensamiento en torno a la conciencia histórica más allá de lo realizado por el maestro de Hena.[17]
Así, desde la narrativa de White, después de un periodo dorado y “realista” para los estudios históricos, podemos observar una nueva crisis en el pensamiento histórico a finales de la década de 1860. Por un lado, mientras ubica una recaída a la condición irónica de la pluma de Burckhardt, por otro identifica en Marx la presencia de un intento por transformar la historia en ciencia al tomar las estrategias sinecdóquicas de Hegel junto a las estrategias metonímicas de la economía política. Tal intento produjo un nuevo modelo dialéctico de interpretación histórica. White lo apunta de este modo:

La concepción de la historia del propio Marx estaba lejos de ser irónica, pero él logró revelar las implicaciones ideológicas de cualquier concepción de la historia; con ello proporcionó una base más que suficiente para el descenso a la ironía que había de caracterizar la conciencia histórica de la última fase de la reflexión histórica de la época, la llamada crisis del historicismo que se desarrolló durante el último tercio del siglo.[18]

A pesar de esto White también apunta que el pensamiento histórico no tenía necesidad de Marx para que ser catapultado a su tercera fase o crisis, pues el propio éxito de los historiadores del periodo 1830-1870 fue suficiente para arrojar a la conciencia histórica a la condición irónica, “verdadero contenido de la ‘crisis del historicismo’”.[19] La conformación de varias representaciones suficientes y plausibles, pero completamente opuestas para los mismos eventos –White apunta literalmente “en apariencia mutuamente exclusivas”[20] –, fue suficiente para derruir los cimientos de la confianza a cualquier presunción de objetividad, cientificismo y realismo para la historia.
Tal pérdida de fe, que ya nos pondrá en la persecución del nihilismo y del modernismo, se puede observar en la obra de Burkhart justo por ser explícitamente “esteticista es su espíritu, escéptica en su punto de vista, cínica en su tono y pesimista ante cualquier esfuerzo por conocer la verdad ‘real’ de las cosas.”[21]
La contraparte filosófica de Burckhart es propiamente Friedrich Nietzsche, quien tomó por problema la conciencia irónica de su época –podría empezar a llamársele desde este momento nihilismo – junto a las formas específicas de conceptualización histórica que la sustentaban, tratando con ello, dice White, disolver la ironía sin caer en las ilusiones de un romanticismo ingenuo:
           
En el pensamiento de Nietzsche acerca de la historia se abre al análisis la psicología de la conciencia histórica, además se revelan sus orígenes en una aprehensión específicamente poética de la realidad. Como resultado, Nietzsche, lo mismo que Marx, proporcionó la base para esa caída en la “crisis del historicismo” a la que sucumbió el pensamiento histórico de su época.[22]

En el último escalón de la representación historiográfica que White realiza, está Benedetto Croce, quien también reconociendo la crisis y el triunfo por ella expresado de una “actitud mental esencialmente irónica”,[23] se esforzó por “asimilar el pensamiento histórico al arte”, es decir y en términos freudianos, sublimar el conflicto para alcanzar reconciliación. Sin embargo tal como apunta White, su esfuerzo “finalmente sólo consiguió llevar la conciencia histórica a una conciencia más profunda de su propia condición irónica.”[24]
Así, a lo largo del siglo XIX, de la ironía de los ilustrados tardíos, en los modos “ingenuos” de los prerromanticos, en la sinécdoque sintética de Hegel, y en la confluencia en Marx de ésta con la metonimia de la escuela económica escocesa, arriba el pensamiento histórico de nuevo a las costas de la ironía en el periodo posterior a 1870 de las plumas de Burckhardt, Nietzsche y Croce.
Ahora, para comprender tanto la representación historiográfica como también el método analítico de la Metahistoria, requerimos interrogar por el ser de la ironía, la sinécdoque, la metonimia, además de aquello “ingenuo” en que se basaron los trabajos de los prerrománticos, pues es mediante estas formaciones tropológicas que White construyó este relato histórico que nosotros hemos glosado. Dice White  al respecto de la producción historiográfica decimonónica:

[...] consideradas sólo como estructuras verbales formales, las historias producidas por los principales historiadores del siglo XIX despliegan concepciones radicalmente diferentes de lo que debería ser “la obra histórica”. Por lo tanto, a fin de identificar las características familiares de los distintos tipos de pensamiento histórico producido por el siglo XIX, es necesario, primero dejar en claro cuál podría ser la estructura ideal-típica de la “obra histórica”.[25]

Ahora bien, si de las últimas dos citas se puede inferir que el tipo de creencias en torno al ser de las cosas estipula la posibilidad de conocer la realidad, la historia del pensamiento histórico decimonónico es una historia de la desilusión. Creemos esto significar que la historia de White es una tragedia, sin embargo, es indispensable esperar un poco antes de caracterizar a la propuesta de White.
 Y es que en tanto la creencia se instituye como impresión que sobre las cosas se posee, y además, siendo tal impresión el resultado práctico de un tropo, parecería simple comprender la historia decimonónica como el tránsito del optimismo liberal a un pensamiento crítico que llegó finalmente a la desesperación cínica e irónica del último tercio de siglo XIX en su imposibilidad por estipular y/o estabilizar el ser de los histórico.
Ahora bien, nosotros, aprovechando este relato necesitamos inquirir por dos cuestiones, pues en tanto no creemos en la ingenuidad, requerimos comprender dónde se encuentra el propio White, o su obra mejor dicho, con relación al relato que él mismo construye. Respecto a la posición que White posea en el relato, resultará a la par la caracterización de nuestra propia ubicación, pues si la creencia –léase también como opinión, para mantener la uniformidad de los incisos superiores – se estipula como el ámbito resultado de la impresión de una forma ideal, el conocimiento resulta más bien como la forma que imprime y determina tal creencia, es decir, el conocimiento como lo estipula White, requiere ser conocimiento de las formas.
Para comprobar esta proposición, nuestro siguiente paso consistirá en contrastar este relato con respecto a la estructura típico-ideal de cinco puntos que White propone como su teoría esencial de toda obra histórica. Con la salvedad claro, de que requerimos ver esta estructura en su totalidad como producción-producto.

C) La teoría de los tropos como estructura del relato del pensamiento histórico y su límite frente al pensamiento histórico del ser.

La operación historiográfica inicia al prefigurar el inconexo conjunto de sucesos registrado por los documentos como un campo optativo de estudio. White apunta que tal acto prefigurativo es poético en la medida en que es precognositivo y precrítico, además de que colabora para la conformación de la estructura narrativa con que posteriormente será imaginado el modelo verbal que es el discurso de la obra historiográfica. Debemos considerar que esta estipulación descansa por sobre un presupuesto básico en White en términos de la construcción de sentido. Sin embargo la enunciación de las consecuencias de este presupuesto deberá aguardar, pues antes requerimos comprender el acto prefigurativo en tanto acto poético.
La operación poética no sólo constituye aquello que en tanto posible objeto de percepción mental se ofrece a la reflexión del historiador, sino que también conforma los conceptos que utilizará para discernir entre los fenómenos que habitan el dominio que es el campo histórico.[26] Aclara además, que el número de estrategias mediante las cuales acciona la operación poética no es infinito.
Si la teoría clásica de la retórica se conforma con la oposición entre metonimia y metáfora, White decide regresar a la concepción renacentista de los cuatro tropos para el análisis del lenguaje poético o figurativo. Junto a la metáfora y la metonimia agrega la sinécdoque y la ironía. En Metahistoria los tropos, como pudimos observar, funcionan para clasificar las llamadas formas estructurales profundas en que la imaginación histórica  opera sobre el registro histórico para constituir campos históricos de saber. Y es que los tropos tienen por función el tornar comprensibles a la conciencia los contenidos de la experiencia que se resisten a la descripción en prosa clara y racional.
La metáfora puede caracterizar un fenómeno en términos de su semejanza con otro fenómeno al modo de la analogía o el símil. Por ejemplo Sófocles, que hace decir a Yocasta en Edipo Rey “mar de zozobras y temores” para expresar la confusión que experimentan los personajes de la tragedia.
 La metonimia toma la parte de una cosa y la coloca por la totalidad de la misma, de tal manera que si decimos “cuarenta espadas se arrojaron contra los troyanos” tales espadas refieren a los guerreros que las poseen. Con la sinécdoque, estrechamente vinculada a la metonimia, el todo de un fenómeno puede ser referido en función de una sus características particulares; por ejemplo la expresión “hincar el diente” para referir la alimentación.
 Finalmente con la ironía se caracterizan cosas mediante la negación en el nivel figurativo de lo que de antemano se afirma en el nivel literal. La catacresis (el absurdo) y el oximoron son modos de este tropo. De nuevo con la Yocasta de Sófocles damos testimonio de esto cuando dice “¿Qué ha de temer el hombre si está bajo la certeza de los hados? ¿Si nada con certeza puede prever?”[27]. Es decir, si aquello a que teme el hombre es lo desconocido, qué ha de temer cuando está bajo la certeza de los hados, cuando posee la certeza de su abrigo. Sin embargo, tal certeza se aniquila en función de la segunda proposición, pues la ironía, en tanto guarda una estrecha relación con la estructura silogística, reconoce que en aquello que conoce, aquello en que confía el hombre, reside eso mismo que teme, eso que no puede prever por no existir: el hado es por tanto nada.
Tanto ironía, metonimia y sinécdoque, son metáforas que difieren entre sí sólo por los tipos de reducción o integración que realizan entre el nivel literal de su enunciación y el nivel figurativo de su interpretación. White caracteriza a la metáfora como representativa, a la metonimia como reduccionista, la sinécdoque es integrativa mientras que la ironía es negativa.[28]
De esta relación retórica podemos inferir que la referencialidad en tanto el ser representado de lo representado, se construye desde la disposición retórica que prefigura el tropo, de tal manera que en tanto cada uno de estos tropos es esencialmente una metáfora, siempre serán dos fenómenos los que se involucren en la construcción del sentido del ente.[29] En la metonimia apunta White, es posible distinguir entre dos fenómenos y reducir uno a la condición de manifestación de otro.

Esta reducción puede adoptar la forma de una relación agente-acto (“el trueno ruge”) o de una relación causa-efecto (“el rugido del trueno”). Y por estas reducciones, como lo han señalado Vico, Hegel y Nietzsche, el mundo de los fenómenos se puebla de una muchedumbre de agentes y agencias que supuestamente existen detrás de él. Una vez separado el mundo de los fenómenos en dos órdenes de seres (agentes y causas por un lado, actos y efectos por el otro), la conciencia primitiva queda dotada sólo por medios puramente lingüísticos de las categorías conceptuales (agentes, causas, espíritus, esencias) necesarias para la teología, la ciencia y la filosofía de la reflexión civilizada.[30]

Por ejemplo, la comprensión humana de cualquier fenómeno no racional-prosaico puede realizarse mediante la relación extrínseca que se presume caracteriza a los dos órdenes de fenómenos vinculados mediante reducciones metonímicas o “ser interpretado por sinécdoque como una relación intrínseca de cualidades en común”.[31] Tal operación tiene por finalidad el prefigurar áreas de análisis de la experiencia congnositivamente problemáticas a fin de someterlas después a estudio y explicación.
Sin embargo, la metáfora, la metonimia y la sinécdoque son calificados por el propio White como ingenuas, pues aun cuando son “paradigmas proporcionados por el lenguaje mismo” para proveer al pensamiento de modos causales de explicación, metáfora, metonimia y sinécdoque “([...] sólo pueden desplegarse en la creencia de la capacidad del lenguaje para captar la naturaleza de las cosas en términos figurativos.)”. La ironía en cambio, en tanto es  esencialmente dialéctica, aparece como “un caso de uso deliberado de la metáfora en interés de la autonegación verbal.” [32]. Así dice que:

La figura retórica de aporía (literalmente “duda”), en que el autor señala de antemano una duda real o fingida sobre la verdad de sus propias afirmaciones, podría ser considerada como el mecanismo estilístico favorito del lenguaje irónico, tanto en la ficción del tipo más “realista” como en las obras de historia escritas en un tono autoconscientemente escéptico o que son “relativizantes” de su intención.[33]

Ahora bien, esta labor de traducción cognitiva que opera desde el tropo aplicado a un conglomerado de fenómenos irreductibles a prosa racional, es como tal el núcleo de la operación historiográfica de Hayden White, y por tanto, al interior de su propuesta, la base de la producción misma del conocimiento histórico.
En torno al análisis historiográfico se podría extrapolar la opinión de White sobre las representaciones supuestamente “realistas” de la realidad, consistiendo el análisis en “determinar el modo poético dominante en que está expresado el discurso”.[34] Pero como se sabrá, esta última consideración radicalizada a método de la crítica historiográfica, es la que desde 1973, año de publicación de Metahistoria, ha producido tanto escozor. Pues la interrogante que se sigue de lo anterior estriba en si la historicidad puede ser reducida metonímicamente a una simple gramática.
Si los tropos tienen por función hacer comprensibles a la conciencia los contenidos de la experiencia, en tanto que el presupuesto de White se presenta en términos negativos de claridad para tal traducción, la presunción de una prosa clara y racional en términos del referente a tal prosa, nos permite preguntar por el ser de aquello que al experimentarse y no oponer resistencia cognitiva, se presenta de modo inmediato a la conciencia. Pues si  resulta que esto presupuesto no es la historicidad, el conocimiento histórico ya siempre resultará inválido frente al discurso científico que se sirve de tal prosa racional.
De aquí se siguen dos cuestiones, siendo la primera la posibilidad por la cual esto que no opone resistencia nos permiría prescindir de los tropos. Y la segunda, que en la búsqueda del fundamento del tropo, sea justo esa realidad prístina lo que origine al tropo mismo. Sin embargo en tanto que ambas cuestiones se habilitan desde la presunción de la realidad referencial a la prosa clara y racional, la supresión de tal creencia nos permite no continuar la meditación por alguno de esos caminos. Y es que antes requerimos ver cómo opera esta presunción en el propio relato de White.
Sí el relato de White glosado en b) se lleva a cabo al emplear la operación poética como criterio, la fundamentación de dicha operación como criterio, es con base a ese mismo núcleo de experiencia prístina o directa de la realidad. Por ello, si la historia del pensamiento histórico no sólo implica una descripción formal de los términos en que el pensamiento histórico se llevó a cabo, en tanto que el relato es en relación al devenir de la obra historiográfica, la historia de la obra histórica implica ya siempre una historia de la conciencia histórica, es decir, una historia del conocimiento de los criterios que ordenan, disponen y estipulan el valor de lo conocido así como su sentido. A tal respecto es que requerimos comprender mejor el criterio con base a la conciencia histórica, su supuesto producto ulterior, pues de súbito no aparece claro si estos componentes racionales determinan a la operación poética o si es a la inversa.
White no es ignorante de la necesidad de determinar estos factores de conciencia. Por tanto, junto con los tropos, se requiere pensar aquello que controla u ordena a la representación.  A tal respecto es que la teoría metahistórica de White, en términos del valor y sentido del conocimiento, contempla la cuestión ética dentro de las obras que estudio.
Ahora bien, en tanto que con esto nos vuelve a salir al paso nuestra pregunta eje, qué es la historia frente al planteo de la metahistoria, para seguir ahondando en la cuestión de la reductivilidad gramátical de lo histórico, requerimos nuevamente desdoblar nuestra pregunta en dos interrogantes. Si por un lado la aplicación de una figura lingüística reporta comprensibilidad, produciéndose de tal modo el conocimiento histórico ¿qué es y desde dónde se produce, acorde con White, el conocimiento histórico?  Por otro lado, si tales figuras son la unidad básica de la producción poética en tanto elaboración de sentido, en contraparte ¿qué o cuál es la posibilidad de la poética cómo método analítico?
En la primera cuestión se encuentra implicada la pregunta por la realidad de lo real, es decir, la relación de la realidad con respecto a la transparencia o inmediatez de algo real que podría prescindir de los tropos para ofrecerse en prosa clara y racional. Si  en términos de la experiencia, ésta es de dos tipos, la ininteligible, sensible e irracional que requiere de los tropos, y la otra inteligible que aparece inmediatamente y por tanto es transparente o racional, la segunda pregunta presupone la relación diferencial de los tipos y métodos del conocimiento racional que en su empresa se enfrenta inmediatamente a lo real, frente el método o plataforma analítica de la metahistória que tiene por misión determinar la operación poética y reducirla a sus componentes formales básicos.
Si leemos esta operación reductiva en los propios términos de White, fácilmente se podrá observar nuevamente que la metahistoria es un método metonímico. Sin embargo, en tanto los criterios que emplea White para observar la producción historiográfica son aquellos mismos empleados en la práctica histórica convencional –al menos así lo presupone White en tanto atribuye el empleo de la retórica a los historiadores –, lo metahistórico no implica simplemente las formas esenciales de la construcción del conocimiento, sino que al tiempo la metahistoricidad es algo existente de suyo en tanto práctica efectiva. De tal modo que desde esta concepción, la metahistoricidad es una especie de práctica sinecdóquica que permite la integridad de la experiencia  no en tanto categorías cognitivas, sino ya siempre en tanto la experiencia misma.
De esto, lo que se sigue es que el tropo no sería sólo la base del conocimiento histórico, sino que sería parte sustancial de la propia experiencia de la historicidad.
Sin embargo White, por lo menos en Matahistoria, se encuentra lejos de suscribir tal proposición. La diferencia entre su obra teórico-historiográfica frente a las obras históricas decimonónicas –por lo menos las anteriores al último periodo encabezado por Burckhart y Nietzsche –, estriba justo en la conciencia que White presupone tener sobre el papel de las formas retóricas en la construcción del conocimiento histórico.
Al concebirse esto como una especie de gramática histórica, podemos entender a White como un metahistoriador antes que como historiador, en tanto que con tal gramática, puede leer como documento lo que es historiografía, y con ello racionalizar un proceso intelectual que fue ininteligible para los propios historiadores decimonónicos. De tal modo que la metahistoria no es simplemente una conciencia histórica, sino una autoconciencia histórica.
Sin embargo no debemos olvidar que todo esto no constituye más que presupuestos contenidos en nuestras últimas dos preguntas. Por ello, para ver la validez estas cuestiones, es necesario contrastar la interpretación básica de White respecto del tropo con otra interpretación contemporánea sobre la misma cuestión.
Si White concibe al tropo como una formación de sentido de aquello inconexo que aparece a la observación del historiador, para un filósofo como Paul Ricoeur, la metáfora es una transposición de sentido. Para continuar con la investigación y poder comprender el carácter de los presupuestos que se implican y se siguen de la metahistoria, requerimos observar mejor la posibilidad que contempla la existencia del tropo en el ámbito del existir humano independientemente de la formalización o conciencia que de los tropos pueda tener una propuesta retórica- gramatical.  Como se podrá observar esto no sólo plantea la necesidad de ahondar en la diferencia del historiador con respecto al artista, es decir distinguir entre lo sensible y lo conceptual o racional, sino que al tiempo, en la estipulación de dicha racionalidad, se implica la necesidad de especificar la cienticidad que se le podría reprochar o exigir a la historia como práctica de investigación.





[1] Michel De Certeau, “La operación historiográfica” en Le Goff Jacques, Pierre Nora (coords.) Hacer la Historia I. Nuevos problemas, Barcelona, Editorial Laia, 1985, p. 34.
[2] Jacques Le Goff, Pensar la historia. Modernidad, presente, progreso. Barcelona, Paidós, 1991, p. 17
[3] Javier Rico Moreno, “Análisis y crítica historiográfica” en La experiencia historiográfica. VII coloquio de análisis historiográfico, Rosa Camelo y Miguel Pastrana (editores), unam, México, 2009, p. 199-211.
[4] Para contemplar los problemas suscitados una vez se contempla el carácter metafórico de las expresiones y conceptos axiomáticos, cfr. “Metáfora y referencia” en Paul Ricœur, La metáfora viva, trad. Agustin Neira, Madrid, Ediciones Europa, 1980, p.293-343, pues  Ricœur, al preguntarse por la referencia poética contenida incluso en los conceptos de las ciencias, y enfrentado además al  hecho de que el lenguaje poético no niega al contrario, sino que simultáneamente lo incluye en toda denominación en tanto no-ser —“Aixo era y no era”, se pregunta sí “¿sabemos el significado de realidad, mundo, verdad?”, ibidem, p. 299.
[5] De tal manera que si por ejemplo preguntásemos qué es realismo, develaríamos nuestra falta de conciencia de realizar tal cuestionamiento a un ensayo que desde la trinchera del propio realismo se dedicara a combatir las posturas, teorías, ideologías y políticas que atacasen tal trinchera.  ¿Bajo qué condiciones se pueden llevar a cabo clasificaciones y tipologías? ¿Bajo qué condiciones es posible desarrollar la investigación científica? Karl Popper señaló, con respecto a la difuminación de la “realidad” en plataformas tales como en la interpretación de Copenhague, de donde destaca el principio de incertidumbre de Werner Heisenberg, que: “Si los conceptos son relativamente poco importantes en comparación, las definiciones deben ser también poco importantes. Así pues, aunque estoy abogando aquí a favor del realismo en física, no pienso definir ‘realismo’ ni ‘realidad’. Al abogar aquí en favor del realismo en física quiero, sobre todo, argüir que nada ha cambiado desde Galileo, Newton o Faraday respecto a la función del ‘observador’ o de nuestra ‘conciencia’ o de nuestra ‘información en la física.”. De fondo lo que buscamos resaltar es que preguntar por la realidad implica ya de fondo contemplar el sentido metafórico del concepto mismo de “realidad”, sino ¿por qué una negación tan categórica como la Popper en la explicitación conceptual? ¿Qué es un concepto? Sir Kart Raimund Popper, Teoría cuántica y el cisma en física, trad. María Sansigre Vidal, Madrid, Tecnos, 1985.
[6] En tanto que para nosotros la representación será una acto, esta  investigación es una especie de indagación política, por ello, y como dice Aristóteles “puesto que el fin de la política es el conocimiento, sino la acción”, Ética a Nicómaco, Libro I, 3,  antes de perseguir las ideas, requerimos comprender las determinación de dicho evento.
[7] En torno al tema de las condiciones generales de la producción estudiadas por los economistas escoceses, Smith y Ricardo, estos colocaron a la propiedad y a la protección de ésta por la justicia como tales condiciones. Sin embargo sobre la propiedad Marx, que en el “Prologo a ‘Contribución  a la crítica de la economía política’”critica la impunidad con la que procedemos a separar de la producción, el producto de ella, misma cuestión que se implica al separar del representar a su producto, la representación. Así Marx señala que “Toda producción es apropiación de la naturaleza por el individuo, en el interior y por medio de una determinada forma de sociedad. En este sentido es una tautología decir que la producción (propiedad) es una condición de la producción”, Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía política, México, Quinto Sol, 1978, p. 252-253. Es decir, que producción y propiedad son dos momentos del mismo movimiento. Cómo resultan posibles el sujeto que se apropia y el objeto apropiado en el consumo,  el correlativo  sujeto que produce y el objeto que es producido,  la relación que ambos momentos guardan, así como el dispositivo analítico capaz de estudiar todo este conjunto, son problemas que atañen directamente a la presente investigación una vez se descubre a la representación como condición que atraviesa todos los momentos de la producción de sentido.
[8] En la perspectivas que buscan explicar tal momento, cabe señalar la existencia de dos grandes puntos de fuga, por un lado la fuga a lo atemporal en forma de lo típico-ideal y por otro  la conciencia o el alma, la certeza que aporta el cogito como piedra de toque de la metafísica de la subjetividad. La historia de la epistemología  a lo largo de los últimos dos siglos da cuenta de la imposibilidad de fundamentar el conocimiento desde cualquiera de estas dos perspectivas, en tal sentido Cfr. el breve pero sustancial análisis del cogito y la certeza, Fredric Jameson, Una modernidad singular. Ensayo sobre la ontología del presente, trad. Horacio Pons, Buenos Aires, Gedisa, 2004, p. 46 s. 
[9] Cabría pensar por tanto, qué es eso que nos permite pensar a la representación no como algo, o siquiera como una representación, sino como lugar donde poseen expresión y sentido los valores que se juegan en el representar. Si ese algo mentado se presenta mediante conceptos tales como la realidad, la historia, el mundo, la verdad, o la ficción, tal presencia acontece en la representación. Al preguntar por el proceso mediante el cual se presenta algo, hemos de indagar la constitución de tal ente presentado en tanto valor, pues del distinguir, ordenar o jerarquizar tales valores en su realización, nos interesa finalmente el proceso que coloca a la valoración de algo como un valor en sí. Como tal, esto tiene por sentido preguntar en torno a la pertinencia de los conceptos, es decir, qué, cómo y para qué referimos un fenómeno colocando en ello los valores como principios de toda representación. Interrogar por la conformación de los conceptos que no se cuestionan es una operación histórica de tal del carácter, que la confirmación a tal operación tiene por residencia el hecho de que frente a cualquier representación, contamos de antemano con una tabla de valores que nos permite prejuzgar cualquier práctica –más no acaso en la autoconciencia cognitiva del practicante o siquiera analíticamente, en la interrogación en torno a la función intencional de tal práctica. Para acceder al núcleo de la cuestión, hemos de interrogar por cómo es que podemos disponer de dicha tabla, pues tal posición, que toma por descontado el poder de los valores, no hace sino desplazar la interrogante sobre el origen al empoderamiento del valor, en dirección del valor en sí, en ello además, sin dar cuenta siquiera de lo que es un valor.
[10] Cliford Geertz, La interpretación de las culturas. Teoría y análisis de las culturas, trad. Alberto Bixio Barcelona, Gedisa, 1992. p. 29. Para Geertz, en tanto la cultura es una urdimbre de tramas, el análisis cultural ha de ser no tanto una ciencia experimental como “una ciencia interpretativa en busca de signos. Lo que busco es la explicación, interpretando expresiones sociales que son enigmáticas en su superficie.” Ibidem, p. 20.

[11] Hayden White, Metahistoria, trad. Stella Mastrangello, México, FCE, 2005, p. 15.
[12] A la pregunta por la historia como aquello explicado por el discurso histórico, subyacen las preguntas por las diferencia realidad-ficción, así como también la interrogante sobre el papel del logos frente a lo supuesto real, es decir, la posibilidad del discurso a enunciar la verdad, cuestión que presuntamente permite distinguir opinión de conocimiento. A tal respecto cfr. infra, p, la tesis operacional de Jameson sobre lo suprimido por el discurso y la inminencia de su retorno.
[13] Ibidem, p.47, el subrayado es nuestro.
[14] Ibidem.
[15] Ibidem, p. 48.
[16] Ibidem. En este punto sería fundamental interrogar a White por el sentido, el ser de la poesía.
[17] Cfr. El ensayo de Gadamer sobre Ranke y el historicismo aleman en Hans-George Gadamer, Verdad y Método, trad. Ana Agud Aparicio y Rafael Agapito, Salamanca, Ediciones Sigueme, 1993, p. 253-276. Dice Gadamer que Ranke, frente al idealismo hegeliano, trató de identificar identidades en los fenómenos o regularidades históricas ajenas a toda teleología a partir de la categoría de acción, categoría sobre la que Gadamer anota: “Ya hemos visto que lo que sigue es lo que decide sobre el significado de lo que ha precedido. Ranke pudo haber entendido esto como una simple condición del conocimiento histórico. Pero en realidad también reposa sobre todo el peso especial que conviene al ser mismo de la historia”, p. 259. Más adelante sobre Ranke y Hegel, Gadamer concluye:  “La plena autotransparencia del ser, que Hegel pensó en el saber absoluto de la filosofía, sigue legitimando todavía la autoconciencia de Ranke como historiador, por mucho que rechace las pretenciones de la filosofía especulativa[...] El historiador, tal como lo entiende Ranke, pertenece a la forma del espíritu absoluto que Hegel describe como ‘religión del arte’”, ibidem, p, 260
[18] White, Metahistoria, op.cit., p.49.
[19] Ibidem
[20] Ibidem
[21] Ibidem
[22] Ibidem. p. 49.
[23] Ibidem. p. 50.
[24] Ibidem.
[25] Ibidem, p. 16
[26] En tal sentido ¿qué estaría haciendo White en tanto especificación conceptual,  desde lo poético en términos ricœurdianos?, ¿cabría concebir que White establezca un primado de la operación poética por sobre el discurso especulativo de los filosófico? ¿Cuál es el sentido ontologízante del discurso poético? Como podremos observar, este punto del análisis de White, con la subsecuente exaltación de un modelo retórico-trascendental, tiende a desplazar el problema hermenéutico a una segunda instancia, imperando por tanto, lo semiótico por sobre lo hermenéutico.
[27] Esta fígura de Sofocles es interesenta contrastarla con la siguiente empleada por Nietzsche en su Zarathustra para expresar la figura de la muerte en el alma: “Oh, amigo mio —contestó Zarathustra—. Te juro por mi honor que no existe nada de eso de que estás hablando. No hay demonio, ni hay infierno. Tu alma estará muerta aún antes que tu cuerpo. ¡Nada en absoluto tienes, pues, que temer!”,  Friedrich Nietzsche, Así habló Zarathustra, trad. Juan Carlos García Borrón, Madrid, Sarpe, 1983, p. 35.
[28] Por tanto conlleva una apertura más radical, violenta y explicita de las cosas justo en dirección al ser. Cfr. la negatividad de Heidegger en términos de su utilidad para la hermenéutica, § 6. El problema de una destrucción de la historia de la ontología, en Martin Heidegger, Ser y tiempo, trad. José Gaos, México, fce, 2002, p. 30-37.
[29] Por esta razón, en el inciso a) de este apartado dijimos que el significante representado al interior de la obra histórica, en tanto posee una estructura de participio, se compone de dos fenómenos , el ser de la representación en tanto sentido existencial, así como el contenido referencial del la representación en tanto materialidad señalada.
[30] White, Metahistoria, op.cit, p. 44. cursivas del autor. Adelantándonos en las cuestiones que nos atañen, pero para hacer rendir los ejemplo, cfr. Friedrich Nietzsche, Genealogía de la moral, p. 49, cuando Nietzsche, refiriendo el acto de seducción del lenguaje, así como los errores de la razón petrificados en él, dice que se suele entender y malentender  ”que todo hacer está condicionado por un agente, por un sujeto[...] Pero tal sustrato no existe, no hay ningún ‘ser’ detrás del hacer, del actuar, del devenir; el agente ha sido ficticiamente añadido al hacer, el hacer es todo. En el fondo el pueblo duplica el hacer; cuando piensa que el rayo lanza un resplandor, esto equivale a un hacer-rehacer: el mismo acontecimiento lo pone primero como causa, y luego, una vez más, como efecto de aquella.”  De hecho, ya desde aquí podemos ver que la base operativa de White no es Nietzsche, sino Hegel, en tanto que haciendo confluir una semiótica metonímica  —y por tanto reduccionista—, pretende ejecutar una hermenéutica sinecdóquica a aquello que ya antes legitimó metonímicamente como la esencia, no ya sólo del conocimiento histórico, sino de su propio método metahistórico.
[31] White, Mehistoria, op. cit. p. 44. Este es por tanto el núcleo operativo de toda la Metahistoria. Lo que podemos ir observando es que a White, en tanto él mismo conoce que la operación poética tiene por labor “distinguir entre las partes que son representativas del todo y las que son simplemente aspectos de él” olvida que tal distinguir se encuentra anclada en una superficie ontologizante que de antemano valoriza aquello distinguido.
[32] Ibidem, p.45. Esta autonegación verbal, leyéndola desde Ricœur, es la operación desplegada por el discurso especulativo justo para contener la “realidad” de un modo paradójicamente autoreferencial o icónico, dejando de ser el tropo un simple y liberal juego de lenguaje. Dos operaciones son las que distinguen el que aquello tratado por la ontología no sea una simple teología, pues lo referido por el discurso especulativo posee el estatuto de la escisión y la finitud. Procediendo la escisión por metáforas proporcionales y la finitud por analogías trascendentales, el discurso especulativo acumula sus efectos de sentido, de tal manera que Ricœur puede decir: “Gracias a éste quiasmo, lo especulativo verticaliza la metáfora, mientras que lo poético proporciona un revestimiento icónico a la analogía especulativa [...] Este intercambio constituye un nuevo caso de intersección entre varias muestras de discurso.” Paul Ricœur, La metáfora viva, op. cit. p. 379.
Ahora bien, de contrastar esta posición del discurso filosófico con el poético en su cruce tripartito en relación al discurso histórico, arribamos justo al vértice que en tanto intersección de varias muestras de discurso, es denominado por Ricœur ya no como metáfora sino como “enunciado metafórico”. Por tanto, decir que el trabajo de la metáfora como inclusión de nuevas pertinencias semánticas es igual a la redescripción de la realidad, es de hecho, enunciar el punto de partida metodológico a las tesis de Tiempo y Narración, pues siendo el tiempo humano elaborado desde el trabajo de la narración, ésta es finalmente y en tanto elaboración  (mimesis) de la trama (mythos), el  rendimiento de la metaforicidad. Cfr. Paul Ricœur, Tiempo y Narración I, trad. Agustín Neira, México, Siglo XXI, 2004, p.31-35.
[33] Hayden White, Metahistoria, op.cit. p. 45.
[34] Ibidem, p. 42.
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